EL REGRESO DEL ÍDOLO CAÍDO

Sasha Djordjevic. A un culé nunca deja indiferente escuchar o leer su nombre. Sentimientos encontrados. Nostalgia, ilusión, temor u odio son algunos de los efectos de las seis temporadas del serbio en la Liga Española, tres de ellas en el Palau y otras tres en casa del eterno rival. Ahora regresa a la Ciudad Condal como entrenador de Panathinaikos, y lo hace con unos cuantos kilos de más pero el mismo carácter indomable que le hizo único como jugador.

A pesar de dos Ligas ACB y una Copa Korac, en el imaginario colectivo de casi todos los blaugranas aparece una imagen, la de un Djordjevic extasiado levantando los brazos en el Palau tras ganarle al Barça la Liga 1999-2000 defendiendo la camiseta del Real Madrid. Siempre ha sido denominado “el Figo” del baloncesto, pero en realidad sería más apropiado comparar su caso con el de Laudrup, que cambió la camiseta del Barcelona por la del enemigo más por decisión del club que por la suya propia. «Mi celebración en el Palau fue la revancha de un deportista con orgullo«, declaraba años más tarde acerca de esta polémica. Pero vayamos al comienzo.

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Aleksandar Djordjevic aterriza en el Barcelona de Aito García Reneses a mitad de la temporada 1996-1997, en un equipo a la deriva que demandaba un salto de calidad que el serbio fue capaz de dar desde el primer momento. Llegaba tras la nada más absoluta en su periplo en los Blazers, pero ya con casi 30 años y un bagaje espectacular, siendo probablemente el mejor jugador europeo en su posición. Reclutado por la prolífica cantera de Partizan, formó parte de la mejor generación de baloncestistas que ha nacido en el baloncesto continental. En la memoria el Mundial de Bormio 87, entrenados por Svetislav Pesic y recordado, entre otras muchas cosas, por el 11 de 12 en triples de un flacucho Toni Kukoc a Estados Unidos. Allí compartió vestuario con jugadores como Nebojsa Ilic, Dino Radja, Vlade Divac o el propio mítico alero de la Jugoplastika, de infausto recuerdo para el club blaugrana. Su crecimiento en la Pionir se hacía imparable a la vez que se topaba una y otra vez con Cibona, Zadar o Jugoplastika en la liga doméstica. Y entonces de la mayor de las desgracias nació la mayor de las aventuras. Con Paspalj o Divac ya fuera de Partizan, el retirado Zeljko Obradovic tomó las riendas del equipo al mismo tiempo que Croacia y Eslovenia declaraban su independencia de Yugoslavia, comenzando así el terrible conflicto en la zona. El Partizan de Belgrado se vio obligado a jugar sus partidos como local en Fuenlabrada y de la mano del dúo Djordjevic-Danilovic se plantaron en una F4 resuelta con el famosísimo triple de Sasha sobre Joventut. Sería la única Copa de Europa del mago y la primera de muchas del maestro de los banquillos, que empezaba a forjar su mito.

Esta temporada supuso el salto definitivo de un Djordjevic que abandonó el kosarka por el pallacanestro, donde se produjo su transformación definitiva en un jugador total. De ser un base puro cuya principal misión era producir para el resto pasó a acaparar gran parte del peso ofensivo del equipo desde la anotación, y eso que tuvo a su lado a verdaderos cañoneros. Su etapa italiana fue la mejor de su carrera, al menos a nivel individual, exhibiendo unas capacidades técnicas y físicas que luego nunca alcanzó en el Palau Blaugrana. Tras esos cuatro años en los que fue dirigido por Mike D’Antoni o Sergio Scariolo quiso probar fortuna en la NBA, pero los casi 8 minutos por partido que le concedían los Blazers eran insuficientes para un jugador ambicioso como él. Y entonces apareció el Barcelona.

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El propio base declaraba que de haberse producido antes el contacto con los culés habría ignorado la oferta de los de Oregon, pero esta no se produjo hasta meses más tarde. De ser un equipo triste por detrás del Real Madrid de Obradovic, Bodiroga, Herreros o Arlauckas pasó a ser un bloque más peligroso con Sasha en la dirección. Tanto es así que condujo al Barcelona hasta una final de la ACB histórica, la primera en la que un equipo ganaba el título en suelo ajeno en un quinto partido. Y lo hizo ante los blancos, gesta que repetiría a la inversa tres años más tarde. Más meritorio si cabe fue llevar a los culés hasta la F4 de la Copa de Europa, donde tras derrotar al Asvel en semifinales se cayó en la final ante Olympiacos en un partido sin historia en el que Djordjevic fue arrasado por su par, David Rivers. Tampoco Sasha podía romper la maldición continental de los culés. Aquel fue el principio del final. El de Belgrado cuestionó el planteamiento de Aito y su relación se comenzó a empañar, continuando entonces con el mito -cierto o no- de que el técnico no congeniaba con grandes estrellas. “Yo era un cabrón pero sin maldad”, admitía Djordjevic en una entrevista reciente.

La siguiente temporada es sencillamente para olvidar. Aito ha dejado el banquillo harto de las críticas y Manel Comas no dura la temporada, así que el equipo es aplastado por Baskonia en semifinales ACB y, por si fuera poco, se queda fuera de la Copa de Europa. Así que se vuelve a recurrir al madrileño acompañado de refuerzos como Derrick Alston o Milan Gurovic, además de empezar a contar con los jóvenes Juan Carlos Navarro y Pau Gasol. La temporada finaliza con el título de Liga, arrasando en Playoffs tras ganar todas las series 3-0, incluida la final ante el Caja San Fernando de Javier Imbroda. También se hace el Barcelona con la Copa Korac tras una gran remontada a Estudiantes en la final, con mensaje reivindicativo de los balcánicos Djordjevic y Gurovic para que cesaran los ataques de la OTAN sobre Serbia.

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El Djordjevic que se ve en el Palau Blaugrana ya es un jugador que dosifica más sus esfuerzos, sobre todo en defensa, y que a la hora de atacar deja de lado acciones más explosivas y se centra en el tiro exterior, especialmente en las posesiones finales, donde siempre fue un auténtico killer. Ya en su último año como azulgrana cede protagonismo y Aito le reduce los minutos, hasta finalmente tomar la decisión de no renovar su contrato. Se buscaba un base más atlético y se le sustituyó finalmente por Anthony Goldwire, que no cuajó como se esperaba. Un año después sí se acertó. Su no continuidad tocó el orgullo de un ganador nato como Djordjevic, que no dudo un segundo en decir sí a la propuesta de Sergio Scariolo para su Real Madrid. El resto es historia. La venganza consumada del primer año, el huracán Pau Gasol en el segundo y el ocaso y lesiones del último antes de regresar a Italia para finalizar su carrera.

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Probablemente su palmarés a nivel de clubes no es tan espectacular como corresponde a un jugador de la categoría de Sasha Djordjevic, pero no así con su país. Oro en el Mundial 1998 de Grecia, bronce en el Eurobasket 1987, oro en los Europeos del 1991, 1995 –antológica final la suya ante una Lituania que amenazó con abandonar por el arbitraje– y 1997. Su único lunar el oro en unos Juegos Olímpicos, donde sólo pudo alcanzar la plata en Atlanta 96. Y podrían haber sido varios metales más de no ser por Drazen Petrovic, que según decían las malas lenguas vetó a Djordjevic en el equipo entonces dirigido por Dusan Ivkovic por incompatibilidad de caracteres. No regresó hasta la salida de “Mozart” de la Reprezentacija por el famoso episodio de la bandera con Divac en el Mundial del 90, preludio de lo que luego se convertiría en guerra.

No es la primera vez que regresa al Palau como entrenador rival, pero sí es muy diferente a la anterior. Ahora lo hace con un status que se ha ganado gracias a su fabulosa selección de Serbia, encaminada este pasado Eurobasket a volver a tocar la gloria tras exhibir un nivel de juego fantástico, sólo empañado por la mayúscula sorpresa ante Lituania en semifinales. Es curioso que 20 años después de su gesta como jugador ante el país báltico el Djordjevic técnico se llevara su mayor decepción ante la propia selección lituana. Pero su trabajo no ha sido ignorado y este verano fue reclutado para un asiento muy especial, el de entrenador de Panathiniakos, ese lugar de honor que lleva el nombre de su compañero de habitación, su complemento en la posición de base en Partizan y luego el entrenador que le llevó a la gloria: Zeljko Obradovic. Cuando este jueves salga a la pista, Aleksandar Djordjevic podrá ser aplaudido, ignorado o abucheado, pero seguro que impone respeto a una grada huérfana de ídolos como lo fue él en su día. Y es que han pasado grandes jugadores desde su marcha por ese vestuario, pero quizá sólo Sarunas Jasikevicius fue capaz de llenar su vacío como gran playmaker.