Encadenado a un ancla que lo arrastraba hacia las profundidades deportivas, como uno de esos submarinos peliculeros que se hunde y donde la presión creciente amenaza el casco, así ha sido el Valencia de Nuno durante la primera vuelta. Sin que pareciera existir remedio, sin soluciones técnicas que el espectador pudiese reconocer, partido a partido, el equipo ha sido un continuo de degradación futbolística en el que cada encuentro era peor que el anterior. Una mala pretemporada dio paso a una previa de Champions interesante hasta que, cuando parecía reconocerse aquel conjunto que vendió cara su piel en el Camp Nou la temporada pasada, se pasaron por Mestalla Hulk y sus pies de hierro colado para aporrear la portería de Jaume y a Jaume también. Ese fue el principio del fin de Nuno. Ese día el luso se fue a dormir cadáver. Todo lo de después sería un festín celebrando su ruina. En el campo navegaba la nada.

En el buque fantasma, mientras Cancelo canibalizaba la pierna de Espírito Santo, Parejo miraba a Fuego sin entender demasiado, encogiéndose de hombros. El mediocentro, veterano, agachaba la cabeza: no era su primer navío a la deriva. Negredo y Alcácer libraban un duelo a muerte en el congelador, sobre las tripas esparcidas y brillantes del argentino De Paul. Se iba arrastrando el buque de campo en campo, como una presencia fantasmal. El Portugués Errante lo llamaban.

Después de un tiempo chocaron contra una masa gelatinosa y sin vida, el Sevilla de Emery. Solo una parte emergía a la superficie, y allí estaba de sirena el enésimo Banega, que acabó con el sufrimiento che de manera poética.

Atrás quedan, pues, varios meses apasionantes de fútbol, truncados por yo qué sé o yo sé qué, pero truncados al fin y al cabo. Suele pasar con las plantillas que son de postín pero que están en un escalón presupuestario que no alcanza la élite económica. Son delicadas. El equilibrio de factores que necesita una plantilla con tanta calidad como fragilidades a la hora de hacerse con la tan deseada competitividad no es un funambulismo sencillo. Cuando se inclina de más vara que le sirve de contrapeso a ese volatinero que apodamos míster, es muy difícil recuperar un vestuario, una idea de juego y todo eso que en el fútbol no se puede ver pero que está.

Así que la nave se acerca sin comandante a una cita con el Barcelona, ni más ni menos. Los marineros preferirían un iceberg; un iceberg no tiene tantos brazos para hacerte daño. Contra Neymar, Suárez y Messi a Voro y al pequeño de los Neville solo les queda el consuelo de no tener que alinear a Cancelo de lateral diestro: ya se ocupó el chaval solucionar el dilema y está sancionado. Como Barragán está lesionado, ahí bailará un central, Vezo. Los problemas más serios se perfilan para la siniestra, con un Gayà desdibujado, espectador habitual de las tropelías del rival en su banda. En los camarotes de la oficialía corre la broma de que Gayà significa, en sioux, “el que mira sentado”. El equipo que me imagino se ríe de sí mismo, sardónico, porque el nivel de las ayudas defensivas y el posicionamiento es tan bajo como para ridiculizar sin ofender.

En copa, contra el Barakaldo, se pasó a un 4-4-2 ortodoxo que seguramente será una opción de cara al resto de la temporada, pero que parece una locura contra el Barça. Incluso con un mucho más probable 4-3-3 o 4-5-1 y blindando la media con Enzo Pérez, Parejo y Javi Fuego, los de Luis Enrique podrán hacer mucho daño si entran enchufados o si marcan pronto. Los espacios por dentro son enormes y las piezas se mueven tarde; Iniesta se preguntará qué pasa, que dónde están. Temerá una trama o un estratagema, pero no. Están así de mal. Esa será, paradójicamente, el arma secreta de los che: su propia descomposición. Los jugadores que saltarán el sábado al campo han sido señalados, no han podido hablar porque les cosieron los labios y solo podrán hacerlo pegándole patadas a un balón. O les deshincha el resultado o no tendrán más remedio que enchufarse.

Y es que los equipos rotos son eternos traidores que, porque te adormecen con su ritmo sincopado, con el quejido herrumbroso de sus mecánicas rotas, tienen siempre un par de match balls inesperados. No es que el Barcelona carezca de ambición, per si te descuidas te arrastran. Como le pasó al Celta. Nunca se sabe con el Portugués Errante, la sombra de su capitán es alargada.