SARAS, CALIENTA QUE SALES
Es curioso echar la vista atrás y recordar que las dos mejores temporadas de la historia del Barcelona finalmente no acabaron como dos historias así exigían. En 2010 se gana la Copa arrasando al Real Madrid y luego la Euroliga en París en una F4 inolvidable. Nada hacía presagiar la debacle que se venía ante Baskonia en la final ACB. En 2003 se logra el soñado triplete, sin duda la mayor alegría en la historia de la sección, pero al menos para el que escribe estas líneas ensombrecida por la decisión de no renovar al hombre que hoy vuelve a casa, Sarunas Jasikevicius.
En realidad la relación entre Jasikevicius y el Barcelona es una gran historia de amor, con sus subidas, sus bajadas, sus idas y vueltas. Indudablemente hay un elemento de lo que en ficción se llama tensión sexual no resuelta, esa que atraviesa la pantalla entre la Doctora Melfi y Tony Soprano en la grandiosa serie de HBO. Entre el Palau y el lituano hay algo que no se sació con su tardía vuelta al pabellón que lo idolatra y que sigue latente.
Son tres años de amor apasionado, porque pasión es justo lo que transmite el genial base desde que se viste de corto y conquista al Palau con su juego. No era fácil la empresa para el lituano, que llegaba a un equipo desorientado, con una afición despechada por la “traición” de Djordjevic, viendo además cómo el serbio les restregaba su título en sus caras. Así que Saras no rehusó la responsabilidad y se echó al equipo a sus espaldas. Aquella temporada 2000-2001 es básicamente la temporada del “huracán” Pau Gasol, pero la química que mostraron en pista “sólo” valió para ganar Copa y Liga al eterno rival, pero no para competir una Euroliga que bien se podría haber conquistado de no ser por la inoportuna apendicitis que privó a Pau de jugar los octavos ante Benetton, que acabó con el camino de los culés en la competición. ¿Se hubiera ganado con el de Sant Boi sano?
Otra vez una temporada incompleta porque seguía sin llegar la ansiada Euroliga, la deuda que nunca pudo saldar Aito García Reneses con el barcelonismo. Así que la temporada siguiente se inicia con una plantilla similar, con Ademola Okulaja como la principal novedad sustituyendo a Pau Gasol. El resultado es que Jasikevicius se tiene que multiplicar, consiguiendo sus mejores números como culé a nivel individual pero que acaba en un gran fracaso colectivo. La Copa del Rey de Vitoria pone en evidencia la dependencia que el equipo tenía de su líder. La exhibición del lituano en la final perdida ante Baskonia fue el reflejo de lo que iba a ser la temporada, un quiero y no puedo, siempre un peldaño por detrás de lo que los títulos exigen, tanto a nivel de calidad como de competitividad. En Euroliga otra vez la Benetton de Treviso empezaba a amenazar con convertirse en una de las bestias negras de la historia culé. Encuadrado en un grupo del Top 16 rodeado de italianos -qué tiempos aquellos- el Barça pagó muy caro el caer en la jornada inaugural ante Fortitudo y luego la abultada derrota encajada en Treviso, lo que le condenó a ver otra F4 desde la televisión. Benetton ponía otra vez de manifiesto que al Barça le seguía faltando un punto para tocar el techo. En ACB más de lo mismo, con el Barcelona agarrándose a Saras pero resultando insuficiente. Cayó en el Palau en el primer partido de la serie de semifinales ante Tau, perdió el factor cancha tras ser primero en liga regular y, una vez en Vitoria, el desenlace iba a ser predecible. Se competía pero no se alcanzaba para vencer a un equipo más hecho que los culés. Tocaba reconstruir.
Así que finalmente la etapa de Aito en el Palau llegaba a su fin de manera definitiva, y con él 15 años de labor impagable pero ingrata en muchos aspectos. Su sustituto era el seleccionador serbio Svetislav Pesic, recién llegado de Indianapolis con la medalla de oro de campeón del mundo. Y si decíamos que había faltado cierta calidad y competitividad se puso remedio con nombres y apellidos. Las llegadas de Gregor Fucka y Dejan Bodiroga dieron el plus que necesitaba la sección para alcanzar la cima, aprovechando además la F4 que se jugaba en Barcelona. Saras ya no estaba solo. La responsabilidad era mucho más repartida entre todos los cracks del equipo, así que Jasikevicius se centra especialmente en dirigir semejante batallón pero sin dejar de ser importante cuando la situación lo requería. Fue una temporada que dio para mucho y donde cada jugador tuvo su gran momento a lo largo de la misma.
La Copa disputada en Valencia supuso la primera exhibición de Dejan Bodiroga, con dos partidos completísimos ante Real Madrid y Unicaja antes de acabar con Baskonia en la final con la inestimable colaboración de Roberto Dueñas. Jugar una F4 en casa es una gran ventaja, pero antes debes llegar a ella tras un camino siempre muy duro, y en este caso se sufrió muchísimo para acceder, sobre todo en el fatídico encuentro del Top 16 ante Olympiacos en el Palau -el partido estaba perdido- gracias a la capital actuación del “invisible” Rodrigo De la Fuente. Una vez en la cita del Sant Jordi el sufrimiento fue mayor en la semifinal ante CSKA que ante la Benetton en la finalísima. La contribución en los dos partidos de Gregor Fucka fue grandiosa. No así la de Jasikevicius, que tuvo un fin de semana poco afortunado. El momento del lituano llegaría en la final ACB ante Pamesa Valencia, aquel equipo construido sobre la pareja interior Tomasevic-Oberto, donde sería coronado como MVP de la final antes de decir adiós tras tres temporadas dirigiendo el destino blaugrana. La nueva directiva del club encabezada por Joan Laporta recortó el presupuesto de la sección y el damnificado fue Jasikevicius, que hizo las maletas destino Israel.
Allí escribió las páginas más gloriosas de su carrera, pero antes aún tuvo tiempo de demostrarle al Barça que se había equivocado de pleno no renovándole cuando le dio a su selección el Eurobasket 2003, culminando el triunfo ante España en la final en su reencuentro con Pau Gasol. La inhumana actuación del pívot catalán se quedó en nada ante la exhibición de los bálticos, comandados por Saras y con Macijauskas como brazo ejecutor. Así que llega al ambicioso proyecto de Maccabi y da forma al probablemente equipo más dominante en Europa desde la Jugoplastika de Kukoc, el de ese quinteto inolvidable formado por el lituano, Anthony Parker, Tal Burstein, Nikola Vujcic y Maceo Baston. Allí despliega su mejor baloncesto sabiéndose el rey absoluto sobre la pista. Era el director del Barça del triplete, sí, pero era un protagonismo compartido con Bodiroga, que al igual que él necesitaba del balón y, de este modo, su rol dentro del equipo era menor. En La Mano de Elías absolutamente todo pasaba por él, y estando en pista desplegaba todo el arsenal macabeo pero siempre naciendo en él y finalizando con un balón dentro a Vujcic, pick and roll con Baston o tiros exteriores de Parker, Burstein o Blu. Todo lo activaba él. Con estas ideas tan claras no es de extrañar que el equipo dirigido por Gershon en el banco y Saras en la pista se paseara dos años consecutivos en Euroliga, aplastando primero en su F4 a Skipper de Bolonia y un año después frustrando el sueño baskonista en Moscú, el de ese formidable equipo de Dusko Ivanovic que mereció al menos una Euroliga.
No podía ganar nada más a este lado del charco tras tres Euroligas consecutivas y consagrado como el mejor base del continente, así que dio el salto a la NBA. Fueron dos temporadas de más a menos pasando por Indiana y Golden State, con un rol cada vez más reducido, algo absolutamente incompatible con su ambición. Su vuelta a Europa no se hizo esperar y Zeljko Obradovic le reclutó para su Panathinaikos, formando un juego exterior compuesto por Jasikevicius, Diamantidis y Spanoulis. El bagaje de esas tres temporadas del lituano en el OAKA resulto espectacular: 3 Ligas, 3 Copas y 1 Euroliga. A nivel colectivo fue una etapa muy productiva, pero individualmente y a pesar de alcanzar momentos de brillantez -Final Four 2009- ya no era el gran Saras cada día. Los dos años de poca continuidad en USA, su delicado estado físico y la tremenda competencia en el juego exterior ateniense le redujeron a una versión algo más disminuida respecto al jugador que abandonó Europa en 2005.
Meses de inactividad terminan con un regreso a su país -Lietuvos Rytas-, una liga turca con Fenerbahce y otra vez Panathinaikos, y es entonces cuando recibe la esperada llamada del Barça para su regreso a la Ciudad Condal. La idea era completar la posición de base junto a Sada y Marcelinho Huertas, con un jugador con experiencia para ayudar en los grandes momentos de la temporada y que colaborara en la formación de jóvenes como Abrines, Eriksson o Hezonja. Lo cierto es que sin ser el gran jugador que los aficionados barcelonistas habían visto sí cumplió en el papel para el que venía. Seguía siendo un jugador con gran ascendencia respecto a sus compañeros y ayudó para que un equipo sumido en enormes problemas de lesiones no le perdiera la cara a la temporada. Sumó una Copa del Rey más a su palmarés y luego en la F4 fue el jugador al que se agarró el equipo de Xavi Pascual para competir hasta el final frente a un superior Real Madrid por un puesto por el título. La derrota ante los blancos en la final ACB supuso un cierre amargo para la carrera del ídolo lituano en el Barcelona.
Ahora vuelve al Palau Blaugrana como entrenador de Zalgiris Kaunas, club en el que acabó su carrera y donde ensaya para ser un preparador a la altura de su carrera como jugador. Cada vez que ha vuelto al Palau ha centrado la atención por lo que ofreció en su día, y es que más allá de sus cualidades como baloncestista lo que el pabellón idolatraba era lo que transmitía. En un diccionario puramente baloncestístico Sarunas Jasikevicius aparece justo al lado de la palabra «carisma», porque en la derrota y en la victoria el culé se agarraba a él. A su contagiosa sonrisa cuando se ganaba, a su manera de ganarse a los árbitros, a su modo de protestar y rebelarse ante las derrotas. Saras era muchas cosas, pero ante todo y sobre todo era corazón, que es justo lo que necesita ahora mismo esta sección. El Barça de basket necesita pasión, ilusión y sonrisas. Esta sección está necesitada de oxígeno, y el aficionado que acude cada día al Palau reclama aires de cambio. Está hastiado de un ídolo envejecido, de un equipo que transmite poco, de una sección abandonada a su suerte por los dirigentes y de un entrenador que desangra la paciencia de los culés con lo mismo de siempre desde hace varios años. Desde ya a Jasikevicius se le va a mirar por lo que puede aportar en el futuro y no por lo que aportó en el pasado.
Evidentemente que Xavi Pascual sólo tiene un porcentaje -no poco importante- de culpa del rumbo de la sección, pero ha llegado la hora de cambiar algo para que todo sea diferente, no para que todo siga igual como hasta ahora. Creo sinceramente que Sarunas Jasikevicius debería ser el próximo entrenador del Barcelona Lassa, pienso que es lo que hoy necesita el club. Hay momentos en los que un equipo de baloncesto necesita disciplina, en otros trabajo táctico y, en ocasiones, pasión. Y este es el caso del Barcelona, como lo fue en su día el Real Madrid. No encontrará el equipo blanco en 50 años un entrenador más preparado que Ettore Messina para entrenar a su equipo, pero fue un tremendo fiasco porque esa no era la verdadera necesidad. Aquello tampoco se hubiera arreglado con Siskauskas, Smodis y Papaloukas, como pregona el italiano, eso era muy superficial, sino que había que llegar hasta las entrañas del enfermo para sanar. Y entonces llegó Laso, que si bien ha tenido ayuda en la reconstrucción de la sección madridista él ha sido el gran artífice de lo que es hoy ese club. No es tan distinto el caso del Barcelona, y el ejemplo del gran rival está delante. Laso no es mejor que Messina, igual que Jasikevicius no es mejor que Pascual, pero el Barcelona en este instante necesita más corazón que cabeza. Tampoco era mejor Pascual que Ivanovic, por cierto. Si este curso acaba de la forma en que es previsible que acabe, es decir, sin títulos, el proyecto Xavi Pascual habrá llegado a su fin, por sensaciones y resultados. Y entonces sonarán muchos nombres: Ettore Messina, Velimir Perasovic, Pedro Martínez, David Blatt, Sarunas Jasikevicius etc etc. El elegido debería tener poder y apoyo desde arriba, pero visto lo visto esto se lo tendrá que ganar primero en la pista y contagiar a la grada, y ahí creo que Saras gana por goleada.
Al final las grandes historias de amor nunca son fáciles y pasan por dificultades, pero si permanecen en la memoria y se recuerdan con nostalgia es que valieron la pena. Creo que a todos nos gustan los finales felices, y Sarunas Jasikevicius todavía no ha tenido el suyo en el Barcelona porque debió haber vuelto mucho antes. ¿Y si intentamos dárselo ahora como entrenador? ¿Y si él es el hombre que puede cambiar el rumbo?