Por cómo llegan ambos equipos al enfrentamiento del domingo, el Camp Nou podría hacer de consulta psiquiátrica con un punto freudiano, turnándose el público y el rival a la hora de hacer de doctor. Un psiquiatra bien peinado y de boca amplia, de labios carnosos y mirada tétrica. No puedo evitar pensar en un tal Hannibal. Tanto el Barcelona como el Valencia, por diferentes motivos, llegan con necesidad de terapia.

Una despacho amplio, tan espacioso que las paredes parecerán lejanas con sus cuadros y sus inacabables estanterías. El techo escapándose en las alturas, ante la profundidad de las preguntas que sobrevolarán éste domingo de reflexión. En ese escenario, el césped del estadio se convertirá en diván de introversiones forzadas. Un diván de psicoanálisis que se adivina muy valioso. Un diván verde.
El paciente blaugrana se sentará sobre el moderno triclinium y por no mirar hacia arriba y sentir vértigo se fijará en cada detalle del cuero verde, como para aprendérselo de memoria. Se centrará en el olor a mojado del mismo. Esperará un gol para levantar la cabeza, levantar el puño y entonces sí enfrentarse a quienes le han bombardeado desde el miércoles. Esa sería una sesión de terapia positiva. Algo que ha pasado tantas veces ya.

El analista psiquiátrico arqueará la ceja y preguntará:

— Usted mismo me refirió la semana pasada un notable cansancio físico y brazos agarrotados por las noches. Incluso enuresis.

— Algo obvio ahora, ¿no? No paran de repetirlo.

— También me explicó que fue educado por su madre para dominar cada lance a través del balón. Le seré sincero, no creo que lo haya hecho últimamente.

— Alguien muy conocido diría que tengo la posesión.

— No me intente engañar, ni se engañe. Hábleme de los consejos que le dio su madre.

— Ella me dijo que me defendiera con el balón, que nunca lo olvidara. Me lo decía siempre siendo un crío.
Ya sé dónde quiere acabar, pero las cosas han cambiado: ahora tengo los puños más rápidos del patio. Los demás ni los ven venir. Y si se defienden bien, golpeo con la cabeza. Frente contra frente, cruzado, gancho… y algún mordisco a lo Tyson. Lo llaman el golpe uruguayo.
El caso es que… es un hecho contrastado que nadie en el circuito profesional golpea tan duro. Nadie. Y yo lo maximizo.

— Déjeme contarle una cosa. Mi otro paciente en consulta hoy es precisamente su siguiente rival. Fue derivado por mi colega y buen amigo Mestalla, un catedrático que siempre se preocupa por su paciente, aunque a veces —he de decirlo— demasiado. No voy a violar el secreto profesional si le comento lo que ya es sabido: su temporada ha sido desastrosa. Sus problemas en la búsqueda de una figura paterna son notorios y, como usted, se dejó seducir por un plan de juego algo pobretón. Funcionó bien un tiempo. Incluso muy bien. Luego se acabó.

— No nos parecemos en nada, doctor.

— ¿Por qué? Ambos sois humanos.

— Yo soy humano, sí, pero mis brazos no son de este mundo.

Y tendrá razón. Los puños y la cabeza del equipo blaugrana son demoledores, casi divinos. El resto de la estructura biológica del equipo, hecho de tendones, músculos, huesos triturados y nervios, ha sido conformado, trabajado, con el solo objetivo de dar soporte al tridente. Es una masa cárnica de mucha calidad, pero para darle más facilidades al la MSN ha sido simplificada, condicionada para ser seria y solvente. Muchos criticarán al engendro, aprovechando que hasta la pasta de los dioses acaba cansándose, a ratos. Siempre olvidando lo obvio: que sus golpes no son de este mundo.

El Valencia, por su parte, se sentará en el diván con no menos dudas.

— Explíqueme cómo ha sido su temporada. No obvie detalle, tenemos tiempo.

— No lo sé.

— ¿Cómo?

— Pues… que no lo sé. De verdad, no sé lo que he hecho, ha sido como un viaje a Las Vegas. Al principio estaba Nuno, que estaba muy agresivo. Fui a por cubatas. No estaba. Me dormí en un rincón y luego me desperté con Gary Neville. Luego, no sé.

— …

Vienen con una absoluta necesidad de hacer algo digno, pero sabiendo que llegan renqueantes. Los blanquinegros tuvieron al fin un partido correcto en la anterior jornada, contra el Sevilla. Más allá del resultado y de las dudas que pudiera generar el nuevo entrenador interino, sí es cierto que el 4-3-3 utilizado de desplegó con un juego coherente y con la aparición de dos figuras fundamentales para el equipo: Rodrigo Moreno y Santi Mina.
Ambos jugadores han ido dando buenas sensaciones puntualmente en la segunda vuelta. Santi Mina, bisoño, necesitó suerte y contextos favorables para empezar a mostrar las inacabables cualidades en conducción que atesoran sus zancadas elásticas. Sin ir más lejos, contra el Sevilla ni siquiera era titular: fueron las molestias de Piatti en el calentamiento las que le permitieron jugar desde el primer pitido del árbitro hasta el minuto setenta y siete, después de haber realizado su partido más serio en primera división hasta ahora.

Rodrigo, por otro lado, parece haberse quitado de encima la losa de su precio, que le agarrotaba. El “click” pareció darse después de una lesión. Le fue bien, volvió fino, jugando con una inteligencia y determinación que no se le conocían en Mestalla. Es el hispanobrasileño un futbolista premier, que funciona cuando el ritmo es alto y solo cabe ser una centella. Le ha costado más de una temporada, pero parece estar haciéndose a la Liga.

Por dentro, viejos conocidos. Serán tres los que jueguen, pero son cuatro los esenciales. Fuego, Parejo, Gomes, Pérez. En teoría, combustible para uno de las mejores medias de Europa. En teoría. La temporada de Parejo y de Gomes ha sido paupérrima. Del madrileño conocemos las debilidades, sabemos que es flojo a ratos, grandioso cuando quiere y muchas veces pasando de ser cerebral a dubitativo sin que nadie entienda por qué. Uno se enfada, pero es Parejo, es el arquetipo del mediocentro tan fino como maldito, de esos jugadores que enriquecen al fútbol con su tragedia vital. Pero al lado tiene al Zlatan descerebrado de los centrocampistas, y eso sí es desesperante. Un tipo que roza el metro noventa, que la lleva pegada al pie y que va levantando el césped en cada una de sus aceleraciones. Además, es guapo. André Gomes, que lo tiene todo para ser el pelotero de la década, André, incapaz de darle sentido al juego o de culminar una de sus portentosas contras con un sencillo pase al hueco. Está de suerte Ayestarán, ya que dispone de Fuego, sobrio y en un buen estado de forma, y de Enzo Pérez, que juega tan bien al fútbol que ha sido castigado por su hibris con la racha de lesiones más impresionante en un jugador que no sea Vermaelen.

No lo tiene fácil el Valencia, que viaja a Barcelona sin variantes en el baquillo. Sin Piatti, sin Fegouli o Bakkali. Solo tendrá un plan y tendrá que ejecutarlo consistentemente, más allá de los previsibles arreones iniciales y las dudas que puedan generar en unos jugadores locales en plena terapia, en diálogo con su psiquiatra: la grada.

Un detalle un tanto triste le da cierta posibilidad de sorpresa táctica a Ayestarán: su plan en escenarios como el de mañana es absolutamente desconocido. Eso, que parece una nimiedad, suele ser una parte fundamental del “efecto cambio de míster”. Luis Enrique no puede haber preparado el partido contando con la psicología del rival en lo que respecta su dirección de campo porque es una incógnita hasta para los suyos. A Mustafi también le pica la curiosidad, como a nosotros. De hecho, ni siquiera Mustafi, teórico titular, sabe a qué atenerse y es poco probable que conozca de antemano su pareja de baile. Sabe que Vezo, un central que se anticipa y que por lo tanto sería una buena opción no viaja por decisión técnica. Sabe que Abdennour es incapaz de distribuir y se pasa de expeditivo, mientras que Santos es joven, inexperto, y con la peor salida de balón del equipo. Sabe quienes pueden ser su compañeros, pero no tiene ni idea de qué querrá hacer Ayestarán defensivamente. Shkodran tiene muchas preguntas sin respuesta, hasta mañana. Luis Enrique también.

Si tuviera más profundidad de banquillo, la escuadra che podría ser candidata a romper en velocidad con Mina o Rodrigo haciendo algo en la punta de ataque. No es el caso, así que todo estará entre Alcácer y Negredo. Buenas noticias para Mascherano y Piqué. No es solo una cuestión de forma o de calidad individual, sino que el Valencia no casa bien sus medios con sus delanteros. Una media tan pesada y unos centrales dubitativos en la salida piden a gritos velocidad y autosuficiencia, y eso es justo lo que no pueden dar los delanteros en nómina. Con ese condicionante, las contras suelen ser difíciles. Pongamos que juega Alcácer. Paco es muy diferente a Griezmann, no tiene un radio de acción excesivamente amplio, no llegará donde llega el francés para desestabilizar y contemporizar. Alcácer es, sin duda, perfecto para jugar con un equipo de buen ataque posicional y capacidad para tener el balón. Es, curiosamente, un delantero perfecto para el actual Barcelona.

Cuando Luis Enrique lance a sus carrileros y los apoye con todo lo que tiene en juego interior para que Messi, Neymar y Suárez trabajen las costillas che por aplastamiento, los once del Valencia tendrán que salir de la cueva en base a un plan que no han ejecutado con su nuevo técnico. Esa, podemos aventurar, será la fase culminante de su introspección y de su búsqueda de uno mismo en este final de temporada. Si lo consiguen, si son capaces de salir con criterio y enlazar con esa delantera que no acaba de encajar… quizá entonces puedan lanzar una pregunta molesta a los blaugrana ¿Por qué solo con ese tridente? Quizá entonces puedan pasar las preguntas incómodas.