Me he despertado ñoño. Y es que hoy no es un día cualquiera para el culé. Muchos aficionados de equipos modestos me leerán y me tacharán de cínico o incluso se reirán, pero la historia del barcelonista estaba llena de amarguras, sofocones y disgustos antes de llegar hasta hoy. Es por ello que todos los culés nos tenemos que agarrar a días como hoy y vivirlos con pasión, conscientes de la suerte que tenemos de tener a dos de nuestras secciones luchando casi a la misma hora por la gloria. Hay más, claro, pero estas dos son las que yo sigo más intensamente. A lo que voy: ser del Fútbol Club Barcelona es un regalo maravilloso por días como hoy.

Evidencio todos los síntomas de alguien que se está haciendo mayor, lo advierto antes de que continúen leyendo. El dónde estuvimos, con quién y qué hicimos durante tal evento deportivo importante son las historias de la mili de nuestros padres para nuestra generación. Todos los que vivimos el deporte apasionadamente recordamos cada instante glorioso como si lo estuviéramos viviendo nuevamente y no hubieran pasado los años.

Yo todavía estoy en mi casa llorando con las manos en la cara a la vez que Belletti en París. Me sigo emocionando al recordar los gritos que nos dedicamos mi «hermano» Serafín y yo con el Iniestazo en el Bridge hasta quedarnos afónicos. Aún guardo y utilizo mi televisión LG de 18 pulgadas en la que vi la final de Roma porque mi compañera de piso (madridista), quería ver otra cosa. Da igual, esa tv siempre será la de la 3ª. Inolvidable también el 5-0 al Real Madrid de la 2010-2011, el mejor partido que he visto nunca del Barça, y que vi en un bar de Bruselas. Recuerdo cada sensación y jamás olvidaré las dos canciones que sonaron inmediatamente tras el pitido final: Beautiful day de U2 y We will rock you de Queen. Parecerá mentira, pero esas canciones ya no han vuelto a ser lo mismo desde aquel día, mi banda sonora de «la manita». Aún sigue capturada en mi mente la pantalla de mi mejor chat de grupo tras el segundo gol de Messi al Bayern hace casi un año. Y así podría seguir así hasta mañana.

Eso en cuanto al turno de noche, pero antes el Barça de basket se juega el primer partido por un puesto en la F4. Soy el primero que discute el formato de la final a cuatro en Euroliga porque no prima la justicia, pero hay que reconocer que lo que provoca ese fin de semana en los aficionados involucrados no tiene parangón. Y los que vivimos el basket con la misma intensidad que el fútbol recordamos cada Final Four disputada, con sus enfados, sus alegrías y sus decepciones.

Hace unos días se cumplieron 20 años del probablemente mayor atraco de la historia del baloncesto europeo, el tapón de Vrankovic. Yo no tengo recuerdos de eso y mucho menos de esa pesadilla llamada Jugoplastika porque por aquel entonces mi tiempo se dividía entre mi pasión por la tauromaquia y por el fútbol. Con el tiempo descubrí que no llegaría a ser ni como Juan Antonio Ruiz “Espartaco” ni como Hristo Stoichkov (mis ídolos), así que me corté la coleta, colgué las botas y aquí estoy, escribiendo. La comunicación es la salida más fácil de la frustración, al menos en mi caso.

Así que mi primera F4 se llama Barcelona 2003. Mi pasión por el baloncesto comenzó en la segunda temporada de Djordjevic, la amargura de su marcha y los últimos años de Aito. Y entonces llega un tal Pesic, un larguirucho que se parecía a un personaje de Scooby Doo y Bodiroga, ese señor que te dejaba con la cara como la suya al lanzar tiros libres cuando le veías jugar. El 11 de mayo de 2003 el Barcelona de basket ganaba su primera Euroliga al mismo tiempo que los de fútbol empataban a 0 en el Pizjuán en aquella temporada en la que se tocó fondo. Me recuerdo en la calle del bar familiar con mi amigo Víctor escuchando por la radio el partido porque en la televisión estaba puesto el fútbol. No se olvidará nunca esa conversación cuyo resumen vendría a ser «con los disgustos que nos dan los de fútbol y mira los de baloncesto». Han pasado casi 13 años desde aquel día, pero hay instantes que te unen de por vida a alguien, y ese es el mío con mi amigo.

Nos las prometíamos muy felices los culés, pero el globo se pinchó pronto y dio paso a años de decepción. La era Ivanovic no fue lo que se esperaba, y su única presencia en F4 (2006) acabó como cabía esperar, en fracaso. Ni vi el partido de semifinales contra CSKA porque era el día de mi graduación en el instituto. Era el fin de una era, que diría aquel, el inicio de una etapa que me aterrorizaba, una cena y fiesta posterior al acto insufrible para alguien ciertamente insociable como yo y, para colmo, las alertas de marcador por las que Marca nos atracaba no dejaban de darme malas noticias procedentes de Praga. Resultado: un día de mierda y la 1 AM en casa.

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Siguiente F4, Berlín 2009, la primera con Xavi Pascual en el banquillo, contra CSKA otra vez en semifinales. Era un buen equipo ese Barcelona jugando contra otro equipo mejor y con más experiencia, un ciclo moscovita que ya iba llegando a su fin. Habían pasado seis años desde ese 11 de mayo de 2003 en el que escuchaba la radio fuera del bar y yo había pasado de la calle a la barra, así que me tocó ver el partido como podía trabajando y realizando auténticos esfuerzos por no tirar la caña encima de alguien porque temblaba. Todavía tengo pesadillas con la imagen de Siskauskas armando el brazo, pero cuando acabó aquel partido un pensamiento atravesó mi mente como un fogonazo y mi tristeza se evaporó: la Euroliga siguiente era nuestra, no tenía ninguna duda. He tenido dos veces en mi vida una visión tan clara del futuro, esta mencionada y la otra en fútbol tras la eliminación en Stamford Bridge en 2005. En ambos casos se trataba de dos muy buenos Barcelona pero a los que les faltaba un año por cocinar.

París, 2010. El sueño de todo universitario que comparte piso: todo para mí. Mis compañeros se habían ido a sus respectivos pueblos y yo me quedaba preparando los exámenes y haciendo trabajos. Programé todo ese fin de semana pensando en que el domingo jugaríamos por la final, lo sabía. A la gente le gusta ver los partidos con sus amigos, con su familia (¿hay algo peor que ver un partido importante con tu madre?) etc. A mí no. Me gusta sufrir solo, gritarle a la televisión, soltar algún insulto y llorar o extasiarme según la ocasión. Se suele decir que la semifinal de una F4 es más dura que la final, y en el caso de esta cita fue así, sin duda. Tras ganar al “maldito” CSKA por fin en semifinales el Barça hizo en al finalísima la de España en el Mundial de Japón y arrasó a los griegos como si no hubiera rival delante. Somos mejores y no te vamos a dejar siquiera jugar la final, debieron pensar antes de salir a la pista. Y desde entonces ya nada ha sido igual.

La Final Four de Estambul en 2012 es uno de los recuerdos más tristes que tengo como culé. Se sabía que jugábamos contra un rival inferior, pero el sentimiento de impotencia era tan enorme que desesperaba. Fue un partido igualado el de semifinales ante Olympiacos, con el Barça dentro del partido siempre, y sin embargo con la sensación continua de que ni jugando 6 horas más al baloncesto el Barcelona se hubiera llevado ese partido. Consumada la derrota no había ni rabia ni enfado, sólo tristeza.

Londres 2013 era una F4 rara porque las semifinales deparaban un clásico y, tras el triunfo de Olympiacos ante CSKA en la otra semi, la sensación era de que el que pasara tenía grandes posibilidades de triunfo, que era casi una final anticipada. Es verdad que Olympiacos había ganado muy bien a CSKA y, que bueno, el título ganado un año antes fue una casualidad provocada por la pájara rusa. El partido fue muy parejo y lo tuve que dejar por un compromiso un instante, y en el trayecto de metro sin cobertura Felipe Reyes se bastó para hundirme en la miseria. No sólo dolió por la derrota, sino porque era prácticamente darle el título al eterno rival. Aún así la sensación fue de que al Real Madrid le faltaba algo para ser campeón, y aunque pensaba que se impondría en la final, Olympiacos se encargó de recordarnos de qué pasta está hecho.

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Milan 2014. No sé de qué me hablas. Algo pasó que perdí toda la memoria respecto a todo ese fin de semana. Se dice y se cuenta que el Barça no se presentó a jugar la semifinal del viernes, y que un día después el Atlético empató en el Camp Nou, lo celebró como si hubiera ganado una Liga y además salió ovacionado. Yo no me lo creo aún. Sólo sé una cosa, y es que de Milan no puede salir nada bueno. Empezando por la iluminación de la pista que (me dicen) fue infame y siguiendo por la ciudad en sí. He estado dos veces y no me gusta, de hecho me horroriza a pesar de que el mejor concierto que he presenciado fue allí. Llamadme tonto, pero lo de este año en fútbol ya me huele mal por la ciudad que acoge la final.

Conste que he advertido que me estoy haciendo muy viejo, y este texto probablemente fuera más oportuno cuando llegue la cita de Berlín (que va a llegar), pero hoy es un gran día para soñar. La historia del Barça de basket nos cuenta que es durísimo pisar una F4, pero que cada una de ellas deja un poso imborrable en la memoria de cada uno. El que lea este texto puede pensar (y con razón) que qué le importa a él mi vida, pero yo al menos quiero añadir un capítulo más a mi memoria. Yo creo que de llegar a Berlín es más fácil que almacenemos algún recuerdo de dolor que de éxtasis, pero ¿por qué no soñar? Siempre es un buen día para ser barcelonista, pero hoy más si cabe.