La historia del Fútbol Club Barcelona, desde que esta se cubrió de trofeos, victorias y grandes epopeyas, ha estado personificada en cuatro entrenadores que, siguiendo un estilo común implementado por el primero de ellos, presentó ciertas variantes tácticas, casi siempre relacionadas con las características de aquéllos como jugadores. El Dream Team recordaba al maravilloso desorden ordenado, al baile de posiciones para llenar todos los espacios que supuso Johan como jugador y su Ajax/Holanda como conjuntos. Rijkaard aportó el orden que el conoció en Italia y con Sacchi; y Guardiola, el jugador que no podía perderla porque no sabía como recuperarla, dio el último giro de tuerca al construir un equipo que maravilló a todo el continente desde la posesión. Todos, eso sí, desde un punto común, desde una piedra filosofal sobre la que pivotaría todo el conjunto: el mediocampista de posesión, ya fuese de 4 o de 6, ya fuese Amor, el propio Pep, o Xavi. Hasta que llegó Luis Enrique.

Luis Enrique fue interior (en realidad fue casi de todo) durante casi una década en Can Barça. Pero no un interior como los que nos podemos imaginar ahora de posesión, de toque, de juntar y de soltar. Lucho, centrocampista de rasga, garra, entrega y llegada se caracterizó por ser un jugador dinámico, que abarcaba campo, que olía el área y con ese punto de intensidad tan necesario en el equipo y que tan pronto enganchó con el respetable. Y este sello, como el de sus 3 victoriosos precedentes en el banquillo, quedó impregnado en su equipo.

Es cierto que el arquitecto, por muy creativo que sea, se ciñe a los materiales, al contexto y a la necesidad. El asturiano, cuando es presentado en 2014 ya no tiene entre sus manos al Barça de Pep, aquel que no la perdía, pero su aspiración no fue nunca esa. Para que nos entendamos, dejó irse a Cesc sin demasiados miramientos, Xavi fue al banquillo desde el minuto 1, y se fichó a Rakitic, un mediapunta con más ganas que alma para ser constructor en vez que, por decir dos nombres a Verratti o Kroos. Y para colmo, una delantera con Messi y Neymar fue coronada con Luís Suárez, el delantero más vertical, irreflexivo y, permítaseme, irreverente del panorama internacional. Adiós pase horizontal, hola pase vertical.

Es en este Barça en el que aterriza André Gómes, el sugestivo mediocampista portugués. Y es necesario especificar que es en este Barça y no en otro dónde quizá solo pudiera ser posible esta incorporación. Gómes viene para perpetuar la idea del año I del asturiano, y para volver a ello tras el paréntesis que supuso el año II.

La lesión de Lío Messi, en septiembre del año pasado, dejó sin motor a un equipo que quería ganar andando tras ganarlo todo corriendo. El argentino fue el protagonista de la temporada individual más espectacular que se recuerda en cualquier jugador que se haya calzado unos botines, partiendo desde la banda derecha, regateando y metiendo su pase combado. Pero la idea se acabó con la conquista de Berlín. Correr ya no era opción para el jugador que decide andando, y además su mano izquierda -Neymar- ya no encontraba el espacio con tanto gusto como antes. La idea primigenia debía congelarse como un amor de verano esperando mejor ocasión.

Como decimos, no hubo tiempo a terminar el cuadro, aunque sí a ver los primeros trazos del pintor. Lío cayó lesionado, volvió un mes antes de Navidades, y cuando se cambia de calendario, con la llegada de las eliminatorias coperas y europeas, no hay tiempo a evolucionar, a trabajar. La consecución del plan quedó coja, como el argentino tiempo atrás, y algunos problemas como el ataque posicional y la obtención de la profundidad, quedaron en pause. Sin embargo, lo que veremos en el año III quedó apuntado -y refrendado contra el Betis-. Messi ha obtenido una libertad posicional y de acción nunca vista, ni en él mismo, en estos más de 25 años de modelo culé. Y mientras él revolotea cual mariposa en el campo, los demás deben acoplarse a sus distintas alturas y espacios liberados. La rigidez posicional de otrora ha dejado paso definitivo a los jugadores de varias alturas, a los que pueden estar en la sala de máquinas, en banda o en la frontal. Exactamente, ha dejado paso a Andrés Gómes.

El mediocampista portugués nunca podría ser un Xavi, un jugador que esconda el balón por medio del pase y de la posesión. Sin embargo, su movilidad, su físico, y su zancada, son ideales para el Barça de Luís Enrique. Con su fichaje se ha conseguido a un interior capaz de coger el balón a 50 metros de la portería y dejarlo en la frontal, o en la línea de fondo incluso. Su nivel asociativo aún no está en los mejores, aún no sabe dialogar con sus compañeros y aún no sabe tocarla sin que se note que pasa por él. La pelota grita cuando André la acaricia, y eso en el conjunto de la armonía en la posesión hace que aún se arquee una ceja a la hora de imaginárselo a toda vela. ¿La primera solución? Que visite el costado izquierdo.

La banda derecha del Barça, con la salida de Alves y la llegada de Denis plantea una pregunta sin resolver pero con una respuesta conocida: se jugará a lo que Lío demande ahí. Este es el principal problema para que el ex-valencianista se adapte a este costado, conocido su protagonismo y sus limitaciones para construir con balón. Recordémoslo, no es un playmaker, lo cual no presenta mayor dificultad porque lo será el astro argentino, pero aún no dialoga bien con sus compañeros. Y Messi disfruta de las buenas conversaciones.

El interior izquierdo es propiedad de Andés Iniesta, el jugador que se ha hecho grande desde la conducción, el esquivar muñecos y el dejarla preparada en la frontal. Justo en lo que es bueno el portugués. Es un diseñador de jugadas individuales, un hombre con la capacidad de realizar la acción definitiva en el campo, que gire el encuentro y al rival. El costado izquierdo sí parece presentarle mejor acogida, con otra particularidad: si bien es cierto que su talento se mide en quintales por debajo del del manchego, su capacidad para decidir en el marcador, por medio del gol o del pase, es mucho más elevada que la del héroe de Stamford Bridge. Y aquí es, justo en medio de frases concretas, donde mejor puede hablar con el cinco veces balones de oro. Si Messi puede, volverá a meter la comba a la llegada de Alba y Neymar, con la segunda línea preparada en la frontal. Y si no puede, hará cambios de juego donde el lado débil zurdo se presente presto a gol. ¿Será el año más goleador y asistente de un interior izquierdo en lo que va de siglo? Apuesten por ello.

Para concluir, estamos ante un fichaje de impacto, un hombre de esos que ningún gran club debe titubear en fichar. Bien optimizado gana partidos y puede decidir títulos. Y está enfermo de juventud. El Barça ha fichado a un jugador de esos que mejoran plantillas y que llenan de contenido la posición en la que juegan. Ahora es tarea del entrenador y del club encontrarle su mejor posición y no confundirse ante lo que tienen delante. Porque la belleza de André hipnotiza tanto como confunde.