Es tradición comenzar a dar la matraca con el Balón de Oro una vez se sobreviene el otoño y crujen las pisadas sobre las hojas desvanecidas.

En Rondo Blaugrana somos gente de bien y de orden y nos afiliamos a esta incomoda pero inevitable liturgia que -Dios me oiga-, ojalá pase de moda más pronto que tarde, como Ramoncín y los pantalones tipo campana.

¿A qué parámetros se acogen los votantes para designar con sus adhesiones al mejor? Evidentemente la pregunta es retórica y nada se sabe de orientación alguna que pueda guiar a quienes han de emitir los veredictos. Claro que el fútbol es el nirvana de la subjetividad y, más allá de cierto grado de honestidad, poco se puede exigir a un tío ante la absurda tesitura de tener que elegir al que ha sido el mejor durante el año natural en cuestión.

Pero, ¿cómo se puede dirimir de un modo más o menos preciso quién ha sido el futbolista más destacado/decisivo de enero a diciembre?

Cojamos esta edición como paradigma. Dice la teoría (bueno, si solo fuera la teoría…) que Cristiano Ronaldo se agenciará su cuarta Glam Ball. Ok, bien, vale. ¿Ustedes creen que Ronaldo ha jugado mejor al fútbol desde enero que Messi?

A ver qué dice la aritmética, ese argumento que con tanta recurrencia esgrimían los partidarios de CR7 en ediciones pasadas. Pues bien, nos indica que el mejor goleador de 2016 es de momento Messi (41) y el mejor asistente también es Leo (29). Que conste que, en opinión de quien esto firma, los números en bruto poco tienen que decir a la hora de evaluar el rendimiento de un futbolista; la intención de estos datos no es otra que denunciar un criterio arbitrario por el cual a veces pesan más las redes y otras los metales, qué cosas.

El 7 del Madrid ha ganado la Champions y la Eurocopa, ambos torneos cortos y eminentemente coyunturales, este año más que ningún otro. Porque, sin ánimo de menospreciar al Wolfsburgo, a los húngaros, a los galeses y a Manuel Pellegrini y su Manchester City, las sendas travesías de Ronaldo hacia las finales resultaron extraordinariamente confortables.

Además, el desempeño del mejor futbolista europeo que vieron los tiempos –si establecemos una relación entre nivel de rendimiento y años en la cima, ninguno nacido a este lado del charco se le puede equiparar- en los días D nada tiene de destacable; en Milán fue una presencia fantasmagórica y en Saint-Denis, por un desgraciado lance con Payet, apenas pudo jugar cinco minutos.

Leo Messi lideró al campeón de la Liga en que compiten los dos finalistas de Copa de Europa, descorchó la final de Copa con su característico envío a Jordi Alba y completó una Copa América fantástica (participó como asistente o goleador en diez anotaciones), rubricada por una actuación muy épica en la final de un torneo que, dicho sea de paso, tampoco le planteó gran exigencia hasta el último encuentro ante Chile.

Con Messi siempre conviene que hable el propio juego, porque su crecimiento como arquitecto del juego no lo recogen los dichosos algoritmos, aunque en síntesis podríamos afirmar que estamos ante quizá el año o uno de los años más sobresalientes del futbolista más sobresaliente, ese que sobrepasa la calificación de 9.5 en pase, regate, definición, visión, lanzamiento lejano, ejecución de faltas y cualquier categoría rebuscada que se les ocurra.