Podemos afirmar sin temor alguno que el Sevilla de Jorge Luis Sampaoli ha levantado esta temporada más expectativas que casi cualquier equipo del continente. El atractivo de su propuesta, unido a un grupo de trabajo de contrastado impacto público, contribuyó a la creación de un coctel informativo que copó portadas y acaparó a una audiencia futbolística ávida de historias de superación y de épica.

Después de un inicio de temporada en el que el juego no acompañaba a los resultados, el Sevilla de Sampaoli, poco a poco, empezó a conocerse a sí mismo. El técnico de Casilda buscó sin descanso la fórmula, cuyo objetivo prioritario era preparar al equipo para la Champions League. Pasamos de un Sevilla arriesgado y casi temerario a otro que seguía buscando la portería contraria pero también se organizaba para proteger la suya.

Y así fue articulándose un Sevilla en el que N´Zonzi era la pieza clave de la estructura y Samir Nasri el encargado de marcar la diferencia. Y durante unos meses en los que Nasri exhibió una exuberancia física incontestable, el Sevilla parecía asentarse en un proyecto gigante. Sampaoli podía permitirse el lujo de rotar y cambiar el esquema en función del rival, y el equipo respondía. Las alternativas al plan inicial eran básicas, más antiguas que el mismo fútbol, pero funcionaban. Iborra acercándose al área y Correa para atacar la espalda de la línea defensiva rival cazando casi cualquier prolongación.

El Sevilla se asentó sobre la defensa de 3. Una línea de 3 centrales asentaba una estructura posicional en riesgo por desequilibrio, y comenzaron a desaparecer (o al menos disimularse) carencias. El apoyo por delante de la línea defensiva lo conformaban N´Zonzi y Nasri, con Vitolo y Mudo Vázquez en el siguiente escalón para facilitar la progresión por dentro, y Escudero y Mariano abriendo los costados.

Pero en algún momento del intrépido camino todo empezó a difuminarse. El Sevilla atraviesa una racha negativa, no ya a nivel de resultados, sino de juego. Casualidades o no, coincide plenamente con el descenso en el rendimiento de jugadores como Samir Nasri. Desde el momento en el que Nasri ya no da la misma respuesta física y posicional que tanto necesita el Sevilla (recibir la pelota en todas partes) al equipo le cuesta la vida saber organizarse. N´Zonzi ha mejorado a la hora de filtrar pases entre líneas, pero el Sevilla precisa de un buen receptor con talento para conducir y meter al equipo en campo contrario, y con la suficiente capacidad como para generar sociedades a su alrededor. Nasri ya no aparece por tantos sitios y al Sevilla le falta claridad de ideas. Cuando la estructura falla la necesidad se centra en lo individual (Vitolo), pero el colectivo se desmorona y la eficacia de la idea cae por un precipicio.

El Sevilla, independientemente del esquema desde el que trate de organizarse, vive en un momento de bloqueo mental importante. No se trata de piernas, se trata de que el grupo ha sufrido ciertos contratiempos a los que no ha sabido dar respuesta y se encuentra en un momento de debilidad competitiva. El equipo intenta hacer las mismas cosas que antes, la propuesta no ha variado en absoluto, pero la ejecución ha perdido brillo.

Ante el FC Barcelona huelga decir la dificultad del partido para los nervionenses. Un equipo al alza, con un 1-3-4-3 bastante paradigmático (que deduce errores importantes que pueden castigar los sevillistas), con Neymar recibiendo la pelota muy atrás y organizando cada ataque del FC Barcelona, frente a otro venido a menos, que no ha olvidado su idea pero que está bloqueado, sin saber muy bien qué camino tomar para retomar el proyecto. Sea como fuere, un partido para disfrutar entre dos rivales de máximo nivel.