Empecemos por lo que sabemos: con la partida de Neymar, el Barça –Messi aparte- pierde su activo más valioso de manera abrupta, ya comenzado agosto y sin que en el mercado parezca haber opción de encontrar a un futbolista del corte de El Hijísimo que se aproxime siquiera a su nivel. Más allá de la coyuntura actual, el Barça valoraba la carta Neymar como ese as que, una vez abdicase el rey de la baraja, asumiría con naturalidad el huérfano trono que llevaba años preparándose concienzudamente para ocupar. Es pertinente recordar, además, que el brasileño era el único futbolista del once del Barcelona, junto a Umtiti, Ter Stegen y Sergi Roberto, que no se hallaba inmerso en la treintena o próximo a la misma.

Pero, entre tanto nubarrón, se filtran rayos de luz; porque también sabemos que el Barça, con o sin Neymar, precisa de una vuelta de tuerca. El proyecto de Luis Enrique, tras brindar doce fantásticos meses de fútbol a lomos de la MSN, acabó consumiéndose de mala manera, convirtiéndose el azulgrana en un equipo que acumulaba muchas más certezas individuales que colectivas y que empequeñeció a los centrocampistas a medida que iba in crescendo la dependencia del trío de delanteros.

La sobrevenida huida de la tercera pata del tridente, no obstante, facilita de forma extraordinaria el golpe de timón que se antojaba necesario meses antes de la partida del otrora ‘11’ del Barcelona; ya que, pese al traspaso de poderes en el banquillo, las opciones de cambiar verdaderamente de rumbo con la MSN vivita y coleando eran más bien limitadas. Y Ernesto Valverde lo sabe.

El Txingurri ha arribado al Camp Nou con un discurso tan evocador si nos retrotraemos a Guardiola o Rijkaard como transgresor si tomamos como referencia a su predecesor, el hosco Luis Enrique. Las máximas que sintetizan el ideario (y las intenciones) de Valverde se pueden desglosar en un par de manidas expresiones: presión y posesión, ambas denostadas en los últimos coletazos de la Era Lucho. Una vez extinta la mejor delantera que ha visto L’Estadi, el nuevo míster posee la potestad (casi la obligación) de reformular la propuesta heredada de Luis Enrique a propósito de embarcarse en la muy noble empresa de recuperar la extraviada esencia cruyffista.

Para el éxito de su misión, Txingurri puede emprender múltiples senderos; fichar Dembele’s y Coutinho’s, implementar otras tantas formaciones o poner a Douglas a bailar sardanas al borde del área, nos es indiferente. Solo queremos tener la pelota el 95% del tiempo, recuperarla en cuanto la perdamos y, de paso, retomar la sana costumbre de dar tropecientos pases con aspecto anodino en el centro del campo.

Si el Barça vuelve a mirar el fútbol con los ojos de Cruyff, el adiós de Neymar, además de oportuno, habrá sido una bendición.