Los detractores de Luis Enrique le achacaron sobre todo que, en tres años, no fue capaz de hacer crecer el proyecto. Si miramos su etapa en global, su mejor fútbol y la época dorada de ese trienio, fue el tiempo que va de Enero del 2015 hasta final de dicha temporada, en la cual el equipo, que partía de cero, recordemos que el asturiano tenía un pie fuera esa Navidad, llegó a convertirse en el mejor club del mundo, ganando el triplete de manera incontestable. Imperando el rodillo y aplastando a sus rivales domingo sí, miércoles también.

A partir de ahí la apuesta parecía clara; galones a los tres de arriba y juego orientado a que la delantera atacante impere y promueva su peso en el juego y en el partido, y como no había delantera mejor, a poco que en el partido pesara la misma, el resultado era evidente: aplastamiento rival. A partir de ahí, el peso en el centro del campo fue remitiendo jornada a jornada. Con la salida de Xavi la temporada siguiente, aunque ya en esta tuvo un papel quizá no diríamos residual, pero sí poco diferencial. La tendencia era clara.

Aun así Luis Enrique siempre explicó que su apuesta por Arda en esa su segunda temporada era precisamente buscando eso, las “dos velocidades”. Un equipo capaz de seguir siendo vertiginoso cuando tocaba o dominador del balón y más “horizontal” si se quiere, cuando el devenir del juego demandaba eso. Fracasó. En el sentido que no funcionó la segunda parte de la ecuación. El equipo seguía demandando, casi por su propia inercia, ese desborde que desarbolaba al rival y solo cuando Leo, futbolista más total que nunca con el asturiano, requería la pelota en medio campo, esta dormía en su pierna izquierda que marcaba los tiempos más que el reloj de la muñeca del árbitro de turno.

Seguía habiendo lagunas en la salida de balón sustentadas en jugadores de una calidad extraordinaria o, sin ir más lejos, un portero cuyo desplazamiento en largo con ambas piernas no creo que haya diez jugadores de campo en primera división que lo tengan… y con esto llegamos al final de la etapa del asturiano. La falta de títulos relevantes en su tercera y última temporada, aunque recordemos que se ganó con brillantez la Copa del Rey, hizo el resto. Y llegó Valverde.

Y aquí viene un choque cultural sin precedentes en este club. Con Ernesto parecía que se volvía a apostar por el fútbol de posición que tan inculcado en el ADN Barça ha estado históricamente. Pero la realidad dicta otra cosa, no hay más que ver cualquier partido o incluso highlight del actual City de Guardiola, para darnos cuenta cuán lejos estamos de dicho fútbol. Se gana, se suman puntos, existen momentos de buen fútbol y, sobre todo, se tiene una efectividad cara al marco rival que asusta al más pintado. Se nos caen los goles, como se suele decir. Pero los más pesimistas auguran vacas flacas en cuanto lleguen los meses decisivos de la competición, pues parece un equipo con un techo menor y que, si me apuras, quizá ya haya alcanzado.

Paciencia. Esa virtud tan extraordinaria en el aficionado a pie, pero que quizá los que entienden el fútbol de otra manera, si deberían revisitar. Todavía no sabemos a qué huele este equipo. Se han pulido temas puramente futbolísticos, como la manida salida de balón, pero aun da la sensación de equipo corto de recursos. El bajón en la plantilla parece evidente. De hecho los periódicos siguen despertándonos cada mañana con nuevas caras. Fichajes. Estamos en Noviembre…