A raíz de una sincera entrevista para la revista Panenka, el centrocampista portugués se ha convertido en el tema del día de todos los medios deportivos. En el punto de mira desde que aterrizó en la ciudad Condal, André Gomes es todo un ejemplo de cómo la presión mediática es un aspecto determinante en la evolución no solo del futbolista, sino también de la persona. En la élite, por descontado, también hay ansiedad, miedo e inseguridad. No todo es tan idílico como intentan vendernos.

La realidad es que André en ningún momento ha terminado de acomodarse a Barcelona. El proceso de aclimatación se está dilatando en el tiempo más de lo esperado y, en un contexto donde prima la inmediatez, el azulgrana se ha convertido en el centro de todas las miradas. Ousmane Dembelé, por supuesto, también ha sido atizado por el rendimiento; un jugador de 20 años que ha sufrido dos lesiones graves en apenas medio año que lleva en el Camp Nou.

El clímax de su situación se produjo hace ahora dos semanas. El Barcelona se jugaba media Liga en el Camp Nou frente al Atlético de Madrid y André Gomes saltó al césped por un maltrecho Andrés Iniesta. Y entonces, llegaron los pitos. Pitos que pusieron en alza que el divorcio entre el jugador y la afición azulgrana, exigente como pocas, parecía del todo irreversible.

Pero, en una táctica diseñada a conciencia o como una simple coincidencia, el hecho de reconocer abiertamente que no se siente preparado para jugar en Barcelona -almenos en estos momentos- le ha brindado un alto al fuego y un voto de confianza. En la cita más exigente en lo que llevamos de UEFA Champions League, el portugués recibió el calor del público y consiguió algo imprescindible en estos casos: la empatía.

La crítica (de)constructiva ha existido siempre, pero en un escenario donde todo estar interconectado, lo cierto es que la exposición a ella es todavía más feroz. La sobredimensión del planeta fútbol ha derivado en una presión permanente, y André no lo ha soportado. Pero, así como hay mil maneras de revertir la crítica, el azulgrana lo ha hecho a través de la palabra. Y eso, en la tiranía de la superficialidad, es toda una gesta.

Porque la única verdad es que, en el aspecto futbolístico, André sigue teniendo en su haber el talento de ese mediapunta que despuntó con la elástica valencianista. Ese jugador diferencial que maravilló Mestalla y degeneró en una guerra abierta entre Barcelona y Madrid para asegurarse su futuro. No era -ni sigue siendo- casualidad que tanto Luis Enrique como Ernesto Valverde confíen ciegamente en él: de puertas para adentro es un jugador radicalmente opuesto al que salta al césped vestido de corto.

Aun así, no podemos pasar por alto un detalle: André Gomes no tiene una posición definida en el libreto de Valverde. Mediocentro con responsabilidad, interior de recorrido o más de fijación, mediapunta con libertad dentro de un rombo o incluso extremo profundo por el sector diestro son solo algunas de las demarcaciones que ha ocupado André siendo siempre un recurso y no un discurso. Es el pez que se muerde la cola: sin estabilidad en el juego no hay titularidad que valga; sin titularidad no hay no hay estabilidad en el juego.  La mente tiene el poder de dominar el cuerpo, pero no al revés. Y André, ahora por ahora, tiene esa batalla perdida. Pero si de algo podemos estar seguros es que, a sus 24 años, acabará explotando. Sea o no en Barcelona.