Un uruguayo en la montaña rusa
Uno de los nombres que más polvareda está levantando en los últimos días en el entorno blaugrana es, sin duda, el de Luis Suárez. El charrúa ha estado en boca del aficionado culé desde el inicio de temporada. No en vano, con sus virtudes y sus defectos, de sobra conocidos por todos, la campaña del killer uruguayo deja a las claras una serie de conceptos que pueden ser importantes a la hora de plantearse el corto-medio plazo de la entidad.
Suárez no engaña a nadie. Lucho ofrece cada tres días el 100% de lo que su cuerpo le permite, sin escatimar una gota de sudor por la camiseta del Barça, cosa que, como no puede ser de otro modo, el aficionado agradece desde el primer hasta el último minuto. El problema llega cuando, por las razones que sean, ese ansía desmedida por ayudar condiciona negativamente su rendimiento y el del equipo. Llamadlo ansía, compromiso o egoísmo, el nombre me da igual, pero hemos llegado a un punto en el que toca reflexionar sobre cómo afrontar el periodo de madurez de un delantero de 31 años.
La temporada de Luis Suárez, como la del propio Barça, no comenzaría de la mejor manera. Parecía pesado, lento, torpe. Las cosas ni siquiera funcionaban donde nunca habían dejado de hacerlo: en el área. La sequía goleadora del 9 culé, subsanada por el de siempre, hacían que por el mes de octubre/noviembre muchos se plantearan si el uruguayo volvería a mostrar el nivel de antaño. Incluso su ansiedad ante la falta de puntería le provocaba reacciones desmedidas con sus propios compañeros.
Pero los goles, como dijo un tal Ruud Van Nistelrooy, son como el Ketchup. Suárez mejoró su tono físico y las dianas empezaron a caer (en liga) al ritmo habitual. Mucha culpa de la ventaja culé en el torneo local se debe a los puntos obtenidos cada vez que Lucho se besaba sus tres dedos. Todo parecía encaminado a un ilusionante final de temporada hasta que llegó el dichoso parón de marzo.
El atacante acudió presto y dispuesto a la llamada de la celeste para la disputa de la celebérrima “China Cup”, donde disputaría 169´en apenas tres días, vuelta al mundo incluida.
Las sensaciones a su regreso no pudieron ser más negativas; octubre había vuelto. Titular indiscutible pese a la evidente falta de frescura y teniendo que jugar, en muchas ocasiones, lejos del área por el mal estado del equipo y la decisión de Valverde de replegar en exceso, a Luis se le vieron todas las costuras.
Hizo goles al Sevilla y a la Roma porque es un asesino. Cazó dos balones dentro del área que acabarían dentro hoy igual que dentro de tres años, porque ese instinto nunca le abandonará, pero el equipo le demanda cosas que, creo, Suárez no podrá volver a aportar.
Si bien nunca ha sido un virtuoso de la técnica, su juego lejos del área ha rozado tintes dramáticos. Primeros toques, controles o pases que no desearías que recibiera ni tu peor enemigo. Además, a campo abierto ha dejado de ofrecer las ventajas de 2015-2016 (Véase la jugada de Roma) y no parece que pueda volver a ofrecerlas.
Suárez no engaña a nadie, como se vio el sábado frente al Valencia. Consciente de su nivel y de la necesidad de curar la herida de bala recibida en el Olímpico, salió como loco por cicatrizar cuanto antes la sangría. Y lo hizo con un desmarque y una definición que nos dejan bastante a las claras lo que puede ser el futuro de su carrera.
Con un sistema que no le obligue a caer a bandas o recibir alejado del área ¿Podrá Suárez volver a ser definitivo? ¿O estamos realmente ante un “problema” para la confección de la plantilla a corto-medio plazo?
Las desoladoras estadísticas en Champions hacen dudar si, ya superada la treintena, el charrúa volverá a ser una pieza TOP en las grandes noches o simplemente quedará como un complemento para sumar a los +40 goles que Leo tiene que aportar campaña tras campaña.