Una bala para Gaspart, van Gaal y Antic

El Barça estrenaba siglo con dos cuartos puestos consecutivos. Algunos jugadores declararían que los sistemas tácticos de Serra Ferrer eran extraños e inefectivos, otros dirían que los entrenamientos de Rexach eran poco menos que como salir a pasear por la Barceloneta. El hecho es que tras dos cursos de presidencia y otras tantas apuestas personales arriesgadas y fallidas, Joan Gaspart se vio en la necesidad de apostar por algo presumiblemente más fiable y, sobre todo, por alguien con reputación, por aquello de desviar la culpa en caso de una nueva catástrofe. Era su última bala contra el fracaso. Así volvió al banquillo de la entidad catalana Louis van Gaal, como un salvador, al menos para el presidente. Pronto se había olvidado que dos años antes se marchó tras una temporada en blanco en la que, según él, había desarrollado su mejor juego, y que recientemente había abandonado la dirección de Holanda sin clasificarla para el Mundial del 2002.

«Pido a todo el mundo que me ayude. Soy consciente de que no todo el mundo está conforme con mi regreso, pero si todos estamos en el mismo barco, los éxitos llegarán». Suplicantes pero optimistas palabras del nuevo entrenador tras anunciarse su fichaje.

De entre la interminable lista de causas ajenas que refirió en su primer abandono, la más tangible fue la de perder su mano a mano con Rivaldo, quien acabó saliéndose con la suya y jugando de mediapunta, más para lucimiento de su reciente Balón de Oro que para optimizar la maquinaria del técnico holandés. Ahora en su regreso, con un Rivaldo que ya había conocido tanto el desastre en el equipo azulgrana como los problemas físicos y rozaba los treinta años, Louis se vio con la influencia suficiente para ajustar cuentas con el brasileño: carta de libertad.

Tras firmar el contrato el 17 de mayo de 2002 empezaba la confección de una nueva plantilla que ya presentaba un destacado inconveniente para van Gaal. Y es que aunque llegó en julio, en marzo la entidad había apalabrado con Boca Juniors el fichaje de Riquelme, quien a sus 23 años era considerado un dios bonaerense; para Macri, su presidente, » mucho mejor que Aimar», el crack de River. Así que antes de pensar en van Gaal, Gaspart había tratado de encandilar a la afición con la contratación del que en aquel momento sería el quinto extranjero. Como Rivaldo, un «diez», un jugador para hacer jugar bien a todo equipo que, como premisa, jugase para él. Como la de Rivaldo, una pieza que van Gaal no había utilizado jamás en sus sistemas y que, más que una bendición, probablemente se convertiría en un problema.

«Ganamos dos a uno al Racing. Me metí junto al cinco y le di los dos pases de gol a Kluivert. Al día siguiente, van Gaal me llamó delante de los compañeros y me dijo: usted es un desordenado», confesaría años después el argentino, aunque realmente el partido al que se refiere acabó 1-1.

 

Fuente: Mundo Deportivo

Pese a cuajar una buena pretemporada y un destacado inicio en la eliminatoria de Champions frente al Legia, durante aquella primera mitad de campaña Román fue tildado por el técnico de jugador poco implicado, acabó participando escasamente y, cuando lo hacía, posicionado en la izquierda. “Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene el balón, pero cuando no lo tiene, jugamos con uno menos”, le expresó el holandés a Riquelme .No sabremos si llegó antes el huevo o la gallina, pero resultó que van Gaal acertó cuando dijo que no era un jugador adecuado para su propuesta. Estadísticas en mano, finalmente no lo fue.

«Yo creo en las estrellas, pero la definición que yo tengo de una estrella es diferente a la que tienen la cultura de Cataluña o de España. Para mí, una estrella es un jugador que hace que su equipo juegue mejor». Poniendo como ejemplo a Zidane o Beckham, van Gaal quiso aclarar conceptos en esta entrevista en El País.

Astros aparte, lo cierto es que, en descargo de posteriores responsabilidades sobre el entrenador, tras las bajas y las altas veraniegas resultó una linda plantilla que opositaba a ser considerada la de menor nivel desde que Bosman llegase en 1996 con las rebajas. Empezando por la retaguardia, las salidas de Dutruel y Reina fueron cubiertas por el alemán Robert Enke, una recomendación de Hoek que resultó algo menos acertada que su anterior apuesta por Hesp, y por Víctor Valdés, a quien van Gaal, en su afán por mirar hacia la cantera, no dudó en dar la titularidad inicial sobre un Bonano que a sus 32 años seguía con un deficiente juego de pies y su rendimiento, precisamente en la cruda etapa post Hesp, había sido errático. De Enke solo vimos la eliminación copera y Valdés empezó mal, volvió al filial por ello, se enfadó con el técnico y, claro, no se tuvieron más noticias de él hasta el final de curso, ya con Antic en el banquillo.

Fuente: Mundo Deportivo

Pasando a una defensa que la mayoría de las veces se formaría con tres en el centro y dos en los costados, Frank de Boer, Reiziger, Anderson, Puyol, Christanval y finalmente Gabri y Mendieta circularon por ella sin orden ni concierto. Esto es, veteranos que se quejaban de los fallos cometidos por los jóvenes tras las derrotas, veteranos lesionados, un Desailly en potencia que finalmente se quedó en la nacionalidad y el color de piel, Puyol ganándose la capitanía, su jornal y el de Frank de Boer, Mendieta llegado con un talonario que no había, en forma de cesión más falsa compra, para tratar de volver a ser el centrocampista que tocó la gloria con el Valencia y que, finalmente, acabó estrenando posición de carrilero a sus 28 años… Extraña ver que entre todo el elenco de defensores consolidados no hubiese ni medio pie izquierdo útil para jugar en la zona siniestra del campo. Y es que Coco regresó al Milan tras su mediocre cesión y, como Abelardo, Sergi salió disparado, sabedor de que si van Gaal no había contado con él en su última temporada menos iba a hacerlo con 30 años y problemas físicos recientes. Así las cosas, para el lateral izquierdo Louis tuvo que apostar por otro canterano, esta vez más por necesidad que por voluntad, un Fernando Navarro aún verde que ya había debutado con Rexach. Para colmo, se lesionó en la jornada trece. Sorín, carrilero por excelencia, llegaría cedido en invierno, ya para jugar con Antic, cuando el sistema había dejado de tener carriles. No más que otro atinado refuerzo de la directiva.

Y si la defensa no estaba demasiado compensada, sobre todo para el nivel de exigencia táctica y física de un equipo de van Gaal, tampoco el centro del campo pasaba por ser el de la Brasil del 82. Al menos Xavi, subido por el míster años atrás, iba a aprovechar el solar para agarrar el timón dejado por Guardiola y ganar experiencia junto a unos Cocu y Luis Enrique que, otro año más y con treinta y dos a cuestas cada uno, volverían a ser los mejores del equipo. Como comparsas estuvieron un Motta que con 20 años ya ocupaba plaza fija en la primera plantilla, el sucesor de Figo en posición y precio Marc Overmars o un Gerard que solo había demostrado ser élite como mediapunta y que desde que volviese a su club de origen había jugado de central o mediocentro. Como joya de la corona, Fabio Rochemback, una de las más ambiciosas apuestas brasileñas de la historia barcelonista, cuyo juego, si bien no representaba demasiado el tradicional arte canarinho, en algo similar a la iniciativa holandesa que trataba de tener el Barça desde los noventa, sí era fiel reflejo de los mediocentros brasileños de esa década.

Fuente: Sport

Para terminar, en el ataque era conocido que Kluivert quería actuar como único delantero centro, ya que dos años antes había culpado de su carencia goleadora al jugar acompañado de Dani o Alfonso en el sistema de Serra con pareja de atacantes. Y Kluivert era un hijo de van Gaal, y el héroe de su Champions. Por ello Saviola, que también desplazado del área venía de hacer 17 goles en Liga (solo uno menos que la Pantera), volvería a jugar tirado a banda derecha, pero ahora, además, teniendo que defender. En el dibujo de escuadra y cartabón de Louis jugar del medio hacia atrás era sinónimo de currar a destajo, ergo, Saviola estaba desnaturalizado y agotado. «Me beneficia el nuevo dibujo cerca del área y sin tener que realizar marcajes», declaró el hábil delantero cuando más tarde, con Antic, volvió a centrarse en lo que sabía hacer.

Aun con la vuelta de van Gaal, el recurrente debate sobre el poco gol de Kluivert no iba a desaparecer. Durante el verano se gritaron los nombres de Ronaldo y Jardel. El retorno del primero lo descarto el propio van Gaal achacándole el mal estado físico y, vaya faena, el mejor nueve de todos los tiempos acabó fichando y luego triunfando en el eterno rival. Jardel, que acababa de hacer la disimulada cifra de 42 goles en 30 partidos con el Sporting de Lisboa y manifestó verse ya vestido de azulgrana, fue negado finalmente por la junta directiva con el pretexto de que la plantilla ya contaba con cuatro extracomunitarios (contaban a Geovanni, los cachondos). Total, que en una rocambolesca historia en la que, como operación cumbre, Ronaldo fichó por el Real Madrid al límite de cierre del mercado, el merengue Morientes, que en principio entraba en la transacción con el Inter a modo de puente, estuvo en un tris de mudarse al Barça y llenar el doble de portadas de las que acabó llenando tras la renuncia final al trato por parte de un Gaspart al que se le acusó, seguro que injustificadamente, de pretender no más que torpedear la llegada del Ronaldo al Madrid. En definitiva, que la delantera quedó formada por los que ya estaban: Kluivert, Saviola y Dani, que había pasado lesionado un año pero del que Patrick habló elogiosamente. En el momento en que parecía que la llegada de Jardel era inminente, no se sabe si por sinceridad o por vértigo a enfrentarse a esa cuarentena de goles, el nueve holandés manifestó: «Tenemos dos delanteros buenos, Dani y yo, pero el club debe hacer lo que sea conveniente, yo aceptaré la competencia, aunque creo que tenemos delanteros suficientes».

«Todos deben colaborar y cada uno conoce su función, porque si no la saben no pueden colaborar. Entonces juegan de manera intuitiva y al final no pueden colaborar porque todos los jugadores tienen su propia idea de cómo jugar al fútbol. Pero un equipo, como una empresa, necesita dirección».

En el traje ya confeccionado faltaba calidad, sí, pero van Gaal estaba dispuesto a intentarlo todo. Era su última bala contra el desprestigio. Probó y probó, con la única máxima de ser fiel a su filosofía: dar voz a los futbolistas pero manteniendo el liderazgo, trabajar mucho y siempre para el conjunto, perfeccionar una táctica posicional que pasaba sin filtros de su cabeza a la libreta y de esta al campo, imprimir velocidad al juego y tratar de ser protagonistas poseyendo el balón y tratando de recuperarlo pronto y en posiciones adelantadas. En suma, innumerables riesgos que habitualmente necesitan de cualidades y tiempo para minimizarse. Y van Gaal no tuvo a su disposición ninguna de las dos cosas. El holandés aguantó hasta la jornada 19. Pasó por el 4-4-2 el 4-2-3-1 y el 5-2-3. En el recuerdo una eliminación contra el Novelda en el primer partido de Copa del Rey, el peor inicio liguero desde 1991 y, como contrapeso, un pleno de victorias en Liga de Campeones que le permitió comerse los turrones. Legia de Varsovia en la previa, Brujas, Lokomotiv de Moscú y Galatasaray en la primera liguilla y Bayer Leverkusen en la siguiente le dieron el récord histórico de diez partidos ganados consecutivamente en la máxima competición. Cierto es que eran rivales que quizá en la Liga no pasarían de mitad de tabla, pero ¿qué posición hubiese firmado en las ligas turca o belga aquel Barça de christanvales y gabris?

Fuente: Marca

En síntesis, que muy bien lo de ganar en Europa, pero la competición doméstica era la que marcaba el ritmo, decía la sensible afición. Para fin de año el respetable pedía la magia de Riquelme y exigía las cabezas de van Gaal y Gaspart. Tanto fue el ruido que estuvo a punto de llegar el verdugo a llevarse por delante al técnico para que el puesto lo ocupase un Carlos Bianchi que, como pasase con Menotti y Maradona veinte años antes, sí sabría apreciar al genio argentino. Si bien el último periplo de Louis no dejó nada positivo a efectos inmediatos, trajo algo mucho más importante para el futuro barcelonista: el debut y las primeras titularidades de Iniesta. Como tantas otras veces, el buen hacer de van Gaal llegó con lo jóvenes. Desde su estreno ante el Brujas, Andrés cuajó un mes de enero que a punto estuvo de rescatar al entrenador. De sus botas Van Gaal se libró del cadalso victoria a victoria, pero dado el grado de tensión acumulada en el ambiente, el técnico no superaría el siguiente bache. El 27 de enero, tras perder otra vez por goleada contra el Valencia y ser ratificado de boquilla, y hacerlo acto seguido contra el Celta posicionando al equipo duodécimo, al bueno de Louis le cancelaron un contrato de tres años, dejando así el que sería su primer, último y único banquillo en España. Si bien su despedida no tuvo la prosopopeya de la anterior con el memorable «Yo me voy, lo habéis conseguido» en plan tragedia teatral, sí dejó un inesperado mea culpa dramático entre lágrimas. Para más disfrute de la prensa, tras el cese un Gaspart que parecía haber perdido la cordura coló el siguiente chascarrillo: «Volvería a traer a van Gaal». Al parecer, la Junta había presionado mucho para que actuase con mano dura.

El equipo estaba hecho unos zorros y había que solucionarlo como fuera, se corría el riesgo de, además de la peor presidencia, obtener la peor clasificación de la historia. Dada las circunstancias, sí o sí el remedio tenía que llegar desde el banquillo, seguro con el nuevo entrenador y, a poder ser, también con Riquelme. A la hora de acometer la contratación resultó que Bianchi ya no estaba disponible, al haber fichado por Boca. ¿Qué tal César Luis Menotti, el intelectual, el gran amante del enganche? Si bien la lógica no era aplastante, dado que el campeón del mundo llevaba casi una vida sin ser importante en los banquillos, sí entraba dentro de lo normal que los ojos mirasen ahora hacia otro argentino. Sonaba bien, diablos. Pero en un inesperado giro de los acontecimientos Rexach se autodefinió como «la mejor solución» y el que acabó firmando fue Radomir Antic. Luego resultó que al Flaco no le pareció bien cuando le ofrecieron solo medio año, sino que exigía un «proyecto que a mediano plazo devuelva al Barcelona el prestigio y el liderazgo en el fútbol español».

Fuente: F. C. Barcelona

Parecido a Menotti en lo de su poca relevancia reciente pero algo distinto en cuanto a la propuesta futbolística, un visiblemente emocionado Rado firmó cinco meses como hubiese firmado cinco días. En contra de lo que por cartel y estilo pudiese esperarse, el destino quiso que ese escaso tiempo le sirviese para ser recordado gratamente por todos los culés. A su llegada habían dos posibilidades básicas: contribuir al caos o tratar de rebajarlo. A base de decisiones newtonianas el equipo se estabilizó y empezó a ir sobre raíles. ¿Cuáles fueron esas soluciones trascendentales? En lo psicológico, Antic consiguió relajar al grupo dando permisividad donde su antecesor exigía altas dosis de disciplina. En lo puramente futbolístico, Rado acudió a la zona, se olvidó de carrileros y marcadores, de que Christanval o Frank de Boer defendiesen con medio campo a sus espaldas, de que Rochemback estuviese en la alineación o hasta en el banquillo, de que Saviola tuviese que marcar los goles con jugadas solo al alcance de Maradona. Estableció un 4-4-2 replegado, adelantó a Mendieta al centro del campo, puso a Reiziger en el lateral derecho, a Riquelme en el verde y a Saviola en el área. Naturalizó el equipo, normalizó el sistema y así controló la situación. Milagrosamente todos ellos mejoraron, rindieron a buen nivel, y el equipo subió tanto como para ganar con autoridad a equipos como el Inter o el Valencia y acabar la Liga sexto, en posición UEFA. Pero su buen hacer no salvaría ni a Gaspart, que abandonó en febrero, ni a él, que pese a ser renovado por el interino Enric Reyna no fue considerado por la nueva junta directiva que encabezaría Laporta. Antic había gastado su última bala contra olvido.