Cuando nos disponemos a ver un partido en vivo de nuestro equipo en nuestro estadio deberíamos de vivir una experiencia única, irrepetible y memorable.

Ya no es el hecho de ver en directo a tus ídolos, de estar más o menos cerca de ellos y ver in situ cómo se desenvuelven en el terreno de juego. Dado que hoy, con los medios técnicos de los que disponemos, verlos a través de nuestra pantalla plana gigante, nos aporta más planos, más detalle y incluso más precisión y recreo en lo que se produce sobre el cesped y quizá ese sea el error; la experiencia de asistir al Camp Nou debería de primar sobre todo ese aspecto técnico y frío que hemos comentado antes.

Uno no es de su equipo de fútbol por la cabeza, ya sabemos que es un sentimiento, muchas veces irracional y que nos hace seguir a nuestros jugadores en las buenas y en las no tan buenas, sabiendo que aunque a veces nos podamos sentir traicionados por la camiseta que queremos, en breve volverán a darnos la satisfacción que, desde pequeños, andamos buscando alrededor de algo en teoría tan aleatorio como es este juego.

Y es ahí donde deberíamos enfocar nuestros esfuerzos, para que el viaje de los que visitan el estadio para sudar con nuestros ídolos, sea recordado como una experiencia inolvidable.

Desde conseguir esas ansiadas entradas, hoy más a través del mundo digital que nunca, pero con precios astronómicos que a veces nos hacen dudar si asistir a pasar frío o verlos desde el sofá calentito de casa.

Cuando uno entra a un estadio tendría que oler el césped como lo huelen los jugadores al salir por el túnel de vestuarios, no hablo de algo tan extraño, os prometo que en el antiguo Highbury, daba igual la localidad, podías percibir la hierba verde inundando tus sentidos.

La salida a tu localidad desde las entrañas del estadio, debería aproximarse a ese viaje que hace el futbolista saliendo del vestuario y llegando al terreno de juego, para acercar aun más esa comunión que debería existir entre aficionado y jugador.

Todo culé sería capaz de acercarse a la historia de su equipo, a sus títulos, justo antes de un partido, vivirlo mucho antes que el árbitro pite el inicio del mismo.

Esto debería incluir el acceso fácil a todo lo que te identifica con tu equipo; elástica, banderas, bufandas… justo después de haberte imbuido en la idiosincrasia del club y antes de que comience el partido. Siempre que las entradas no hayan sido de precios desorbitados, podremos ayudar al aficionado a que su caracterización e identificación con el equipo de su niñez, sea mucho mayor. Los manidos «ingresos atípicos» deberían ayudar a definir esta experiencia que estamos definiendo.

Fácil acceso a todo tipo de avances tecnológicos con la repetición de goles y jugadas polémicas en pantallas cercanas a todo el público asistente al encuentro; que las ventajas audiovisuales que tiene el televidente desde casa no sean tales.

Nos queda mucho camino por recorrer en un deporte donde la tradición se confunde con el anquilosamiento. Muchísimo margen de mejora, ahora que las tecnologías disruptivas nos acompañan en cualquier ámbito de la vida.

Al final todo es tan sencillo como que no solo sean esos 90 minutos de frío desde una localidad lejana tanto física, como metafóricamente, de nuestro ídolo. Sino aportar esa cercanía y que la situación sea épica y nos permita identificarnos con nuestros jugadores. Que los cinco sentidos hayan disfrutado esa suma de momentos y que cuando salgamos por esa puerta número veintiséis y nos estemos acercando al metro de vuelta a casa, una sonrisa que conocemos bien, la que teníamos al acabar cualquier partido de barrio con los postes hechos de piedras, nos acompañe hasta abrir la puerta de casa…