Aquí llamamos extremos a los wines de Argentina. En Argentina, al win le apodaron loco, y ahí se encuentra la esencia. El loco Housseman o antes el loco Corbatta, como ejemplos. La locura consiste en coger la pelota y sin parar mientes en si el que se le viene encima es Maldini o el último residuo de plantilla, engañarlo hasta culminar el regate. Y otro regate, si se tercia. Esa locura surge en el barrio. Al fútbol profesional se llega nacido o aprendido, pero ya con ella. Una vez en el primer escalón, ¿lo necesario? Solo talento, arrojo y la libertad otorgada por el entrenador ¿La condición para que a ese nivel la belleza práctica del win no derive en insustancial? Sacarla arriba y pegadito a la cal.

Sin descubrir la penicilina, diremos que el Barça como lo conocemos hoy viene de Cruyff, mecanizado luego por Van Gaal, sublimado por Guardiola finalmente. Juego de posición para plagar los espacios y que circule el balón a través del pase, rápido pero seguro, hasta los metros finales, zona roja que indica peligro. Extremos esperando alto, amplios, para que la posesión y el dominio devenga resultado ante defensas compactas. Un chispazo y el desequilibrio llevará implícito el tanto. Lo mismo valen Estebaranz y Figo que Laudrup o Prosinecki. Igual da la aceleración de Overmars que la de Tello, la imprevisibilidad de Pedro que las dos virtudes contadas de Cuenca. Solo se precisa la  ubicación adecuada y la habilidad para burlar al defensor uno contra uno. Conviene repetirlo: estar allí, a pocos metros de las líneas que delimitan el campo y el área rival, donde una acierto es seguridad de gol y un error posibilidad de enmienda. Se fallará, sin duda, pero a la larga el balance saldrá positivo.

Se fue Neymar del Barça, un extremo de origen con virtudes de tan amplio espectro que no se conformaba con la banda, sin que le faltase razón. Pase, visión, calma cuando se precisa, juego grupal, determinación y acierto en cada acto. Como Messi, Neymar es alguien para dominar cualquier mejor equipo de la historia, incluso la historia en sí, si se pone a tiro. Llegó en su lugar Dembélé. Estrella naciente, díscola, desvergonzada, con el mismo respeto por el contrario que Neymar: el que el balón decida. Genial. Todo eso en común, pero convendría no llevarse a engaño: Dembélé no es ni será Neymar, mucho menos Messi.

Dembélé es generoso en la solicitud, no se esconde. Dembéle es osado, no se amilana ante ningún estatus. Dembélé es un rebelde irreverente, encara y fractura las clases establecidas que le vienen al paso con la intención de apoderarse del balón. ¿Alves? Aparta. ¿Carvajal? Lo siento, no me suenas. Dembélé es un talento desbordante, los amagos prenden, los regates le salen a borbotones de ambas piernas. Dembélé es un verdadero y excelente loco, pero solo es eso. Porque Ousmane no es fino, ni elegante, ni preciso, ni demasiado inteligente. Ousmane no sabe leer las demandas de cada segundo del juego, no domina los tiempos del partido, no aprovecha a cuatro compañeros que le vengan al ofrecimiento, no puede mejorar así al equipo, le falta claridad. Y aunque su mente conociera los entresijos y las claves, sus cualidades técnicas no le acompañarían, siempre irían por detrás. Al observar el individualismo de Dembélé no resulta extraño acordarse de Houssman pulverizando a Poortvliet por agilidad y destruyendo el pressing holandés en la prórroga del 78 a cabalgadas, o ver a Domique Rocheteau con la 7, bailando en los costados. Idóneo para empeorar al defensa oponente y mejorar sólo al delantero que viste como él, Dembélé nunca dirigirá la orquesta. Un descarado abusón en el que no encontraremos a Platini ni a Messi.

Continuando con los orígenes del win, dice Cappa que oyó decir al Gitano Juárez, leyenda argentina de los años cincuenta y sesenta, lo siguiente: «Housseman inventaba lo que no estaba escrito en ninguna parte. E inventaba siempre, en cada jugada, en cada pelota de cada partido». Y Juárez estaba en lo cierto. Además de inventar, René, lúcido, fluía donde debía, donde servía, en el extremo del campo, lugar que ofrece el hábitat para aquello. Lo hacía alentado por la libertad que Menotti daba a sus atacantes, pero conociendo y respetando la limitación que impone el profesionalismo y precisa un equipo con Kempes y la propuesta albiceleste para conseguir victorias.

Hoy, ese extremo indómito, ese mosquito de la especie de los tigre que aguarda, enfoca, pica y vuelve a aguardar para volver a picar, paciente, insaciable y eternamente, el loco más de atar de todo el jodido manicomio Fútbol, tiene 22 años y es propiedad del Barça. Un Barça que sigue teniendo a Piqué, Busquets y Messi, que tiene a Ter Stegen, Umtiti, Lenglet y Arthur, que va a tener a Aleñá, De Jong y Riqui Puig. Un Barça que puede seguir siendo Cruyff y Guardiola, continuar siendo los mejores y más certeros títulos de su historia. Y si el Barça dispone de ese equipo para hacer llegar el balón fiable a través del pase arriba, y arriba dispone de Messi, el mejor jugador de siempre, y Dembélé, el mejor extremo del mundo apenas quiera serlo, ¿por qué se empeña su entrenador en que no se mantenga la estructura base y Dembélé sea una pieza determinante en ella? ¿Por qué permite que todo se desmorone dese atrás y Dembélé quiera ser Neymar o aspire a ser Messi, cuando lo que hay que hacerle ver es que su espejo ha de ser Garrincha o Houssman? Si tiene esas piezas para llegar a las defensas rivales con solvencia y, una vez allí, perforarlas con asiduidad ¿Por qué no pretende ser el Barça de Guardiola, máxima expresión futbolística que se ha visto?

Por más exhibiciones puntuales que dé, el futuro barcelonista de Dembélé no pasa por ser el futbolista que hoy se ve, ese que pisa, a menudo mal, zonas centrales y retrasadas, e influye, a menudo torpemente, en fases de elaboración y combinación, aspectos todos ellos que no controla ni se espera que domine. Al menos en el Barça, don Ernesto, parroquia, Dembélé solo puede llegar a ser el mejor extremo de la historia. Es un genio, un artista, un creador, es distinto. Pero es un win. Ousmane Dembélé es un loco, señor Valverde, ofrézcale el mejor de los mundos para que exprese su locura y deje su obra, no trate de volverlo cuerdo. No deje que se acabe suicidando, como tantos poetas.