Todo iba encaminado. La sexta Champions estaba a punto de llegar. Nos lo habían repetido hasta la saciedad, este era el gran objetivo de la temporada. Nos lo dijeron los directivos, que ficharon a Arturo Vidal para evitar la debacle de Roma, la dirección deportiva y el entrenador. Y, sobre todo, Messi, que prometió esa copa “linda y deseada” en la presentación oficial del equipo en agosto.

Y volvió a suceder. A pesar de llevar un resultado mejor en la ida. A pesar de que el equipo tenía un pie y medio en la final de Madrid, que iba a jugar sí o sí contra un conjunto inferior. A pesar de que a su rival, mucho mejor que la Roma, no podía contar con sus dos mejores jugadores, ni con otros secundarios de lujo. A pesar de eso, volvió a suceder, y el Barça sufrió la peor derrota de la década, por segundo año consecutivo.

Miremos con perspectiva: si somos capaces de obviar la debacle de Anfield, la temporada a nivel de resultados era impecable. Ganador de la Supercopa de España, arrasador en LaLiga y, de nuevo, en la final de Copa del Rey, por sexto curso consecutivo. ¿Y el juego? Ahí pinchamos hueso. Mejor en los partidos grandes, bastante peor en el día a día.

No parece de recibo que Valverde, resultados en mano, pudiese ser despedido del FC Barcelona. Sin embargo, mucho me temo que no queda otra. Porque el debate no es entre jugar bien y ganar, sino si se quiere dar espectáculo o no. Cuando juegas mal y ganas, te aferras al resultado, algo que nos ha pasado a los culés los dos últimos años. Cuando pierdes, ya no te queda nada.

Seamos sinceros, al Ajax le pasó lo mismo que a nosotros al día siguiente frente al Tottenham. Cuando lo tenía todo hecho, ganando 2-0 en Amsterdam con el 0-1 a favor de la ida, el Tottenham remontó en el segundo tiempo y el suplente de Harry Kane metió un ‘hat-trick’ para clasificar a su equipo para la final del Wanda Metropolitano. La eliminación fue tan dolorosa como la nuestra, pero una vez pasado el dolor, el que queda es el cómo.

El Ajax se miró en el espejo y se reconoció, muchos años después, con orgullo. El Barça hizo lo mismo y apenas pudo aguantar la mirada consigo mismo. Por eso Ernesto Valverde, uno de los mejores entrenadores del mundo, no tiene lo que hay que tener para entrenar al FC Barcelona.