Siempre se ha dicho que todos tenemos un médico y un seleccionador dentro para evidenciar ese gusto tan nuestro por sentar cátedra en materias en las que creemos (evidenciando en muchos casos una autoestima desmedida) ser expertos. Con el tiempo, lejos de asumir nuestras limitaciones, y movidos por el inconformismo fuimos capaces de ampliar el listado de materias en las que sentirnos eruditos.

A este aumento de nuestro abanico de especialidades ayudó el fenómeno televisivo de los talent shows. ¿Quién no recuerda Operación Triunfo? Ese fenómeno de masas que nos permitió a gente que lo máximo que había cantado era La puerta de Alcalá, borrachos en un karaoke saber lo que era engolar, el diafragma e incluso un falsete. Y ya estábamos preparados para analizar si fulanito había desentonado o menganita había entrado desacompasada a la canción.

Y después llegaron los talent de cocina. Una vuelta más de tuerca. Ahí sentados en nuestro sofá, nosotros que dominamos como nadie poner una pizza en el horno, o hervir unos macarrones éramos capaces de puntuar los platos que hacían otros… ¡sin olerlos ni probarlos! ¡Qué maravilla!. Así que, combinando dos de nuestras especialidades, vamos a hablar de fútbol y cocina. De la cocina culé.

Podríamos decir que, en lo que respecta al FC Barcelona, a finales de los ochenta un genio holandés instauró un recetario rompedor. Algo fuera de lo común para el paladar del aficionado. Basado en mezclas y combinaciones novedosas como la defensa de tres, el puesto de 4, los extremos abiertos… un libro de cocina titulado juego de posición. Como sucede en estos casos, costó exportar un tipo de cocina de un país a otro, fue difícil acostumbrar a un público habituado a otras texturas, incluso se encontró con detractores acérrimos de esa especie de experimento culinario. Pero finalmente tocó rendirse a la evidencia y disfrutar, como nunca se había disfrutado, de unos manjares exquisitos que se quedaron grabados en los paladares, el cerebro y el corazón de una gran mayoría. Grabados tanto por la calidad, como por la sensación de sentirse únicos al degustarlos, esa fantástica sensación de poseer y saborear recetas exclusivas.

Con el paso del tiempo ese recetario se mantuvo como guía. Hubo quien lo siguió con más o menos acierto, con más o menos convicción, incluso quien prefirió seguir por otro camino. Hasta que un discípulo directo del cocinero original tomó las riendas. Y, como en la fábula, el alumno consiguió aventajar al maestro. Fue capaz de, siguiendo a raja tabla la esencia del recetario holandés, incorporar elementos propios de su talento y valentía, acordes a su momento. Vanguardismo sobre el vanguardismo anterior. Matices nunca vistos: esa mezcla de los bajitos Xavi e Iniesta en mediocampo cuando todo el mundo decía que eran sabores que no combinaban; el picante intenso de la presión adelantada; la esferificación del falso nueve con Messi. Ese menú fue la sublimación de la cocina. Los comensales disfrutaron de toda la gama de sensaciones positivas que se pueden tener al echarse algo a la boca. Sabor, aroma y textura, emplatados de forma armoniosamente bella, combinaban provocando una auténtica delicia para los sentidos. Cocina de autor y tres estrellas Michelín.

¿Y qué nos encontramos ahora? Pues a un cocinero que llegó después de haber demostrado tener éxito en su profesión. No se le puede negar su prestigio justamente ganado. Un chef que destaca por proponer una cocina muy equilibrada. Un plato sobrio y contundente, ideal para el menú diario de la Liga pero hasta ahora falto de la “magia” y sofisticación necesarias para afrontar con éxito ese banquete de la celebración especial que es la Champions. Y esto, cuando en esa casa se ha gozado de lo expuesto anteriormente, se queda corto y da lugar a la crítica. Crítica que podría parecer exagerada, pero perfectamente entendible por parte un público que no se conforma con comer para saciarse, sino que necesita disfrutar comiendo. Porque en Can Barça comer no es una necesidad, sino un arte.

Así iniciamos una temporada donde queda por ver si con los nuevos ingredientes de la cesta (la salsa holandesa y la mantequilla francesa) será capaz de perfeccionar su menú, de darle un giro a su libro de recetas o, si por el contrario, tendrá que escuchar aquello de “Ernesto, coge tus cuchillos y vete”