Cada vez se hace más difícil ver al Barça. Reconozco que este martes, por temas de trabajo, me perdí los primeros 20 minutos. Tuve la opción de ir al campo, pero desistí: hice bien. Preferí verlo por televisión y aguanté hasta el minuto 80, con 0-0 en el marcador. La sensación es que perdí una hora de mi vida que ya no volveré a tener.

No creo que fuera el único; ni tampoco es la primera vez. Este Barça transmite desidia, apatía, mal gusto. Te deprime. Y tiene mérito, porque soy de la opinión de que tiene mejor plantilla que el curso anterior, pero se las arregla para jugar cada vez peor.

Seamos claros: muchas cosas tendrán que cambiar porque este proceso de decadencia se revierta. Cada uno tiene su grado de responsabilidad, porque no es nada nuevo ni tampoco nos sorprende. Es la pura inercia. De unos jugadores que (quizás) se han cansado de ganar. De un cuerpo técnico que le falta talento para entrenar esta plantilla de tal envergadura. Y, sobre todo, de una junta directiva que directamente no ha hecho su trabajo y que no entiende por qué el Barça ha sido tan exitoso cuando ellos no estaban.

También la afición tiene su parte. Mientras no se ponga el foco en los máximos responsables, el proceso de decadencia seguirá imparable. Quizás sea necesario, visto lo visto, porque no hay otros clubes como este que aprieten tan bien el botón de autodestrucción cuando realmente es necesario. Ocurrió en 2008 y también en 2014. Y, aunque fuese doloroso, fue lo mejor que nos podría haber pasado: quizás este sea el momento.