El Barcelona fichó a Luis Suárez el verano de 2014. Incorporaba a uno de los mejores delanteros del mundo del momento para enterrar definitivamente la fórmula de Messi como falso nueve. El uruguayo aterrizaba en can barça a los 27 años, en el mejor momento de su carrera y firmaba por cinco temporadas hasta 2019. Un movimiento que, a cambio de unos 80 millones de euros de traspaso, aseguraba (si en fútbol se puede asegurar algo) una referencia arriba indiscutible, con rendimiento inmediato y los mejores años de su carrera por delante. Un fichaje de los llamados indiscutibles. Una operación redonda en la que no cabía ningún pero.

Tras un inicio marcado por la sanción a causa del mordisco a Chiellini en el mundial, que le impidió debutar hasta finales de octubre en el Bernabeu, y en el que no estuvo inspirado cara a puerta, fue en la última semana de noviembre cuando podríamos fechar el nacimiento de Luis Suárez como el killer del FC Barcelona con un gran gol (caño de tacón y rosquita para definir al palo largo) en Chipre contra el Appoel que significó el primer triple beso de muchos.

Una vez abierta la lata, Luis acabó la temporada con 16 goles en liga, 7 en Champions y 2 en copa del rey, acompañados por 23 asistencias en las tres competiciones que acabó venciendo el equipo de Luis Enrique. Una temporada bastó para confirmar lo bien que pintaba la operación para conformar el mejor tridente del mundo junto a Neymar y Messi.

Su segundo año en el club fue apoteósico. Ya integrado y sin el hándicap de inicio que supuso la sanción, el uruguayo hizo unos números que lo convirtieron en el delantero más determinante del planeta: 40 goles y 18 asistencias en 35 partidos de liga; 8 goles en 9 partidos de Champions y 5 tantos en 4 partidos de Copa del Rey. Bota de oro y la temporada de su vida.

Pero aquí surge el borrón en esa operación perfecta. El club, debido al rendimiento de la primera temporada y en el inicio de la segunda decide renovar su contrato. Una renovación año y medio después de llegar. Una renovación cuando quedaban más de tres años de contrato. Una renovación que aumentaba su salario de los 10 a los 15 millones de euros y que lo ligaba al club hasta los 34 años. Una renovación que enterraba buena parte de la lógica con la que se gestó la operación de su fichaje.

Porque por muy bueno que haya sido su rendimiento inicial, el club no debe ceder a las pretensiones del jugador. En su contrato debe haber una parte en variables, ligada a ese rendimiento, que ya le compense retributivamente ese buen desempeño. Y si no lo hubiese, o se quedase corto, el club podría darle un bonus pero sin necesidad de subir el salario. Dicho esto, y pudiendo entender el motivo de ese incremento de salario, lo que se escapa de toda lógica de gestión es la prórroga de dos años más de contrato.

De una vez por todas, el club debería acabar con esta política de renovaciones que falla desde el concepto. Abandonar la idea de que la renovación de un jugador rondando la treintena es un premio al rendimiento. Caso diferente y paradigmático sería el de Ter Stegen, perfil de fichaje joven apuesta que una vez que cumple con las expectativas se le da un sueldo acorde. Pero volviendo al caso de Luis Suárez se trata de actuar desde la frialdad de la lógica y no pagarle a un jugador un 50% por ciento más de salario cuando tiene 33 años que cuando tiene 28, porque la lógica te dice que su rendimiento será peor.

Y no sólo es una cuestión económica, es que alargando y elevando tanto el contrato, haces muchísimo más complicado el futuro relevo. El jugador tiene la sartén por el mango hasta los 34 años y el club no tiene margen económico en la posición para añadirle una competencia real durante el declive de su carrera. Te toca buscar la fórmula de completar la posición con promesas fichadas (que si son inteligentes preferirán no venir) o subidas de la cantera que, como una pescadilla que se muerde la cola, no podrán desarrollarse y acabarán hartándose de no disputar minutos y saber que al otro aún le quedan muchas temporadas de contrato y que a nivel de gestión de vestuario, para el entrenador es casi imposible sentar a un veterano con su status y con su sueldo (Alcácer, Munir)

Así que a día de hoy, con el rendimiento discreto de Luis, el club acaba por no quedarle otra que rezar para que sea el jugador quien decida cambiar de aires e intentar afrontar otra operación indiscutible para sustituir al gran delantero uruguayo, es decir, una situación en la que has perdido el control. Una situación que debería ser la de los últimos meses de contrato del delantero y tú como club decidir si lo renuevas y a qué precio en función del rol que le puedes asignar por su rendimiento actual y no por el que tuvo hace tres temporadas.