Son días raros para todos. Días de escasos horarios, nuevas rutinas y pocas costumbres. Días de Netflix y HBO. Días de Football Manager, PCFútbol y FIFA. Pero también, como siempre, días de fútbol. Porque, al fin y al cabo, ¿quién de nosotros no se ha puesto delante de alguna reposición o partido histórico? Con ese virus nunca podremos.

En mi caso, aún pendiente de llegar al Barça de Cruyff, estos días me he topado con una figura que, no por conocida, había tenido tan en cuenta como esta semana de cuarentena. Un hombre que, sin hacer ruido, explica para muchos el concepto que tenemos del fútbol.

Como un día dijo su, por aquel entonces, técnico, Pep Guardiola: No lleva tatuajes, no se hace peinados extraños, pero es el mejor en lo suyo. Esta semana he recordado a Andrés Iniesta.

No más de cuatro, cinco partidos me han bastando para ello. Derrotas del Barça en su mayoría, partidos que el dolor me había impedido ver hasta el día de hoy mezclados con grandes exhibiciones colectivas, para equilibrar el corazón.

Qué capacidad para frenar, acelerar, girar, pasar, regatear. Para jugar al fútbol. Todo lo que alguna vez intentamos aprender sobre el espacio-tiempo, el juego de posición o la técnica está en el chico de Fuentealbilla. Desde sus inicios hasta su esplendorosa final de Copa ante el Sevilla. Tengo nostalgia de Iniesta. Echo de menos sus cambios de pie, sus paredes, su forma de dejar rivales en el camino o su extraña habilidad para marcar solo cuando fuera estrictamente necesario. Porque, ¿quién necesita pegarle bien al balón, si juegas a esto como Andrés?

Si nosotros, meros espectadores, echamos de menos al “8”, ya no digamos el Barça. Cuánto agradecería la actual plantilla un interior que “mediapuntee”, que no necesite la base para ser importante, que pueda girar esté donde esté. Cuánto daríamos por volver a juntar a Leo con uno de sus mejores socios en la frontal del Camp Nou.

El 11 de julio de 2010, sentado en el suelo de una terraza de mi pueblo, sufriendo por la cacería perpetrado por Van Bommel, recuerdo decirle a mi amigo: “Es el mejor del mundo, el mejor, pero que tire a puerta”. Meses después comenzó la locura de Messi y el término de “el mejor” quedó reservado para el argentino hasta el momento de su retiro, pero, en aquel arrebato provocado por los nervios y la desesperación, pude adivinar lo que, diez años después y provocado por un virus que nos tiene a todos confinados en nuestras casas, me ocurriría:

Tengo nostalgia de Iniesta.