No esperar nada como receta para no decepcionarse. Al inicio de la presente temporada, esa fue mi postura elegida de cara a afrontar el curso futbolístico del conjunto culé.

La fijación con la Champions, que también se han ganado y bastantes, nos ha impedido disfrutar plenamente de un ciclo histórico. Tras 17 años peleando la Liga hasta la última jornada, que se dice pronto, estamos sufriendo los estragos de no competir cada jornada. La Champions es muy bonita pero disfrutar de tu equipo cada semana durante 9 meses es otra cosa. Ahora nos damos cuenta.

Una plantilla escasa y desequilibrada no podía presagiar nada positivo para esta temporada: la ausencia de un 9, centrales de garantías o recambios básicos en algunas posiciones; los jugadores legendarios en clara regresión, tras demasiadas derrotas encima; y con la clase media llamada a dar el relevo definitivo (Lenglet, Ter Stegen, Griezmann o De Jong) engullida por una espiral derrotista en un club disfuncional, en riesgo económico, y sin nadie al mando invitaba a pensar en un año complicado. De hecho, pensar lo contrario para esta temporada podía pasar por utópico.

Sin embargo, este grupo ha conseguido decepcionar a pesar de haber puesto las expectativas apenas un palmo por encima del suelo. La falta de orgullo, carácter y amor propio de algunas piezas del equipo empieza a ser deshonrosa. Las derrotas sufridas, algunas de las que se hablarán hasta 50 años después, indicaban que este colectivo necesita ser erradicado, cuanto antes mejor, para evitar contagiar y demoler los mimbres futuros, que los hay.

Las cabezas de De Jong, Lenglet, convertido en un comediante de Benny Hill, o Ter Stegen empiezan a peligrar como ya (parece) se fueron las de Messi o Jordi Alba. El club no puede permitirse que la derrota termine comiéndose antes de empezar a los prometedores Ansu, Pedri, Dest y quién sabe si Riqui o Aleñá.

La llegada de Koeman, un técnico simple tácticamente se puede dar por válida solo con la apuesta por los jóvenes y cierta limpia de vestuario. A partir de enero/junio habrá que volver a agitar el árbol con una propuesta diferente a futuro. Pero antes deben venir cambios más grandes.

Mientras el club se debate en función a varias dicotomías:

En el palco; apostar por el proyecto sólido y repensado de Víctor Font o por el carisma y saber hacer del mejor presidente de la historia del club, Joan Laporta.

También la masa social culé actualmente se debate entre dos posturas diferenciadas en el césped. Entre el esnobismo de los aficionados que afirman aquello de «Busquets nunca juega mal» y los categóricos que, haga lo que haga el de Badía, afirman con rotundidad que es imposible competir siquiera con él en el campo. Koeman ha tocado varias teclas con poco acierto desde su llegada, sin embargo, no parece que vaya a tocar sus ideas iniciales. Doble pivote y rol ausente de Riqui y Aleñá. Opciones tiene. Cintura parece que no.

Por último, tras el episodio burofax, ha llegado una nueva dicotomía al debate central futbolístico blaugrana, el rendimiento de Messi como consecuencia de un equipo que no le da nada o, si por otro lado, el astro argentino es también una de las causas del mal nivel del conjunto azulgrana. El nivel de acierto del crack blaugrana ha caído al mínimo histórico; contra el Cádiz, además, llegó a sumar 29 pérdidas, pérdidas con el conjunto culé plantado arriba rajando completamente la transición defensiva. La simbiosis perfecta que fue durante 15 años el matrimonio de Leo y el Barça se ha roto de forma drástica. Ni el Barça es capaz de llevarle el balón a Leo arriba, ni Messi es capaz de permanecer pacientemente en posiciones definitorias. El añorado Leo falso 9 aguantó únicamente 20 minutos del primer partido de la era Koeman. Ni siente ni puede con ese fútbol ya. La nostalgia les jugó a algunos una mala pasada. Dicho esto, Messi sigue teniendo capacidad de ser completamente resolutivo si se le acotan los esfuerzos. Para ello, él deberá ser honesto con sus capacidades actuales y, sobre todo, el equipo debería ayudarle mucho más. Ahora mismo es un asunto harto improbable.

Recuerdo como hace una década el antaño mejor futbolista español de la historia, el ídolo absoluto del madridismo, Raúl González Blanco, dividió a la afición entre los raulistas acérrimos y los que pasaron a querer que el ídolo blanco diese un necesario paso al costado. La idílica relación de Messi y el Barça no merece acabar así tras una vida de perfecta unión, pero me temo que el raulismo ha llegado a Can Barça.