Muchas veces, para crecer en la vida, tenemos que aprender a decir no.  Aunque a corto plazo es posible pensar que esa persona o situación nos favorece en el día a día, nuestras miras deben ser más altas y planificar en el medio plazo. Evitar todo aquello que no nos ayude a completar nuestras metas, aunque al principio duela y nos cueste ver si hemos tomado la decisión correcta.

En los equipos de fútbol la planificación debe ser similar. El objetivo debe ser maximizar opciones, crecer con nuestras piezas y extirpar todos aquellos elementos que nos impidan o dificulten cumplir dichos planes. El caso de Suárez parece evidente. El jugador, ahora triunfando en el Atleti, como era de esperar, había cumplido ciclo en el Barça. Nadie niega que estamos ante uno de los mejores delanteros de la historia del club, pero su libro había llegado a la última página y no podemos estar cada temporada, durante toda la vida, escribiendo su epílogo.

Durante varios años el Barça defendía con ocho, incluso a veces con un repliegue bajo antinatural que permitía a los dos puntas, los dos amigos, vivir descolgados y eximidos de tareas defensivas. Algo que en este fútbol actual, penalizaba al equipo dejándole sin opciones serias de competir empresas importantes, más si el uruguayo no tenía ni la movilidad, ni la velocidad, ni la capacidad de competir contra los equipos europeos que se iban cruzando en el camino. Ni un solo gol fuera en sus últimas dos Champions con el Barça. Imposible ser competitivos.

Si algo caracteriza a este Barça, como ya hemos comentado en infinidad de ocasiones, es la movilidad de sus jugadores clave; los Pedri, Griezmann, Frenkie de Jong y hasta el propio Leo, no son amigos de tener una posición fija a lo largo del partido e incluso en la misma jugada. Y eso se está convirtiendo en seña de identidad del equipo además de resultar diferencial, algo que Luis Suárez no te permitiría. Pero no ya porque el fútbol es ley de vida y el uruguayo cumplió ya los treinta y cuatro, teniendo sus rodillas varias muescas de quirófano marcadas, sino porque nunca ha sido su fútbol. Él es en el Atleti y era en sus años en el Barça, un nueve de referencia, hábil en el desmarque, pero sobre todo con mucho olfato de gol y capaz de facturar todo lo que le caía en cualquiera de sus piernas. Poseedor probablemente del mejor golpeo de la Liga.

Dejemos fuera su carácter ganador, sí, pero sobre todo reivindicativo de su juego. Quién no tiene la imagen del nueve con sus brazos en jarra, gritando a este o aquel compañero sobre un pase no dado a tiempo. El nunca tiene la culpa de nada. Todo esto siendo «el amigo de», imposible toserle, sería interesante saber su papel en el vestuario azulgrana, algo solo al alcance de los que lo compartían con él todos los días, pero nos lo podemos imaginar. Otro punto más para agradecer el oxígeno que ha proporcionado su salida.

Si además hablamos que, aunque a primera vista le quitas una referencia ya no solo futbolística, sino también personal a Leo, al final lo que se ha conseguido es reactivar a este. Recuperarle para  la causa. Ya no es solo que en el cuatro, tres, tres, el diez puede quedar descolgado y el resto de líneas del equipo no se descomponen en su transición defensiva, sino que el diez argentino es el primero en la presión y parece haber rejuvenecido unos años, sobre todo en la cabeza, que al  final  como siempre suele ser la que manda.

Aunque a veces cueste verlo y solo el tiempo nos acabará dando o no la razón, ha sido un win-win-win para Atleti, Barça y el propio Suárez. Seguro que al Luis Alberto Suárez Díaz, Vidal o el mismo Rakitic les va muy bien allá donde jueguen, pero eso no quiere decir que fue una decisión mal tomada. En el fútbol y en la vida muchas veces hay que dar dos pasos atrás, solo para coger carrerilla y no parar hasta cumplir nuestros sueños, por muy ambiciosos que estos nos puedan parecer…