Cuando Joan Laporta llegó a la presidencia el verano de 2003 el Barça no iba a jugar la Champions, sino que quedó clasificado in extremis para la copa de la UEFA. La decadencia deportiva, económica e institucional fue tal que no llegó a estar ni entre los cuatro mejores equipos del país. El segundo presupuesto más alto en el campeonato, un gigante europeo u una masa social detrás enorme y heterogénea para terminar sexto en liga. Entonces, con la llegada de la nueva directiva, el club impulsó una serie de campañas de recaptación de nuevos socios y empezó la temporada europea con el eslogan “camí a Göteborg”, sede de la final de la Copa de la Uefa 2003-2004.

Este pasado domingo el Barça ganó al Paris Saint Germain 2-1 en el partido de vuelta de las semifinales de la Copa de Europa. Lo que entonces en 2003 era un intento chusco de intentar ilusionar a las masas con la Uefa en 2021 es el objetivo final de un proceso de profesionalización, inversión y crecimiento de una sección que entonces estaba absolutamente repudiada y olvidada, sin presiones ni exigencias en las catacumbas de Arístides Mallol.

Segunda final en tres años. La primera, en 2019 en Budapest, vino precedida de una mala temporada en liga con bastantes pinchazos ante equipos a priori inferiores y una eliminación ante el Atlético en la Copa de la Reina, otrora dominante del fútbol femenino doméstico, además de fortuna en los sorteos de la Champions, eludiendo a los equipos más poderosos del continente. Fue igualmente histórico, no cabe duda, una final no deja de ser una final y como tal hay que reseñarlo, pero se fue a disfrutar de un encuentro con una diferencia de niveles aún demasiado substancial como para pretender llevarse el encuentro. Es fútbol, todo puede pasar, pero si enfrente tienes a jugadoras más técnicas, más altas, más fuertes y más rápidas que las tuyas las opciones de ganar se reducen a la aparición de la Diosa fortuna. Spoiler: sale mal.

En 2021, sólo dos años después, el escenario es completamente distinto. El equipo domina con mano de hierro las competiciones nacionales y aspira con pleno derecho ganar la Champions. Aspiración legítima por el nivel mostrado en Europa estos últimos meses, por el crecimiento de unas jugadoras que han vivido el amateurismo del comienzo a una plena profesionalización que pasa de cobrar más y acorde a los estándares de la elite europea en este deporte a unas dinámicas, instalaciones, cuerpo técnico y tratamiento  completamente profesional. Con obligaciones y exigencias a la altura. Se quiere, se aspira y se puede ganar la Champions. Contra el Wolfsburg en Euskadi 2020 no se pudo porque la pelotita no entró pero se jugó por y para ganar de tú a tú, cara a cara, sin miedos, excusas ni matices. Había suficiente talento y capacidad competitiva para luchar por todo sin importar el rival.

El crecimiento ha sido tal que el mejor equipo de Europa, como podría ser el actual PSG, fue superado incluso con las mismas armas con las que han competido en Europa. Desde la puntualidad en el gol hasta la capacidad física y de resistencia nunca vistas debajo de los Pirineos en este deporte. El Barça ganó por marcar las que tenía que meter y estar a la altura en el plano físico a uno de los equipos más poderosos del continente y que destronó al inconmensurable Olympique de Lyon.

Budapest al Barça le sirvió para iniciar una campaña que venía a decirnos que esa final sólo era el comienzo. El fútbol dirá si Göteborg 2021 será el culmen de esta generación y de este proyecto, pero esta vez sí se irá para ganar y competir de tú a tú, sin miedos. Sandra Paños, Marta Torrejón, Andrea Pereira, Mapi León, Leila Ouahabi, Melanie Serrano, Alexia Putellas, Vicky Losada, Aitana Bonmatí, Patri Guijarro, Lieke Martens o Asisat Oshoala tendrán otra oportunidad.