Las opciones de título para el Barça han quedado prácticamente consumidas. Hubo días en los que la Liga resucitaba, respiraba, se llenaba de esperanza. Otros en los que se quemaba, perecía y, finalmente, se marchaba. Este campeonato tuvo algo de esa energía primaveral que viene y va, que tanto deja flor como yermo, aguacero como bochorno, ventolera como bonanza. Ha sido algo así como un libro experimental condenado al género de la indefinición. Decía Pio Baroja que una novela es precisamente “un cajón de sastre donde cabe todo”. Así ha afrontado la suya Ronald Koeman, un guionista proteico por la continua transformación de sus planes y la variabilidad de emociones que ha transmitido. El holandés ha sido, en cuestión de meses, el gran reformador, el cruyffista, el no-cruyffista, el valiente, el cobarde y, por último, el inepto. 

Sea quien sea, el holandés deja a medias su ansiada novela total, aquella que jamás iba a conseguir, porque la naturaleza de su estilo escapa de la plenitud, de aquello estrictamente culminante. Levantar esta Liga se convirtió en una cuestión de azar más que en un mérito deportivo. Ni siquiera un hipotético doblete hubiera maquillado la inexplicable relajación de los jugadores en los momentos decisivos del campeonato. De la misma manera, tampoco hubiera enmendado las imperfecciones del técnico azulgrana. Seguramente por ello es inevitable concederle una segunda oportunidad -pensaran algunos-, un año más para convertir la duda en éxito, o bien subsanar lo que, efectivamente, era insuficiente. A Koeman hay que reconocerle la capacidad de haberse mantenido en el centro de un globo que tiene como polos opuestos la prolongación de un fracaso y la primera piedra de un cambio. Dos horizontes que se detestan, que pelean entre sí por señalar el futuro del club.

El gran pretexto del entrenador es que semejante duelo de perspectivas se sirve en un escenario peliagudo, pues la entidad sigue rehaciéndose de una vorágine global que salpica a todos los ámbitos: el institucional por el cambio de junta directiva, el económico por la crisis que acarrea la pandemia y el deportivo por los viejos traumas que arrastra el equipo. Aquellos que el propio Koeman ha tratado de liquidar con sus bisoños y un multiforme esquema táctico donde estos pudieran entrar en simbiosis con Messi. Hasta cierto punto funcionó el experimento; 37 goles del argentino, una racha de 19 partidos sin perder, una nueva Copa del Rey en las vitrinas y opciones de ganar la Liga hasta el final. Persistir en el dibujo 3-5-2 fue una decisión lógica teniendo en cuenta los buenos frutos que este dio. Sin embargo, no fue tan lógico exprimir las piezas que lo ejecutan, así como mostrarse impasible en aquellos partidos que exigían una variación táctica. 

Puede que la novela total se haga esperar un año más. O dos, quizás tres. Por el momento, se ha impuesto la dinámica del ensayo-error, la de tocar el cielo y bajar al infierno en cuestión de horas. El culé de esta campaña ha sido un aficionado bipolar, enfermo; se deprimía y se ilusionaba en un santiamén. Hoy toca depresión, por el empate en el Ciutat de València, por una Liga que se va. Y con ella, quién sabe si un entrenador que lo intentó todo y se abonó, aunque no lo quisiese, a la épica. Porque ningún entrenador la busca, pero ésta aparece de la misma manera que, imprevisiblemente, surge un nuevo género cuando uno se pone a escribir. La ausencia de límites ha sido la característica fundamental de la novela ‘koemaniana’, una historia que vio nacer y morir a muchos personajes, algunos de ellos inesperados, y que comenzó en 4-2-3-1, continuó en 4-3-3 y murió en 3-5-2.

Pero nacieron Pedri, Araújo, Mingueza, Ilaix Moriba y Ansu Fati. De Jong se consolidó y Messi disfrutó. Independientemente de si el ‘10’ decide renovar o no, el aficionado culé tiene motivos para vislumbrar un futuro prometedor. Quizás esto haya sido el prólogo de la novela que Koeman ha comenzado. Si la termina o no lo decidirá el presidente. Dice Manuel Astur que “escribir una novela es una peregrinación a un lugar al que no sabes muy bien a qué vas”. A las palabras del escritor me remito para aseverar que no sería justo dar por terminada esta historia cuando todavía no sabemos a dónde nos lleva. El fracaso que hoy ocupa las portadas es solo la reseña de un libro inacabado.

 

 

/Fotografía de EFE/