A veces en la vida, sin siquiera buscarlo, aparece esa persona que no solo nos complementa, sino que nos potencia. Saca lo mejor de nosotros, incluso facetas que no conocíamos, pero lo mejor no es eso, sino que nosotros también elevamos el desarrollo de esa persona a cotas inimaginables a priori por esta. De esa conexión, de ese diálogo a veces sin palabras, salen las escenas más bonitas de nuestra vida, tenemos muchas suerte cuando se nos cruza esa pieza de nuestro puzle, que ni siquiera sabíamos que nos faltaba.

No hablamos de futbolistas que no sean exitosos por sí mismos, pero la combinación con ese compañero, no suma uno más uno, sino que multiplica las capacidades de ambos hasta hacerles formar una pareja mítica, conectada por un hilo invisible. Tal es su conexión que llega un momento que la foto individual se convierte en borrosa y solo cobra nitidez cuando está en compañía de su inseparable colega.

En la historia reciente de este Barça en mi memoria se han quedado para siempre tres de estas parejas memorables, seguro que hay más, pero la cabeza es selectiva y el aurea que dibujaban estas tres, les ha hecho brillar como pocas.

En el Barça de Cruyff destacaban sobre manera sus cuatro extranjeros, dos de ellos tocados por la varita mágica del talento y que si en individual eran magnéticos, como dúo nos hacían soñar despiertos; Romario y Laudrup. Probablemente uno de los mejores delanteros de la historia azulgrana, el brasileño, un futbolista de dibujos animados como se le llegó a bautizar. Y un mediapunta, el danés, especialista en una de las facetas más complicadas  sobre el verde. Con una de las mayores sensibilidades en el último pase de la historia de este deporte. Condenados a entenderse. El rango goleador del primero y el nivel exorbitante para la asistencia del segundo generaban una y otra vez momentos mágicos sobre el césped.

En la retina quedan maravillas como aquel gol a Osasuna del nueve a pase del diez, con una doble vaselina, una para salvar la defensa y otra con un remate al primer toque para salvar el portero. Y esto era solo un ejemplo, pero significativo  de una de las uniones más bellas y productivas que han visto mis ojos. La perfección en el borde del área, algo tan difícil de encontrar, como de olvidar.

Si avanzamos unos años nos encontramos con el alma del Barça de Pep, el paradigma de la masía, probablemente los mejores interiores, cada uno en su estilo, que hayamos visto nunca en el Camp Nou. Y curiosamente ambos han coincidido en el tiempo. Hablamos de Xavi e Iniesta, tan diferentes como complementarios. Uno, el de Terrasa, ejemplo de jugador que había crecido en las categorías inferiores del club, y que personificaba ese fútbol control desde la base,  donde todo giraba alrededor del balón. Al otro lado del hilo estaba su eterno compañero, ese interior finalizador, enlace con la delantera, amigo del desborde, del riesgo y cuyas gestas nos llevaron a las cotas más altas de nuestra historia.

Por último una conexión rara, extraña porque la posición en el campo de ambos, podría dar lugar a que ni siquiera  se encontrasen en un partido. Y sin embargo eran innumerables la cantidad de pases entre dicha pareja cada vez que sus caminos se cruzaban, que eran muchas, donde el rival parecía quedar congelado, admirando el repertorio de combinaciones entre el lateral brasileño, Dani Alves, y el mejor jugador de la historia de este deporte. A veces desde un saque de banda, donde aparentemente no había ningún peligro, y sin embargo cinco segundos y varias paredes después, el argentino se encontraba encarando portería.

Tres ejemplos de jugadores que se entendían casi sin mirar, de conexiones distintas, de hilos invisibles, pero sobre todo de pensamientos enlazados entre mentes diversas, para generar algo mayor que la suma de sus habilidades. Algo que construía el equipo dentro del equipo. Obras de arte que merecían ser admiradas, a veces no solo por el aficionado de a pie, sino por el propio rival, hipnotizado por el juego de magia de esa pareja con capa de superhéroe.

No hay que forzar nada, mucho menos una relación, porque siempre hay algo, a veces imperceptible para los sentidos, un magnetismo que nos acerca a nuestro compañero, a nuestro complemento. Que sacará lo mejor de nosotros y viceversa… no tratemos de explicarlo,  solo admirémoslo, estamos siendo testigos de algo único en el tiempo.