Dicen que los buenos escritores son aquellos que consiguen expresar grandes cosas con pequeñas palabras y los malos los que, mediante palabras suntuosas, terminan diciendo cosas insignificantes. ¿Cómo explicar, pues, lo que ha representado la figura de Leo Messi para el FC Barcelona? Uno no puede ponerse a escribir sobre Messi con simplezas, como si fuera algo ínfimo. La grandeza del argentino no admite discreción alguna ni cualquier intento de prosa sugerente. Con Leo, uno no puede ser buen escritor.

Prueba de ello es que “brutalidad”, “salvajada”, “locura” o “barbaridad” son calificativos razonables, nada exagerados, que nos sirven para definir la obra de Leo Messi en Can Barça. 672 goles en 778 partidos, 268 asistencias, 35 títulos, 6 Balones de Oro y 6 Botas de Oro son las estadísticas generales de un marciano que bien podrían ilustrarse con un sinfín de récords individuales; máximo goleador en un año natural (91), máximo goleador de los ‘Clásicos’ (26), mejor pichichi de la historia (50), jugador con más goles desde fuera del área (117) o jugador que ha marcado a más porteros (167), sin ir más lejos.

Bestial. Irrepetible. Inhumano. Extraterrestre. D10S. GOAT. Hace tiempo que la adjetivación de Messi se nos fue conscientemente de las manos. Pero es que convivir con un mito es estar continuamente enajenado hasta normalizar lo inusual, convertir la excelencia en un elemento cotidiano, meter la quinta marcha a la entelequia y plantearse lo insólito: el estadio debería llevar su nombre, qué menos que retirar el dorsal 10 del club de su vida, dejaré de ver fútbol cuando se retire, te quiero, te sueño, te extraño, te lloro, te rezo, te pienso en mi horario de trabajo, etc.

Hemos sido tan exagerados como su forma de jugar al fútbol, un deporte que, vistiendo la camiseta del Barça, tanto podía llevar a otra dimensión como ridiculizarlo por completo; la foto del defensor descosido, el gesto atónito del guardameta, la barrera saltando por encima del balón, el desplome de Boateng, la cintura de Contini, el sombrero a Almunia, el Getafe. Messi dibujaba escenas absolutamente cómicas. A menudo, en lugar de celebrar sus goles, nos reíamos con ellos. Y así, despreciando a los rivales, haciendo del juego una auténtica comedia, ‘la pulga’ ha elevado el fútbol hasta un lugar inalcanzable. Allí donde éramos incapaces de imaginar, allí donde ya nadie más volverá.

Porque en el pensamiento colectivo culé existe la certeza conjetural de que nada parecido volverá a ocurrir en el futuro. Messi nos hizo a todos profetas. Ese convencimiento es precisamente lo que hace más grande al jugador que la propia institución. Uno puede llegar a imaginar un club preferible; más democrático, honesto, sostenible, respetable, reconocible, conectado a la cultura e idiosincrasia del país, pero jamás podrá fantasear con un futbolista superior a Messi, tanto por sus números como por la forma como los ha alcanzado. Así de sencillo, así de imposible.

Qué largo se nos va a hacer el olvido y qué rápido nos pasó el amor, los mejores años de la historia del club. Pudieron ser más, así lo quería el propio futbolista. Es por eso que nos encontramos en el peor momento de la historia del Barça, aquel en el que su figura más laureada se marcha, a regañadientes, a un gran rival europeo. Y siendo todavía el mejor jugador del mundo. De locos. Las lágrimas de Leo son las de una afición incrédula, deprimida y empeñada en moldear la realidad que le apetece vivir, escarbando en Twitter ese último suspiro de -falsa- esperanza. Ahora sí, Messi se va y, con él, una parte de nosotros.

Cómo decirte adiós, Messi, si no queremos hacerlo. Despedirnos de ti es despedirnos un poco del fútbol. Es terminar con la emoción de verte golear en un partido de Champions. Es dejar de verte besar el escudo, de corear tu nombre, de contar y descontar tus récords personales. Es visitar el Bernabéu sin ti. Es abandonar la hermosa locura de mirar a un solo jugador durante los 90 minutos. Despedirnos de ti es despedirnos de parte de nuestra infancia, adolescencia, juventud, vejez. Es despedirnos de parte de nuestras vidas.

De lo que no nos despediremos jamás es de explicar a las próximas generaciones la leyenda que fuiste. Faltarán las palabras. No sé qué escribirán de ti en París, pero volverán a relucir los malos escritores. De eso estoy seguro.

Gràcies per tot, Leo.
Torna quan vulguis.

__________________
Foto: Reuters