Negar la crisis. Aligerar el peso de tu dorsal. Descartar la horizontalidad. Mantener siempre activa la posibilidad de marcar. Así concibe el juego Ansu Fati, un futbolista transformador, capaz de sacar oro de una frondosa mina de desastres. El canterano recogió el balón a más de 40 metros de la portería de Aitor Fernández para terminar en gol una jugada llena de simbolismo. 

Lo tuvo, en primer lugar, por su mera forma; poner la línea directa contrasta con la espesura de este Barça, un equipo que afronta los partidos con encomiable vigor pero con una intención de juego desdibujada. Ante la pobreza ofensiva del plan de Koeman, una acción tan simple como conducir el balón y disparar cobra más valor que nunca. El gol fue la representación de la carencia y, al mismo tiempo, de la ansiada resurrección.

Más allá del recorrido que pueda tener este grupo, Ansu Fati nos vino a decir que el futuro ya es presente. Los mismos que, el día de mañana, materializarán la gran promesa están hoy, forzosamente, ejecutando el presente. La maquinaria está tierna, pero decidida. Prueba de ello fue la última actuación del equipo, además de la celebración del 3-0; la Masía fundida en un abrazo que encumbró, en lo más alto, al nuevo 10 del Barça.

El dorsal inyectó misticismo al gol. Tan relevante fue su autoría como el hecho de que no lo firmase Leo Messi. La historia se explica a través de los relevos. Demasiado pronto para hablar de sucesión, aquella que no llegará sin el desarrollo, la buena salud y la madurez de los demás: Pedri, Gavi, Nico, Eric, Araújo, Dest, Balde, etc. Sin duda, pesa más la expectativa que la realidad, pero de algo hay que vivir.

Sí, de la exageración vive el fútbol, una cuerda que se tensa hasta rozar la locura. Reconciliarla con la razón es la meta de Ansu, el presente del futuro, el ‘Marty McFly’ del Barça.

 

/Fotografía de Diario hoy/