Se ha acostumbrado el mercado futbolístico a la improvisación, al cierre in extremis de las plantillas. Los negociadores asisten a las últimas horas de compraventa como el que va al cine con un cubo de palomitas, esperando a ver qué se encuentra. Puede que ni se tomen la molestia de leer la sinopsis o de echar un vistazo al reparto. Nadie esperaba que Luuk De Jong iba a aparecer en la película, o que Antoine Griezmann iba a ser descartado, finalmente, por el director. El mercato anda tan confuso como el propio Barça, un club ahora concentrado en erguir sus cuentas, dejando el apartado deportivo en segundo plano. Incorporar al tercer delantero del Sevilla a un equipo que cuenta con Memphis Depay, Kun Aguero y Martin Braithwaite solo puede interpretarse como una congratulación a Ronald Koeman, un técnico de caprichos extraños. De contar con una economía saneada, seguramente no se habrían dado este tipo de transacciones. De hecho, Joan Laporta sería un presidente intervencionista y, probablemente, ya habría prescindido del entrenador holandés. Sin embargo, la recesión no permite a ‘Jan’ impulsar sus apuestas personales; Pep no va a regresar, Messi se marchó, Naggelsman se escapó, Joao Félix se esfumó y la contratación de Haaland es un imposible, un filme de ciencia ficción.

Aunque, siguiendo el símil cinematográfico, la realidad del Barça se asemeja más a una de esas películas tristes, esas que pueden hacerte llorar a moco tendido. Desangelada fue la victoria del equipo frente al Getafe y chocante el debut de Leo Messi con el París Saint-Germain. El barcelonismo, más desorientado que nunca, estuvo pendiente de ambos acontecimientos durante el pasado domingo. El primero se afrontó con la expectativa de agarrarse a algo ilusionante mientras que el segundo supuso la materialización de la condena. El aficionado azulgrana, todavía conmovido, precisó de la imagen definitiva para creer lo que parecía increíble; Leo embutido en el traje parisino, con el 30 a la espalda. Miles de corazones rotos y un rostro, el del argentino, misteriosamente desconcertado. También Ibai, narrador de los hechos: “No me voy a acostumbrar en la puta vida a ver a Messi con la camiseta del PSG, es rarísimo”. El pensamiento del streamer fue lógico, el mismo que tuvieron todos los culés, y el gesto de Messi parecía el de alguien encargado de sellar una ruptura.

Aunque podría leerse como un ejercicio de puro masoquismo, ver el debut de Messi en Reims no fue más que un acto natural para el barcelonista. Cuando uno anda huérfano de ilusiones, es lógico que acuda al recuerdo, a la máxima representación de los mejores tiempos. Duele que, defendiendo otro escudo, Leo conserve la plenitud de su fútbol. Y duele, sobre todo, el vacío que este deja. La sombra del ‘10’ en el Camp Nou es tan oscura que sus excompañeros se han perdido en ella. Es cierto que el conjunto de Ronald Koeman no jugaba mejor con él, pero sí disponía de una referencia capaz de atraer todo el juego con balón. A pesar de los fogonazos de Memphis y el ímpetu de Frenkie De Jong, este Barça ha perdido su motivo, su hilo, su piedra angular. Si algo positivo puede extraer el técnico holandés es la lectura -más realista- de los partidos, pues los resultados ya no se maquillan. Para bien o para mal, el equipo ha perdido margen de desfase.

La prensa se subió demasiado rápido al carro del “Barça más coral”, una meta que no solamente requiere tiempo, también implantar un sistema de ayudas permanentes, nuevas rutas ofensivas y adaptar a los futbolistas recién llegados. Por el momento, Koeman no da pistas de ser un gran reformulador en el apartado táctico. Puede que, al igual que su plantilla, necesite rodaje. De los mismos creadores era el relato del “Griezmann protagonista”, una quimera definitivamente imposible tras la marcha del francés al Atlético de Madrid. La entrega de episodios fantásticos continuará con “Dembélé decisivo” y “Coutinho renacido”; la mitomanía blaugrana. Hemos cogido por costumbre, en los últimos años, alimentar falsas expectativas; Arthur, el nuevo Xavi, Messi, one club man, el retorno de Neymar, la irrupción de Riqui Puig, la segunda juventud de Sergio Busquets y Jordi Alba, el factible proyecto del Espai Barça, etc. Quedaron tantas promesas por cumplir que el socio terminó abonándose al odio. Umtiti fue el último en pagar -merecidamente- los platos rotos. El defensor galo es la representación perfecta del legado de Bartomeu, un parásito inflado de billetes que, a pesar de su glorioso pasado, ya nada de provecho puede ofrecerle al fútbol. Bartomeu se marchó, pero todavía queda su desastrosa herencia. Mientras ésta dure, es posible que se escuchen más silbidos que goles celebrados en el Camp Nou.

Lejos de la especulación, urge un Barça que permita un diagnóstico real. Así parece afrontarlo el presidente Laporta, más cauteloso que nunca, adoptando un discurso franco y decidido. Tanto como el fútbol de Memphis Depay; en tan solo tres actuaciones, el nuevo ariete azulgrana acumula dos golazos, una asistencia y un concurrido catálogo de acciones individuales; sombreros, caños, faltas, pases profundos, saltos de escorpión, etc. Éste es un holandés con acento brasileño que ha llegado a Can Barça con ganas de liderar. Con las mismas ganas aparecen los canteranos Gavi y Nico González. Por primera vez en mucho tiempo, optar por los futbolistas de la casa no es una cuestión de romanticismo, sino de obligatoriedad. Con esa presión, hermosa y asfixiante al mismo tiempo, deben asumir el reto los nuevos retoños de Ronald Koeman. También Ansu Fati -el heredero del 10- y Pedri González, las dos grandes promesas del club. El hecho de que gran parte de la ilusión barcelonista se proyecte en dos muchachos de 18 años habla del fracaso global de la entidad. Son tiempos en los que las idolatrías han quedado desorbitadas, las esperanzas encogidas y las posibilidades -deportivas y económicas- prácticamente extinguidas.

Asombra ver al Barça en modo espectador, absolutamente fuera del tejemaneje mercantil. Ya no hay culebrones, tan solo gangas con carta de libertad. Se cerró la carpeta del crack mundial para abrir la del suplente de garantías. De Neymar al Kun. De Suárez a Luuk. De vuelta a 2003. Los rivales directos, europeos y españoles, han mejorado considerablemente sus plantillas mientras que el Barça ha empeorado por completo la suya con la marcha de Messi, icono de la gloria pretérita y de la condena presente. Con la caja vacía y la idea futbolística indefinida, llegó la hora de encontrar el camino. Sin genio ni opulencia, la sublevación recae en la Masía, en Pedri y en ese par de holandeses intrépidos: Memphis y Frenkie. ‘Ebony and Ivory’, les llama un amigo. Lo cierto es que parecen convivir en perfecta armonía.

Culés, agárrense a lo que puedan.

 

[Fotografia de Quique García, EFE]