Normalmente el ser humano no es consciente de su felicidad más que cuando dicho éxtasis ha pasado. Y eso no es malo, forma parte del proceso, del “vive el momento” y cómo sin darnos cuenta, tan solo disfrutamos de la situación puntual. Sin analizarlo, sin notar que eso puede acabar en cualquier instante y casi sin saber qué ha provocado dicho clímax. Y claro, esto tiene un problema añadido; si no sabemos qué lo generó, será difícil que sepamos cómo reproducirlo.

El barcelonismo era feliz, muy feliz con el Barça de Pep. Probablemente el paradigma del éxtasis culé y sin embargo, casi sin apenas percibirlo, nos hemos ido alejando de ese estilo, de ese modelo de club, no ya solo de juego, que nos activaba las endorfinas de manera superlativa solo con el olor a cesped. Poco a poco hemos ido pasando de la sensación de bienestar de hacer las cosas bien, al placer momentáneo y adictivo de solo ganar, para terminar en el barro de la derrota, sin posibilidad de retorno.

Buscamos referencias que nos lleven a esos instantes que se cobijan en nuestra memoria, muchos ya modificados para entenderlos mejor, para acogerlos en nuestro relato personal y que no chirríen demasiado. A veces puede ser intentar encontrar la figura del nuevo Pep en leyendas pasadas del club. Otras veces es buscar el reflejo de un reencarnado Messi en un canterano que haga de lo extraordinario su día a día. Complicado. Porque además el público culé, como haría cualquier otro, no deja de aplicar el Principio de Incertidumbre a todo lo  que observa. Con lo que el jugador, el equipo, modifica su fútbol al sentirse medido y juzgado en cada acción, evaporando su rendimiento hasta a veces convertirlo en cenizas. No es fácil jugar en el Camp Nou, cualquiera lo sabe, ejemplos en esta plantilla hay muchos.

Necesitamos volver a creer. Señales de futbolistas que no hayan sido intoxicados por el camino cuesta abajo que ha ido siguiendo el Barça en los últimos años. Tabla rasa. Empezar de cero. Cambiar el idioma en el que nos relacionamos con el balón y el césped. Y por ende entre futbolistas y aficionados. Todo empieza con los detalles. Con cambiar pequeños signos como pueden ser el humor, los gestos, las miradas, las palabras… las formas. Por ahí podemos empezar con lo fácil, para luego buscar el fondo en la raíces del juego. No todo está perdido. No ha pasado un huracán por el Camp Nou que obligue a reconstruir todo de cero, pero casi. La esencia continua. Las enseñanzas de nuestros mayores siguen ahí. La memoria no nos engaña, no hace tanto que una sonrisa, la nuestra, nos acompañaba los noventa minutos que duraba un partido.

A veces no hace falta mucho para volver a cambiar la dinámica, el famoso “estado de ánimo” y solo hay que estar atento a la señal que indica ese giro de los acontecimientos. Tengamos los ojos bien abiertos, porque esos momentos de felicidad, aunque ahora nos parezca casi imposible, pueden estar más cerca de lo que creemos y esta vez no nos podemos permitir el lujo de volver a perdérnoslos…