Se ha ido la luz en la casa. A nadie le funciona la linterna del teléfono mientras Ferran Reverter, el lampista de confianza, encuentra una caja de cerillas para hacer frente a la oscuridad. Un arreglo provisional. El cortocircuito va para largo, dice, y la fachada, para colmo, está llena de resquicios. La cuenta corriente está en números rojos y los mayores, que traían dinero a casa, tomaron su camino lejos del hogar. Llegó la hora de los muchachos, aunque todavía no están listos, dice el lacayo, un holandés. Así se explica el presente blaugrana, tal como si fuera una familia numerosa tratando de sobrevivir a una herencia deplorable. En un lado del alambre se vislumbra la ruina, en el otro un futuro prometedor. Por el momento, lo más sensato será mantenerse en la incertidumbre como punto muerto. Joan Laporta asume el papel del equilibrista, o de aquel padre reformador decidido a levantar la familia desde los cimientos.

En Barcelona ya se dan por perdidas todas las batallas, hasta la constructora. El Espai Barça es un viaje a la luna y el equipo, una lotería, un interruptor que va a días, un secreto para cualquier electricista. Funcionó el día del Valencia, siendo Ansu Fati ese delantero fotovoltaico que tanto necesita el grupo. Alumbra fuerte, con intensidad, con brillo, con el espejo mirando a París. Palabras mayores para chicos pequeños. El verde del Camp Nou es hoy una rayuela gigante repleta de críos talentosos que recuerdan a sus ídolos, que son los nuestros. Saltar de casilla en casilla, a pie cojo, es divertido, pero insuficiente al fin y al cabo. Todo depende del interruptor, el que ajusta la balanza, el que decide si de aquí se sale tieso o victorioso. Se adivina una excelente materia prima mientras DRK -pseudónimo para los irónicos- sigue sin encontrar la consistencia que prolongue la bombilla. La parroquia puede ilusionarse en un santiamén, con un gol, un nombre, un once, a la vez que terminar decepcionada al final del encuentro. Esquizofrénico.

Muchos siguen abrazados al paternalismo. Otros empiezan a detestarlo mientras su apoderado, el macho alfa, dilata la gran decisión. ¿Xavi? ¿Robert? ¿¡Pirlo!? Un cambio a estas alturas no amortiguará la caída, debió pensar el ‘equilibrista’. Y en mitad de todas y cada una de las disyuntivas aparece la competición con la fuerza de una locomotora. No espera, no tiene paciencia, no aparece, ya está. Como estaba siempre Alves en la punta derecha, que -por cierto- quiere volver. Quién no volverá es la eliminatoria de octavos si hoy no se suman los tres puntos frente al Dinamo. Y el Madrid… El Madrid espera el sábado con la escopeta en el hombro, por lo que pueda pasar. Ya nada es como antes; el Barça se juega la temporada a mediados de octubre, recién llegado el otoño. Todavía se juega en manga corta, no se ha estrenado el balón amarillo, no se ha cambiado la hora. La nueva realidad es darle la vuelta al curso, como si ello fuera un ejercicio de ciencia ficción. Ojalá lo fuera, pensará el culé.

El Barça del interruptor, lo llamo yo, en mi enésimo intento de escribir un texto original. Pero cómo voy a hablar de fútbol, habiendo lo que hay. Funciona. Funciona porque, justamente, el equipo está como el estadio; erosionando y pendiente de una metamorfosis.

/Fotografía de Cristina Quicler/AFP/