Varias generaciones de culés crecimos con esa foto de un muchacho rubio celebrando eufórico un tanto enfundado en una camiseta naranja inolvidable. Crecimos con la imagen de Johan casi cayéndose saltando la valla de camino al verde. Crecimos con aquella narración de Puyal que acababa en el éxtasis. Para los culés ese sonido, ese disparo y ese fotograma de Pagliuca no alcanzado ese balón eran la máxima aspiración. Koeman casi se convirtió para muchos en una especie de héroe mitológico y Wembley, esa palabra que resonaba en nuestra cabeza como el amor de nuestra vida, un templo.

Por eso duele tanto esto, por más que estemos ya curados de espanto por la cantidad de bochornos recientes del equipo. Inevitable pensar que se nos ha caído un mito porque este no era su momento. En realidad este no es el momento para nadie, porque la situación difícilmente no triture a quien se ponga por delante. Ese es el verdadero terror de la posible llegada de Xavi.

Ronald Koeman llegó en una situación indeseable, dejando su ilusionante proyecto en la Orange para intentar reflotar el decadente del Barça. Lideró al Club en un momento de vacío de poder, hizo de poli malo, normalizó el asunto Messi y apostó decididamente por unos cuantos jóvenes. Por momentos el equipo pareció más enérgico, pero pronto se vieron las mismas carencias competitivas y a él mismo como entrenador las costuras. 1/12 contra Real Madrid y Atlético en Liga y otra eliminación grosera en Champions fueron la antesala de un final de campeonato digno de un equipo mediocre y perdedor.

Entonces se debió tomar la decisión, pero no se encontró entrenador y Koeman siguió porque no había otro remedio, en un espectáculo absolutamente bochornoso. Mal comienzo para una relación Presidente-entrenador que fue a peor, con el primero manteniendo las composturas públicamente y el segundo desafiante, sabedor de que, antes o después, estaba fuera. «Para lo que me queda en el convento, me cago dentro», pensaría, no sin cierta razón.

Porque él ha hecho muchas cosas mal, le ha faltado autocrítica y seguramente ha demostrado que no es un entrenador de élite, pero ha trabajado en unas condiciones pésimas. Lo cierto es que se podría hacer una tesis doctoral con los baches que se ha encontrado desde que arrancó el proyecto 21-22. Messi fuera de un día para otro, Griezmann también tras tres partidos de Liga y reforzando a un rival directo, Ansu lesionado, Pedri explotado hasta reventar, Araujo de cristal, Kun y Dembélé fuera, una rotación en el centro del campo llena de niños, apenas incorporaciones y jugadores como Umtiti y Coutinho todavía en plantilla. Lo tenía francamente difícil para hacer algo ilusionante, pero ni siquiera ha llegado a los mínimos. Ni siquiera ha llegado a algo digno.

El equipo seguía jugando sistemáticamente mal, con una salida de balón tan simple que cualquier rival que se lo propusiera «gripaba» al Barça con suma facilidad. Un equipo con un dominio de las dos áreas indigno de la élite, regalando goles por doquier y fallando ocasiones escandalosas en el área rival. A Koeman también se le puede achacar que jugadores «suyos» que deben ser capitales no solo no han crecido sino que parecen evaporarse. Ese estado de confianza máxima de Memphis ha dado paso a un jugador timorato y Frenkie de Jong es absolutamente insignificante ahora mismo. Asimismo su dirección de campo desde que llegó ha sido casi siempre negativa, empeorando habitualmente lo visto antes de sus intervenciones.

Nadie tiene la fórmula mágica para arreglar este estropicio proveniente de la denunciable labor de Rosell, Bartomeu y demás secuaces. La situación económica es tan crítica que hay poco margen de maniobra para darle la vuelta a la situación a corto plazo, por lo que no hay ninguna garantía de que el nuevo técnico mejore los resultados de Koeman. El técnico holandés no era el culpable, pero nunca fue solución y poco a poco sí se ha ido convirtiendo en un problema. El peligro de la decisión de la junta de Laporta es que ni en verano ni ahora tendrán como técnico a quien desean, y eso no augura nada bueno.

Como todo lo que rodea es tan desagradable y triste lo mejor sería correr un tupido velo en torno a Koeman, hacer como que estos meses no han pasado, que con suerte nos habrá dejado a unos cuantos jóvenes para el presente y futuro y quedémonos con aquella imagen de Wembley. Despeinado, exultante y perseguido por los compañeros. Olvidémonos de sus polos negros y recordemos esa casaca naranja.