Cuatro versos de una canción de Vetusta Morla, La Deriva, me ayudan a comprender el viaje entre épocas del FC Barcelona. Desde el naufragio de Lisboa hasta la llegada de Xavi Hernández, el nuevo dueño del timón.

“Tiempo de desdoblarme y ver mi rostro en otras vidas” (La pérdida)

 

Nunca las botas de Philippe Coutinho habían derrochado tanto simbolismo como la noche del 2-8 en Lisboa. No fue casualidad que el brasileño firmara los dos últimos tantos. No lo fue, sencillamente, por una cuestión de karma. La peor derrota y el fichaje más caro de la historia del Barça casados en el escudo del Bayern de Múnich. Tuvo que aparecer la poesía para ratificar al verdadero culpable. ‘El enemigo está en casa’, retumbaban las vísceras del Camp Nou. Un año y medio después, el barcelonismo sigue sin escapar de aquella tragicomedia, rastreando, sin éxito, una pista que señale el regreso al pasado, o al futuro. Porque aquello fue uno de esos capítulos que separan las etapas de la historia. 1492. El crack del 29. La división de Alemania. El 11 de septiembre. ¿A quién le importa el 12 de septiembre? No aparece en el libro de texto, cómo tampoco aparecerá el Barça de Koeman. Un año y medio sin encontrarse; “tiempo -suficiente- de desdoblarme y ver mi rostro en otras vidas”, dice el primer verso, el de la pérdida. Por perder, el Barça perdió hasta su identidad. Mientras sus viejos tesoros siguen refulgiendo en Manchester y en París, el club catalán es, hasta nuevo aviso, un vacío anclado en la demencia y en la envidia de aquellos que fueron suyos.

“He enterrado cuentos y calendario, ya cambié el balón por gasolina” (La sepultura)

 

Durante mucho tiempo nos dijeron que al Barça, sin Messi, le faltaria el aire, pero no que se ahogaría del todo. Los pericos ya se frotan las manos ante la oportunidad histórica de sellar el sorpasso. En la mitad de la tabla pelean los azulgranas; la consecuencia inevitable de haber entregado el mando al diablo, de haberse olvidado del balón durante tantos años. “He enterrado cuentos y calendario, ya cambié el balón por gasolina”; así de terrible suena el segundo verso, el de la sepultura. Por sepultar, el Barça sepultó hasta su senda. La de Johan, la de Pep, la de toda la vida. Puede que, allí donde muere el Tajo, también se hundiera la chuleta, la biblia, la eterna receta. Soportar semejante abandono, por parte de la hinchada, se presentó casi como un milagro. Tanto que muchos optaron por la indiferencia. Se vació el Camp Nou, negándole el brazo a torcer a su propio equipo. Sin embargo, cuando uno toca fondo, sólo puede hacer que subir. O eso dice la filosofía barata, la más pragmática y útil de todas. La del blanco y el negro. La que no da ni para curar las heridas. La que te endereza sin apenas dejarte reflexionar. La de volver al trabajo el día después del funeral. Espabila, que ya has llorado demasiado.

“Habrá que inventarse una salida, ya no hay timón en la deriva” (El relevo)

 

Laporta, Yuste y Alemany, resistidos a aplicar el proyecto de su rival electoral, dilataron la carta de Koeman hasta donde pudieron. Demasiado, reconoció el presidente. ‘I molt de temps no pot durar, segur que tomba’, diría el cantautor. Finalmente, tumbó. Y al tumbar un nombre, comenzó a retumbar otro. Porque no había más. “Habrá que inventarse una salida, ya no hay timón en la deriva”, dice el tercer verso, el del relevo. El enésimo relevo. Porque por relevar, el Barça relevó hasta siete técnicos en once años. Algunos funcionaron, pocos, otros fueron testimoniales, otros no tuvieron sentido alguno. Hasta llegar a Xavi Hernández, que si algo lo distingue de los demás, es que su nombramiento estaba escrito desde sus tiempos como jugador. Cosas que, en el fútbol, sabes que van a ocurrir; la vuelta del Diego a Boca, la tarjeta de Ramos, la jugada que acaba en gol de Messi, el fuera de juego de Morata, el ‘Cholo’ en el banquillo de la albiceleste, Piqué como presidente. Lo de Xavi era una de esas tantas certezas. Porque en sus pies habita la excelencia de la doctrina, en su mirada la disciplina, en sus orígenes el sentimiento culé y en su casa los valores del esfuerzo y la humildad. Ni creando a un robot. A Xavi no había que inventarlo, como dice el verso, ya estaba hecho. Bastaba con pulsar el botón.

“Hay esperanza en la deriva” (La confianza)

 

La deriva es una idea horripilante. Se gusta en escenarios como los naufragios, los incendios, la propia muerte. Allí donde se encaminaba el Barça hasta que puso el freno. Porque saber caer es poner la mano para amortiguar el golpe, es entregar el timón al listo de la clase, aquel tipo que conseguirá sacar lo mejor del grupo. “Hay esperanza en la deriva”, dice el cuarto y último verso, el de la confianza. Porque por confiar, el Barça ha confiado, en el último año, hasta en diez futbolistas menores de 23 años; Gavi, Demir, Baldé, Pedri, Nico, Ansu Fati, Eric García, Mingueza, Riqui Puig y Araújo. La deriva es menos deriva con estos. Y con Xavi, claro, que ya trata de restaurar el método de Guardiola; puntualidad, alimentación estricta y entrevistas individuales. No sabemos si el ‘noi de Terrassa’ llegará a buen puerto o no, pero sí que lo hará con convicción, personalidad y un proyecto deportivo global.

Vetusta Morla, esa banda de letras crípticas. Pueden transportarse a mil escenarios. Yo he querido hacerlo al Barça de Xavi, una idea todavía imaginaria, pero rebosante de ilusión. Y de recuerdos, porque Xavi fue el mejor de los bajitos, el pulsómetro, el dueño de la posesión, el horizontal, el vertical, el ‘26’, el ‘6’, el del debut -con gol- en el Barça de Van Gaal, el finalizador de la parábola de ‘Ronnie’ en el Bernabéu, el ‘yin’ de Iniesta, el de las faltas, la volteta màgica, el cenicero, el mejor de la historia en su posición. 

¿Qué más vas a ser, Xavi?

 

 

 

/Fotografía de Getty Images/