Escribir en caliente sobre un partido importante, se gane o se pierda, siempre suele ser algo engañoso. Hacerlo con la perspectiva de los días ayuda a rebuscar un poquito más en el interior de uno y sacar algo más personal. A mí me dio por pensar en el pasado, sobre todo viendo a toda la afición culé desplazada a la maravillosa ciudad de Granada. Ningún color queda como el blaugrana en una grada, por cierto.

Empecé a lamentar la cantidad de momentos que nos hemos perdido estos años por el absoluto abandono de una sección que merecía mucho más de lo que la corrupta e incompetente directiva anterior ofreció. Todavía hay lacayos que dicen que el grueso de esta plantilla la perfiló esa Junta, obviando que simplemente fue una medida desesperada para apaciguar los ánimos del Palau a las puertas de unas elecciones.

Hacía mucho tiempo que no se veía una representación culé tan activa. Hacía mucho que no sentíamos respirar tan fuerte a la sección y sus aficionados. Podemos hablar de muchas cosas que lo explican, pero casi todas nacen en la figura de Sarunas Jasikevicius, que vino no solamente a reflotar un equipo sino toda una sección. Y la afición se ha entregado en cuerpo y alma a él. Un poco lo de la escena final de Jerry McGuire con el «You had me at hello».

Y es que nunca había estado tan claro lo que necesitaba un Club como el Barça a Saras. Tenía la voluntad de venir, los conocimientos, toda la personalidad del mundo y el carácter para lidiar con un vestuario de estrellas (él lo fue). Solo faltó el paso a un lado de unos responsables de sección incapaces de ceder poder. En una plantilla con nombres como Mirotic, Higgins, Calathes o Davies el mayor activo del equipo es Jasikevicius. Y el mayor reclamo para seguir reclutando nuevos jugadores, porque la mejora a su lado está garantizada.

Ha creado un equipo que mata por él y llamado a cosas todavía más grandes si la suerte acompaña. Un equipo que al margen del entrenador tiene que contar historias de esas que uno recuerda cuando se alude a ese conjunto. La de ese base del que casi nadie esperaba demasiado y que nos ha tapado la boca a todos. La del chaval que apostó por Barcelona en lugar de New York y está haciendo cosas asombrosas. La del turco que dejó la comodidad de su país y del campeón de Europa para ganar en otro lado. La de la promesa maltratada por las lesiones que acepta formar parte de algo grande aplazando su vuelta a USA. La del cerebro que dejó la fabulosa Atenas para tratar de ganar otra vez. Es la historia de cómo por fin regreso el hijo pródigo, rindiendo de maravilla y teniendo una despedida casi inmejorable. La de Mirotic, que tras unos meses cuestionado está respondiendo como de él se espera, dentro y fuera de pista. Y ojalá se cuente la del americano que se perdió casi toda la temporada pero llegó a tiempo para ganarlo todo. Pero lo dicho, para contar estas historias hay que seguir ganando.

Es un equipo demasiado bonito como para perderse en el pasado, pero a veces la mente juega malas pasadas. Me encanta esta estrofa de Robe Iniesta en el tema que da título a este texto: «Del tiempo pasado yendo a la deriva nunca, nunca me he arrepentido. Ni estando del ala tocado y hundido». En este caso sí que hay que arrepentirse y mucho por el tiempo perdido. Por Bartzokas, por Sito, por el segundo año de Pesic y por esa travesía del desierto que duró una eternidad con Bartomeu y sus secuaces a los mandos. La respuesta la teníamos delante de nuestras narices y se tardó demasiado en alcanzarla. Así pues, no se puede perder un segundo más y hay que asegurarse que la banqueta de head coach del nuevo Palau la ocupe Saras.