Poco más de 2.000 kilómetros nos separan de la guerra. Demasiado lejos para oler el terror, suficiente para maquillar nuestra conciencia. Llevamos días enderezando nuestra cotidianidad occidental hacia un lugar de débil empatía en el que sigue mandando el fútbol y la cerveza. Reconozcámoslo; es la nuestra una moral de pacotilla, y no hay problema alguno. ¿Acaso estamos obligados a sumarnos al frente de guerra, acoger refugiados o manifestarnos en la plaza de nuestro municipio? Basta con pagar las facturas y fichar en el trabajo para cerrar nuestro círculo de obligaciones. En mitad de este embrollo transita la censura estéril, el “no a la guerra” del marcador de Movistar Plus. Pedri tira un caño y, de pronto, tu mirada vuelve al lema. Te sientes extraño, atascado entre la responsabilidad y el pasatiempo. El balón sigue rodando, a pesar de todo.

Quizás nos vendría bien aceptar el tiempo de distracción, no sé si nos queda otra. Para meterse de pleno en la causa ya están Biden, Zelinski y la OTAN. Permitidme, antes de volver al trapo, pensar un rato en Xavi y en la forma cómo ha embellecido el equipo. “Ha vuelto el Barça”, titulan los periódicos. Es así porque su entrenador acudió al rescate del método. Parecen todos mejores, hasta Dest, comenta la plebe. El lateral norteamericano es el mismo que alineaba Koeman, la diferencia está en la disponibilidad de recursos. Todo es más fácil con un sistema de ayudas en el que ninguna pieza se libra del cuentakilómetros. No es sólo una cuestión de piernas, también de inteligencia posicional. En las últimas semanas, el tablero azulgrana ha triplicado su movilidad, tratando de resolver en todo momento el acertijo del hombre libre. La transformación -y el mercado invernal- trae consigo el gol por encima de todo.

Aubameyang abre la lata y el locutor te recuerda la lista de sanciones impuestas en el deporte ruso. Otra vez enlazas la retransmisión con el conflicto. Otra vez el remordimiento. Otra vez el misterio. Otra vez la tarea de averiguar si lo que sientes es o no razonable. Mientras tanto, Memphis pone la guinda y firma el 4-0. No puedes abrazarte al éxtasis, pero sí al olvido fugaz. Durante el partido, aparece y desaparece Kiev en tu cabeza, igual que esa mosca testaruda que tanto odias. La guerra, sin embargo, no puedes odiarla; la desapruebas, la horrorizas, la desglosas entre buenos y malos. Matarás a la mosca, pero no a la guerra, un imposible que, sin más remedio, te hace volver al fútbol, “la cosa más importante entre las menos importantes”. No recuerdo si la frase la dijo Sacchi o Valdano, pero cobra más fuerza que nunca por el poder de evasión de este deporte. Los culés disponen ahora de un entretenimiento de calidad.

Pedri es quien mejor suaviza el momento. El canario proyecta una fotografía dulce que no viene mal entre tanto sufrimiento, aunque sólo sea por unos instantes. No hay explicación alguna a su talento; otro futbolista, tras Messi, que nos deja sin palabras. Que sea Xavi quién te diga que te pareces a Iniesta es para colgar las botas. Resuenan las comparaciones en el Camp Nou, un estadio que, por fin, se llena más por la sensación que por el cartel. En un intento de depravar la euforia, la prensa madridista concede a Luis Enrique el título de descubridor de la generación de Gavi, Pedri, Nico, Ansu y compañía, no vaya a ser que el Barcelona tenga algo que ver. “El seleccionador fue el primero que vislumbró esta generación”, podía leerse en Marca, cerca del “Última hora en Ucrania”. Ha vuelto a ocurrir. Cualquier asunto nos trae de vuelta a los hechos verdaderamente trascendentes. 

Hablarás con tus amigos de lo mala persona que es Putin, pero también del golazo de Dembélé. Porque nuestra naturaleza, anclada en la sociedad del entertainment y el clickbait, no puede ser íntegramente dramática. Sobrevive, se despista y, mientras un misil no la aniquile, seguirá pendiente del fútbol. Lo cual no tiene por qué alejarnos del deseo -rotundo deseo- de que la lucha termine. 

No a la guerra, desde donde sea.

 

 

/© Fotografia de FC Barcelona/