De niño, cada vez que salía de casa, mi madre me preguntaba con quién iba. Fruncía el entrecejo si mi colega figuraba en la lista de las malas influencias. En cambio, si le guardaba simpatía, se dibujaba en su rostro una ligera sonrisa, un gesto que me permitía volver a casa más tarde de lo habitual. Es cierto que la nomenclatura de los gamberros no acompañaba. Nada podía salir bien si andaba con muchachos llamados Cosme, Kevin o Joselito. Había otros, como Samuel, Pablo o Xavi, que sonaban mejor, desprendían bondad, responsabilidad y, sobre todo, puntualidad. Mi madre era muy pesada con la hora, convencida de que la calle, cuanto más tarde, más peligrosa era. No le faltaba razón.

Si era tarde, pero estaba con Xavi, mi madre no tenía por qué preocuparse. Era el primero de la lista de las buenas influencias. Además, no llevaba pendientes, ni gomina, ni camisetas de tirantes. No le hacía falta conocerlo al detalle. Le bastaba con su aspecto. Su nombre, además, sonaba bien. Se agradece hasta pronunciarlo. Xavi. Una palabreja sencilla que desprende un sonido inofensivo, como si nada malo ocurriera a su alrededor, como si estuviera santificada. No hay ningún Xavi que se meta en líos. Todos los ‘Xavis’ regalan saludos, sonrisas y a todo dicen que gracias, muchas gracias. También Xavi Hernández. Es por él -y por los canteranos- que este equipo me transporta a mis doce años, a esas tardes de sudor, entrenamientos y buenos amigos. Esa época en la que tu personalidad está más verde que un campo de golf. La cagas constantemente, pero lo pasas bien.

Se perciben las ganas de tomar el camino correcto, aquel que querrían todas las madres para sus hijos. Se repiten los cromos de juventud; Gavi, el motivado, Pedri, el preferido, Araújo, el abusón, Ferran, el presumido, Busquets, el veterano, Lewandowski, el intocable, Pablo Torre, el marginado. Este parece un equipo de colegio, prototípico, repleto de chiquillos y acorazado por unos pocos veteranos. No tiene maldad alguna, aunque peca de inmadurez. Xavi no ha dado todavía con la mezcla entre las nuevas y las viejas generaciones. Faltan meses, puede que años, para que este Barça deje de ser un reflejo de mi adolescencia, lo cual es absolutamente anómalo. Todavía me resulta más natural imaginar a estos jugadores sujetando un bocata lomo-queso que la Copa de Europa. De la misma manera que me resulta más natural imaginar a Xavi en modo cena de equipo que desgranando los puntos débiles del rival del próximo domingo. ¿Por qué?

Quizás porqué Xavi, por ahora, más que cualquier método, encarna el papel del entrenador guay, el amigo de los jugadores. Apuesto a que tiene un talento estupendo para contagiarse de la jerga juvenil, siendo capaz de disimular sus buenos modales, impostando cierta travesura, para caer en gracia a los cabecillas. Cuando sea necesario, eso sí, puede regresar a su ‘Jesusito’ original. Porque él también fue una vez el nuevo, y después el veterano, el debutante, y después el capitán, el tímido, y después la voz cantante, el catalán, y después el castellano. Habla por sí sola la forma con la que abraza a sus jugadores, tan propia del universo regional, de los cojones, de los chavales, de la piña. Aglutina buena parte del background que se necesita para su trabajo, todas esas personas que un futbolista ha llegado a ser. Aun así, no convence.

Convencer es una palabra que no suena tan bien como Xavi. Lleva consigo demasiado preámbulo, pues no se convence hasta que antes no se han hecho miles de cosas. ¿Acaso tu pareja se prendó de ti en la primera cita? Tuviste que tener paciencia, afinar la retórica y la indumentaria, elegir el restaurante ideal, fingir maestría en la cama, sacar a pasear tus mejores argumentos. También puede ocurrir que, a medio camino del convencimiento, algo se tuerza. Un comentario desafortunado, un desliz, un atasco o una eliminación inesperada en la Champions League pueden escatimar todo el romanticismo que había surgido hasta el momento. Es en ese altiplano donde se encuentra Xavi, pendiente de que el GPS le indique si el camino sigue subiendo o, por el contrario, desciende en paralelo al riachuelo de agua sucia.

Es por todo esto que, antes de concederle cualquier categoría, voy a tratar a Xavi de rumor. A día de hoy, no es más que eso, un runrún, una expectativa, una pista de que algo grande puede llegar a suceder. Por eso los culés le han perdonado el socavón de final de curso a la vez que esperan con ilusión –i amb candeletes– la conquista de la Liga española. Hasta mi madre, que aunque no le guste el fútbol, cree que el Barça, con Xavi, está en buenas manos. Sólo hay una cosa que le hace dudar: la gomina. No se puede tener todo en la vida.

 

 

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