Hubo un tiempo en el que solía jugar al póquer. Quizás de ver tanto Los Soprano. Pero yo no era Tony. En la mesa, tenía más defectos que virtudes. El peor de todos era dar por sentado que, con dos buenas cartas en la mano, iba a salir vencedor. As-ka, jota-diez o doble qu. Y pan comido. Pero no. Se trataba de saber jugarlas. Admiraba aquellos colegas que, con un tres y un ocho, hacían crecer su arsenal de fichas. Sabían competir. No gesticulaban. Eran pícaros. Yo, en cambio, andaba más preocupado porque a nadie le faltara una cerveza en la mano. Cada vez que volvía de la nevera, me daba cuenta de lo descolgado que me estaba quedando de la partida. Me temo que Xavi tropezaría conmigo en la puerta de la cocina. Se siente seguro con lo que tiene en la mano. No siente la necesidad de encontrar una forma de engañar. De esconder. De exprimir a fondo las posibilidades que tienen sus cartas. Sabe alinear. Sabe hacer los cambios cuando tocan. Conoce el potencial de sus jugadores. Pero carece de lo primordial: conseguir que mezclen. Confía más en la pareja que tiene en la mano que en el full que puede cosechar en el flop. Dijo Antoni Bassas en el Tu Diràs de RAC 1 una frase definitoria que apunta directamente al entrenador: “los jugadores del Barça son todos muy buenos, pero no saben, todavía, jugar entre ellos”. De ella cabe destacar tres cosas: la primera es que es cierta. La segunda es que la dijo antes del partido de Oporto, cuando más evidente se hizo el diagnóstico. Y la tercera, y la más significativa, es el ‘todavía’. Estamos todos en ese ‘todavía’. Con la extraña certeza de que el buen juego llegará. Porque Xavi es, sobre el papel, un as de corazones. La figura más querida por todos. Al estilo Zidane, su crédito recae en el nombre. De momento, nos cuadra el farol que nos cuela en rueda de prensa; “La Champions es dificilísima fuera de casa”. “Estamos en el inicio”. “Hay jugadores nuevos”. De su boca salen palabras que son anestesia para los culers. Un apaño provisional para tapar la herida que en cualquier momento puede volver a sangrar. Lo hará cuando caiga la tirita del ‘unocerismo’ y las remontadas. Ayer leí que Biden terminará el muro de Trump. Lo siguiente será -espero que no- que Xavi termine pareciéndose a Koeman. Sin precipitarme, diré que, por el momento, me comeré el farol.

 

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