Xavi y Laporta sellan su ineficacia

Igual que señalaba el mantra de “Trouble Will Find Me”, fabuloso disco de The National, “el problema, aunque tú no lo veas, siempre te acaba encontrando”. Xavi ha vivido demasiadas semanas, quizás meses, anclado en el estribillo de aquella canción, “Sea Of Love”, confundiendo sus carencias con un supuesto material de construcción. Hasta que el tiempo se le ha echado encima. El ‘guantazo arábico’ tiene algo de profético, y hasta de razonable; el resultado equivale a la mitad que el de Lisboa. Del 2-8 al 1-4. De 2020 a 2024. La diferencia está en la edad de los jugadores. Si por lo menos vas bien de piernas, recibes la mitad. Pero la sensación es la misma. La de un equipo ido. Desconectado de su entrenador. Sin saber siquiera hacia donde sopla el viento. Lo ridículo del episodio no es tanto el planteamiento, sino la incapacidad de modificarlo cuando convenga. Araújo continuó en el lateral a pesar de que Vinicius la rompió, hasta tres veces, por el centro. La defensa permaneció adelantada a pesar de no poder superar una sola línea de presión. La derrota fue dolorosa, pero también previsible.

“Si me quedo aquí, el problema me encontrará”, decía la canción, que Xavi no debió entender. Prefirió morir con la idea -si es que hubo alguna- antes que intervenirla. No es una cuestión de traicionar el estilo, sino de actuar como un entrenador funcional. Útil. Vivo. Hasta Cruyff se traicionaba, si era necesario, a si mismo. Y Guardiola. Y, por supuesto, Ancelotti, un especialista en moldear el esquema en función de las virtudes que presentan sus futbolistas. Se le pide a Xavi que resucite el ADN cruyffista cuando ni siquiera dispone de un ADN elemental. De un concepto básico que le permita progresar. Y, claro, aficionados y periodistas terminaron con las manos en la cabeza. Incrédulos. Sin reparar en que aquello no era flor de un solo día. Los primeros síntomas aparecieron, precisamente, en el ‘clásico’ liguero del pasado mes de octubre. Siguieron en Anoeta, en Vallecas, contra el Girona, en Mestalla, en las agónicas victorias contra el Almería y Las Palmas y, finalmente, en Riad, la ciudad que acogió el golpe final. Allí donde -como dice la canción- “se vio a gente en el suelo, deslizándose hacia el mar… no podemos quedarnos más aquí, nos estamos convirtiendo en demonios”. Necesitamos que alguien cambie ya de disco.

Poco se sabe del gusto musical de Rafa Márquez. Pero sí del de Joan Laporta. El típico que -a la pregunta- contesta: me gusta un poco de todo. Música pop, música rock, música electrónica, ‘pachangueo’. Y parece que esa inexactitud la ha trasladado a sus labores como presidente del Barça. Es cierto que la nave, en términos generales, aguanta el flote. Pero en base a medidas que no se explicaron durante la campaña electoral. Venta de activos. Palancas. Fichajes millonarios de jugadores poco contrastados. Fichajes de jugadores que están en el ocaso de sus carreras. Promoción de competiciones fantasma. Tener que despedir a Leo Messi. Hacerte tuyo el principal argumento de tu opositor. Porque Xavi era de Víctor Font. Y ahora ya no es de nadie. Ni siquiera del aficionado más sentimentalista, aquel que -hasta ayer- aguantaba el chaparrón recordándonos que ‘Xavi es un mito, el mejor centrocampista de nuestra historia’. Pero los entrenadores y los futbolistas son como los pilotos y las azafatas. Comparten el lugar, pero no su cometido.

La canción -la de The National, la del problema que encontró a Xavi- termina con una pregunta pesarosa: “¿Qué te enseñó Harvard?”. Y quien dice Harvard, dice La Masía. La respuesta es urgente, míster.

 

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