MENS SANA IN CORPORE INSEPULTO

 

Durante muchos años los medios convencionales han intentado explicar el fútbol a partir de la condición física, favoreciendo un reduccionismo vulgar hasta lo insoportable. Desde ámbitos más rigurosos se ha pretendido corregir esta tendencia enfatizando –con buen criterio- la influencia de lo mental en el juego pero, en mi opinión, el énfasis comienza a resultar exagerado. El eje psicológico corre el peligro de convertirse en otra forma de simplificación, una categoría abstracta que no solo es difícil de medir a través de la pantalla del televisor, sino que permite dar por buena cualquier interpretación.

No pretendo sugerir que la derrota del Barça frente al Valencia no tenga que ver con cuestiones psicológicas ¿Cómo podría negar que ayer hubo una crisis mental en el Barça? ¿Cómo negar que el equipo que salió del túnel de vestuarios en la segunda parte no fue el mismo que entró tras la primera? Es evidente que en la derrota influyó sobremanera la fragilidad mental de un conjunto que está cogido con alfileres. Precisamente “Alfileres” se tituló ayer la crónica de nuestro compañero Oscar “Papito”, cuya visión integra los problemas emocionales del corto plazo con cuestiones que apuntan al medio, incluso al largo plazo. Decía Papito:

Y ahí, de repente nos topamos con la dura realidad; este equipo todavía es frágil mentalmente, hay cosas que funcionan, la primera media hora no puede ser un espejismo, pero todo parece cogido con alfileres y eso los jugadores lo saben

Su perspectiva tiene una virtud respecto a otros análisis del partido de ayer: considera la derrota del Valencia un jalón más del crecimiento del equipo, en este caso el reverso negativo de una evolución ascendente asentada sobre cimiento sin fraguar. Creo que su mesura es fundamental para tratar con más provecho la difícil travesía del equipo del Tata Martino. Rafa León ha sugerido que el equipo de Pizzi destapó una debilidad estructural que el Barça había logrado matizar en el último mes. Aunque suscribo el marco del análisis le pondría reparos a la conclusión principal.  No creo que Pizzi haya «desnudado» nada que no lleve a la vista mucho tiempo: el Emperador ya estaba desnudo; salió en calzoncillos del Allianz Arena y se arrastró por el barro con la séptima ofensa bávara. Si observamos la cuestión con mayor perspectiva quizá encontremos cierta similitud con la derrota frente al Athletic de Bilbao en San Mamés. El Barça saltó a la Catedral dispuesto a sufrir y, tras un esfuerzo titánico, logró sobreponerse a la presión vasca y completó unos 20 minutos sobresalientes. La primera media hora frente al Valencia es sublime. ¿Por qué el Barça se cae al menor revés? La falta de confianza en el plan a ejecutar y la desorientación que conlleva es un factor evidente, pero debiéramos preguntarnos, más bien, si es razonable pretender que el Barça pueda dominar a rivales potentes sin atravesar fases marcadas por el riesgo de caída.

La respuesta es un rotundo no. La historia reciente demuestra que ahora las victorias deben trabajarse desde varios registros, siendo la posesión por sí misma insuficiente para competir frente al Atlético o el Real Madrid. En este sentido habría que recuperar una vieja polémica: el entorno culé no parece dispuesto a permitir que el Tata Martino construya el equipo de atrás para adelante. Hemos hablado de ello hasta la saciedad así que destacaré simplemente que al Tata solo se le permite progresar a partir de la asociación y del protagonismo de sus hombres creativos. Es justo recordar que la primacía de Xavi en el Barça 2011 fue, ante todo, una solución defensiva a los primeros amagos de problemas estructurales. Por aquél entonces Messi permitía que una táctica conservadora conviviera con records goleadores. Al Tata no se le concede espacio para solucionar la transición defensiva mediante medidas de protección sistemática, con lo que cualquier progreso del Barça no será más que un remiendo, un parche que, por pura lógica, tiene que romperse.

Y no deja de ser dramático que un equipo con Piqué, Mascherano y Sergio Busquets –tres de los grandes talentos defensivos de la liga BBVA- , complementados por la velocidad de Alba, el crecimiento de Bartra y el retorno de Alexis y Pedro, se vea condenado a sufrir frente a cualquier rival. Pero la presión del entorno mediático culé impone severas restricciones al aprovechamiento táctico de este potente caudal defensivo: todo ha de pasar por el monopolio del balón. Sin embargo, con un sistema de producción de ventajas oxidado y una delantera huérfana de alternativas –con Neymar lesionado, el primer cambio es Tello, jugador impropio de un conjunto de elite-, la presión a la que se somete al Barça roza lo absurdo. Al Barça se le exige que repita una y otra vez lo que lleva fallando dos años, y ya es meritorio que, ante la baja de Messi, los jugadores y el Tata encontrasen una dinámica colectiva satisfactoria. Esta dinámica se inició, precisamente, tras la derrota en San Mamés y los primeros veinticinco minutos que, pese al resultado final, daban motivos para el optimismo.

No queda más remedio que relacionar el regreso de Messi con los puntos perdidos en el último mes. Este sería otro debate, aunque está estrechamente relacionado con los precedentes. ¿Es Messi perjudicial para el Barça? Imposible. Impensable. Es el mejor del mundo y aún no ha jugado mal un partido desde su regreso. Contra el Valencia fue, sin duda, uno de los destacados. Pero su retorno ha formateado la severa disciplina grupal que se había generado durante noviembre y diciembre. El Barça que se protegía con un lateral y un interior formando línea de tres junto a Busquets, que dominaba las alturas con Cesc y exprimía al límite a Pedro y Alexis se tambaleó con la llegada de Leo. El Barça es mejor con Messi pero el sistema vuelve al punto de salida igual de averiado que estaba, como si el argentino pusiera a 140 un motor viejo que había dejado de griparse a 100 por hora. Ejemplo inapropiado, soy consciente, puesto que si algo ha producido el regreso de Messi es mayor lentitud en la toma de decisiones.

¿Cuánto hay de mental y cuánto hay de juego, entonces, en la derrota frente al Valencia? Imposible medirlo con precisión. Pero la mera idea de que estos jugadores, campeones de todo, sean incapaces de sobreponerse mentalmente a un empate inesperado me resulta obscena. No puede bastar para explicar ni siquiera un traspié momentáneo. Creo que haríamos mejor en valorar los méritos del rival. Otra de las simplificaciones características en el análisis futbolístico es sobredimensionar los problemas del conjunto de elite sin atender a lo que plantean quienes consiguen derrotarles. Ayer se pudo leer que el Valencia regaló la primera media hora y que el Barcelona se descompuso el tiempo restante. Me cuesta asumir que en primera división el análisis deba partir de los errores y no de los aciertos. Me parece más adecuado considerar que el Valencia intentó ejecutar su plan pero que no era suficiente para vencer el Barça. Eso sí, en cuanto el conjunto culé aflojó la presión salieron a la luz los méritos del Valencia que, no lo olvidemos, a punto estuvo de imponerse al Atlético de Madrid y al Real Madrid. La mala suerte que le faltó entonces la tuvo en el Camp Nou.

Y es la suerte lo que el Barça ya no puede dominar. Su juego es suficiente para aspirar a cualquier título, pero aquél equipo que se reía del azar ya no existe. El Barça es un colectivo normal, que necesita medidas defensivas, soluciones inesperadas y competencia en todas las fases del juego. Pero la confección de la plantilla, las inercias del entorno y el –relativo- declive físico no permiten al Barça asimilar su caída y aplicar la cirugía necesaria para volver a soñar con la excelencia. En este contexto no se puede aspirar a someter desde el balón durante noventa minutos a ningún equipo de nivel medio-alto, pero tampoco hay respuesta cuando la situación se vuelve realmente compleja. Ni es demasiado lícito esperar que la haya. Los factores emocionales influyen pero son consecuencia del escasísimo margen táctico con el que cuenta el entrenador y de la conciencia segura que tienen los jugadores de bailar al borde del abismo.

No pretendo negar, por tanto, la relevancia del aspecto mental en el partido del Barça frente al Valencia, pero me parece un fenómeno secundario que no sirve para explicar la derrota. La falta de capacidad de reacción es solamente la consecuencia más llamativa de la estéril insistencia en un modelo de posesión que, en su variante más extrema –esto es, la que ubica a Xavi al control de los mandos-, implica un riesgo desmesurado. Los mejores momentos del equipo del Tata Martino, como ocurrió con Tito, son tan meritorios como precarios, porque toda evolución está condicionada por el miedo al fracaso y el fantasma de la transición defensiva. En lugar de afearle al Barça batacazos ocasionales debiéramos admirarnos de que los parches estén siendo tan duraderos; debiéramos admirarnos por la resistencia de un colectivo que, ahora más que nunca, está demostrando su infinita grandeza. También mental. Creo que no hay nada sorprendente en que el edificio del Barça se tambalee; lo que habría que explicar es que no termine de caerse.