El domingo me aburrí con el segundo tiempo del Barça. No entiendo la falta de continuidad en tan corto periodo de tiempo. En los 15 minutos que dura un descanso, convertimos al Almería en el Dínamo de Kiev de Shevchenko y Rebrov, pero sin Rebrov y Shevchenko. O sea, el partido tomó tintes de tragedia y solo el Almería impidió que ocurriese. Somos el peor enemigo de nuestra estabilidad emocional. Tras un primer tiempo fluido, dominante, hasta convincente en posesión efectiva y profundidad, el primer cuarto de hora de la vuelta del vestuario fue un sopor, un despropósito. Hasta a Alves, que a mi fue el que de verdad me divirtió y el que pone la profundidad en este equipo como ya vimos en el Etihad, se le salió la cadena y pasó de una captura como lateral por dentro para rebajar los vapores lujuriosos por la imagen del Bayern de Pep, a ofrecernos un latifundio desordenado por su lado. Alves representa ese “si… pero no” que somos a veces.

Me levanté del sofá con el gol de Leo. Hacía tiempo que no me levantaba del sofá más de una vez en un mismo partido del Barça, ni con Messi. La otra fue en un salto al estilo portugués que se estampó en el larguero y propició el 3-1 de Puyol. Jugamos, cada día, con deslumbrantes mentiras instauradas entre el público con cotidianidad. Leo no es un gran rematador de cabeza, a Van der Sar le entra la risa, o paramos las emisiones televisivas para preparar cada disparo a balón parado del venido del lejano oeste. El domingo le dio un paseo a la bola por Canaletas antes de ponerla en la escuadra de Esteban. “Messi no corre, no está bien, el equipo es mejor sin Leo”, los árboles no dejan ver el bosque. Si el equipo no carbura, que no lo hace, Leo solo puede ganarte una Liga o una eliminatoria de ¼ de Champions, pero no te pone piso y coche. Tan a menudo se nos olvida el carácter colectivo de este deporte, pero la culpa es del nivel del monstruo, desde luego.

Miraba Francisco el videomarcador sobre el minuto 80 tras una jugada de Aleix Vidal, apretaba los dientes, “nos da tiempo a liarla, no están bien”. Hay un síntoma preocupante en el Barça, desde agosto ha habido escasa evolución. Es cierto que el contexto que ha heredado el Tata es complicado y ha conseguido hacer al equipo competitivo y seguro que difícil de derrotar en contiendas de exigencia, pero en marzo deberíamos haber visto una evolución en el juego que en octubre o diciembre podía entenderse como ausencia. El trimestre final, la síntesis de la temporada, donde tienes que romper la hucha para sacar tus ahorros. Ya no sirven pruebas, las ideas han de estar claras, el margen de error se reduce a ninguno y los rivales entregan su alma. He de reconocer que pensaba encontrarme un equipo bastante mejor a estas alturas. Valencia, Anoeta y la segunda parte de ayer no son buenos síntomas para pensar en el desenlace final. Miércoles, 12 de marzo.