En la previa del partido sopesábamos si Luis Enrique sería fiel a su once de gala o bien movería alguna pieza en el centro del campo buscando una mayor seguridad defensiva. Pues no ocurrió ni una cosa ni la otra. Mantuvo la estructura base modificando el costado derecho del ataque culé: Montoya-Rafinha al césped por las “paredes de Leo” Alves-Rakitic. Messi cambiaba de socios y se notó, aunque no fue suficiente para impedir que el argento fuera el factor diferencial.

La premisa de los de Lucho nada más comenzar el partido era clara: bajar el ritmo del encuentro y que no pasara nada. La ventaja del partido de ida permitía a los blaugranas especular con el marcador y el cronómetro. Y si a esto añadimos que en el minuto 3 te adelantas en el marcador, pues miel sobre hojuelas. “Tengamos el balón y nos la pasamos al ritmo del tic tac”. Pero para circular el balón y que el tiempo corra hay que hacer una serie de cosas bien, y claro, si el rival te presiona, te incomoda y es más intenso que tú, pierdes el control del partido teniendo todo de cara.

La presión simple -y efectiva- del Villarreal y las constantes ayudas al receptor del balón agudizaron ciertas carencias de los culés y permitió a los groguets pisar el área de ter Stegen sin tener que elaborar la jugada. ¿Qué ocurría? Pues que la salida de balón carecía de mecanismo alguno y ese 1 contra 1 que planteaba Marcelino obligaba al cancerbero alemán a ser punto de inicio del ataque y en muchas ocasiones, el punto final. Ni existían ayudas de los interiores o extremos por dentro, ni laterales capaces de ser vía de escape, ni balones diagonales de los centrales puesto que el equipo era larguísimo… El final de la historia siempre era una pérdida de balón en saque de banda –el mejor de los casos- o en campo propio con el equipo descompensado. Y suerte que los Vietto y Cheryshev no han estado finos aprovechando las innumerables ocasiones que han podido conducir de cara contra Piqué y Mascherano.

Las pocas veces que se lograba avanzar y alcanzar la otra mitad de campo no existía amenaza alguna, más allá de los movimientos y cuerpeos de Suárez. El balón circulaba lento, no se asumía riesgo alguno y acababa volviendo a través de los centrales hacia Marc André. Vuelta a empezar. Si descontamos las tres acciones de Leo, una de las cuales supuso el gol de Neymar, creo que pueden haber sido los 45 minutos más cómodos defensivamente hablando del Villarreal en toda la temporada. Poco, muy poco para este Barça al que se le vienen los momentos claves de la temporada y que se fue al descanso con el empate en el marcador, obra de Jonatan dos Santos rematando un centro de Jaume Costa, dueño de la banda izquierda amarilla.

La segunda parte arrancó con el mismo guion, un Villarreal queriendo meterse de lleno en la eliminatoria y un Barça dormitando. Casi al final de la primera mitad se produjo la lesión de Busquets, que supuso la entrada de Mathieu en el campo ocupando la demarcación de central izquierdo y pasando el Jefesito al MC. Pero todo seguía igual. Mediado este segundo acto el encuentro dio un vuelco. La entrada de Xavi y la expulsión de Pina activaron a unos y desconectaron a los otros. Los locales ya no salían ni creían y los blaugranas podían instalarse y circular en campo rival.

Finalmente, una gran acción de manejo de cuerpo de Suárez y un centro delicioso de Xavi para Neymar dejaron en el marcador el mismo resultado de la ida. Como nota curiosa destacar la entrada de Rakitic como MC en sustitución de Masche a falta de 20 minutos para la finalización. El croata sirve igual para un parche que para un descosido, es el comodín de Lucho. Cualquier día sale a dar las ruedas de prensa si el asturiano se encuentra indispuesto.

30 o 31 de mayo, sede por decidir, un Athletic Club-FC Barcelona como final de Copa. Fresco en la memoria tenemos el 0 a 3 de 2012 en el Calderón, el punto y final del Barça de Pep. Pero en el Barça no hay puntos finales sino puntos y seguidos. El pasado está ahí, para aprender de errores y aciertos pero la historia se sigue escribiendo día a día.