Hasta la ida de la eliminatoria de Copa del Rey Ernesto Valverde parecía que estaba encontrando la tecla, la idea y el modelo con el que encarar el tramo final de la temporada con unas expectativas algo superiores a la temporada anterior: Ha encontrado un rol y un camino con Ousmane siendo pilar del mismo, Arthur y Vidal suman con sus virtudes (el control y la vuelta a la esencia del modelo Masia el primero y la bravura, llegada y carácter del chileno) y Lenglet parece estar haciendo olvidar la dramática ausencia de Samuel Umtiti.

A su vez, jugadores como Semedo, Aleñá o Malcom estaban empezando a tener cierta importancia en las rotaciones, sobre todo en la Copa, la competición sobre la que estos jugadores tienen la oportunidad de sumarse al tren ya en marcha que camina hacia el gran objetivo de la entidad, la ansiada Copa de Europa.

El fútbol, y en este caso Ernesto Valverde, plantea siempre una serie de trampas que pueden echar al traste con lo planificado. El jueves en el Ciutat de València el técnico extremeño decidió salir con un once alternativo dando cabida a Miranda y a Chumi rodeado de insignificantes futbolistas como Cillesen, Murillo, Busquets, Vidal, Dembélé, Coutinho y Malcom. Todos ellos internacionales y con cierto prestigio internacional, experimentados y con la calidad suficiente, a priori, para no caer ante un Levante alternativo.

La realidad, pero, fue la que fue, el colectivo quedó superado en todas sus facetas y los granota generaron peligro a raudales y pudieron incluso dejar la eliminatoria cerrada con algo más de acierto. Ernesto, que no quería perder, decidió que los experimentos, con gaseosa, y castigó públicamente a Miranda y a Chumi para dar entrada a Sergi Roberto fuera de posición y a Lenglet. El equipo siguió siendo peor, la defensa no mejoró en demasía y fue la entrada de un casi descartado Denis quién arregló el desaguisado.

Valverde debe gestionar el día a día pensando en el largo plazo

Cuando Ernesto Valverde decidió dejar en casa a jugadores como Piqué, Alba, Rakitic, Súarez o Messi ya tomaba una decisión concienzuda y razonada: Era un partido para que los menos habituales se ganaran más minutos y dar confianza a futbolistas que hasta el momento no estaban gozando de continuidad, pues debía considerar que con esa alineación era viable superar la eliminatoria ante un rival de menor entidad.

La trampa, pues, la planteó el propio técnico tomando esas decisiones: La razonada rotación masiva antes del match y el señalamiento a los más débiles del plantel, Miranda y Chumi.

Probablemente este encuentro y ese once no pasen a la historia y el impacto real sobre la temporada deba ser irrisoria, pero a un entrenador del Barcelona, entre muchas otras cosas además de ganar, debe gestionar el talento (como hizo con Ousmane Dembélé) y el fracaso de manera que el colectivo salga reforzado sin castigar ni humillar a nadie en público.

Hoy probablemente Miranda, Chumi o Malcom no sean nadie y no importe lo que piensan, pero cabría esperar a que “mañana” puedan tener un rol más importante al asumido hasta ahora, y si se pretende que eso suceda (debería el club y el entrenador trabajar pensando en el largo plazo) el camino no puede ser señalar y culpar a nadie de un desastre colectivo con varias figuras de primer nivel saliendo en la foto.