El absurdo debate sobre cuál es la mejor estación del año se zanja, fácilmente, cada vez que se acerca el mes de junio. El verano y su calor, sus largos días y eternos atardeceres, derrota cualquier discusión acerca de qué tiempos fueron mejores.

Pero ese baño en la playa, o aquella caña en la plaza del pueblo, siempre saben mejor si sabes con quién compartirlo.

El ser humano lleva miles de años en pareja. Por amistad, por afinidad, por amor, por simple necesidad… Varias son las razones que llevan a hombres, mujeres, niños y niñas a buscar en alguien a su mano derecha. El fútbol, cómo no, no iba a ser menos.

El término “pareja” lleva instalado en el fútbol desde que la pelota es redonda. Centrales, delanteros o mediocentros han crecido de la mano de su media naranja, aunque la innovación y el constante desarrollo táctico hayan llevado el juego hacia otros tipos de relación, como los que hoy vamos a presentar.

Dentro de la plantilla culé, tomando como base las últimas temporadas y los movimientos observados en pretemporada, encontramos varias que pueden determinar el comportamiento del equipo a lo largo del año.

Años atrás valorábamos la solidez de Piqué y Lenglet, la conexión Messi-Alba o la relación del argentino con Suárez para sobrevivir en ataque, aunque si un dúo ha sido distintivo de la era Valverde, ese es el inamovible Busquets-Rakitic en el centro del campo. El primer año conformaron una estructura sólida, asegurando el equipo para que los últimos destellos de Iniesta conectaran con Leo y Luis, pero se quedaron bastante cortos en el segundo. Un centro del campo que imponía un ritmo lento, incapaz en muchas ocasiones de adaptarse a las necesidades del partido, con Rakitic pesado en la circulación y un Busquets “humano” que mostraba sus costuras si el rival exigía. El Barça “aprendió” a defender en campo propio como no había hecho en la última década, renta insuficiente para compensar el paladar del aficionado culé.

Puede que uno de los pasos adelante que Ernesto prepare para la 19-20 sea la ruptura de su muro, fractura que puede darse por la salida del croata o la irrupción de un terremoto como  Frenkie de Jong, destinado a derribar todo aquello que se le ponga por delante. El holandés es aire fresco, energía, sonrisa. Una vitalidad para la medular -para el equipo, por tanto- culé que hace años se venía demandando. Esa conducción, esa finta, su constante ofrecimiento para mirar hacia adelante. Frenkie es el verano.

¿Será Busquets su media naranja? Una de las incógnitas que ha dejado la pretemporada blaugrana es la idea que el mister tiene acerca del que, para muchos, era el centro del campo titular. Su coexistencia sobre el verde ha sido prácticamente nula, sumando apenas veintitrés minutos de juego juntos durante toda la preparación. Si bien es cierto que Frenkie ha puesto encima de la mesa sus credenciales para ocupar el mediocentro, se hace extraño pensar en ver a Busquets junto a Valverde el día del estreno en San Mamés, aunque el equipo, se lo pida a gritos.

Fue precisamente en esos veintitrés minutos, con De Jong haciendo las veces de interior izquierdo, cuando empezamos a descubrir con quién hacía buenas migas el tulipán. Ousmané Dembelé, necesitado de espacios para explotar su juego y tapar sus carencias, agradece cada metro regalado, y de eso, Frenkie, sabe mucho. El “21” es una mina de regalar tiempo y espacio a sus compañeros, y nadie en el Barça los necesitan tanto como Ousmane. Con sus conducciones hacia adelante o anticipando y lanzando, como en el gol del francés al Napoli, ambos han encontrado en el otro un socio ideal para exponer sus virtudes. Si finalmente se queda, el mosquito agradecería, y mucho, la presencia del niño bonito en su mismo perfil.

Y eso que el bueno de Dembelé, ya parecía tener una pareja. La ausencia de Messi, junto al nuevo papel en el centro del campo de Sergi Roberto, nos han regalado un peculiar verano en la banda derecha culé. Ousmane y Nelson, Dembelé y Semedo, inmersos en un mar de debates sobre el estilo, críticos y defensores a ultranza, han compartido idas y venidas por Japón y Estados Unidos con la camiseta del Barça puesta. Se gustan. Se buscan, quizá demasiado. Si bien ambos entienden el fútbol de forma parecida -por simple- encontrándose bien con espacios por delante y poco que pensar, en la combinación y a la hora de obtener superioridades numéricas o posicionales en banda no terminan de dar ese paso adelante que demanda el juego culé. Ambos afrontan, en principio, una tercera temporada que se antoja clave si quieren seguir formando parte del viaje.

Debe ser un tipo majo Ousmane, porque otro de los fichajes recién aterrizados también es bastante amigo suyo. A Griezmann le gusta Dembelé, pero para otras cosas. Sabe que su “otro yo” en Barcelona aún no ha pisado el césped. La dupla más esperada por los culés, la de Antoine con Leo Messi ni siquiera ha podido ser testada por la inoportuna lesión del argentino.

Un socio, un amigo. Un pie amable con el que jugarse la pared. Movilidad, pocos toques y una lectura envidiable del juego, condiciones que hacen de Griezmann una pieza clave desde el día de su llegada. Ya sea desde el centro o acostado a la izquierda, no parece difícil pensar en Leo encontrando a su nuevo socio. En corto o en largo. Para asistir o para recibir, Antoine es una bendición para Leo. Puede que ya no cuente con el instinto depredador del espacio de su primera versión en la Real, pero aún puede aportar esa cuota de colmillo que tanto hemos echado de menos en los últimos tiempos. No en vano, Griezmann es otra preocupación más para una defensa rival cada vez más acostumbrada a tapar, única y exclusivamente, a Leo y su conexión con Alba. Además, la definición del francés aliviará a un Leo agotado por repartir, sin éxito, asistencias de gol a sus compañeros.

Busquets-De Jong, De Jong-Dembelé, Dembelé-Semedo o Messi-Griezmann son algunas de las nuevas parejas que se han formado este verano y, a expensas de algún que otro reencuentro argentino-carioca, su relación marcará el destino de un Barça 2019-2020 que debe recuperar el corazón de los suyos