Se acabó lo que se daba. El megaproyecto del Barça 19-20 acabó anteayer en Valencia nuevamente en blanco. Había hecho un buen torneo el conjunto de Pesic hasta llegar a la final, pero en la gran cita el equipo volvió a mostrar su versión menos fiable. Si hubiera entrado el tiro final de Higgins seguro que hablaríamos en otros términos, pero el análisis debería ser idéntico.

Se trataba de un proyecto hecho por y para ganar ya, enmarcado dentro de las urgencias de una directiva que necesitaba una victoria instantánea para llegar a las elecciones de 2021 con algo que ofrecer. De ahí la enorme inversión tras años configurando plantillas absolutamente descompensadas y en ocasiones de muy poco nivel. Se acordaron de la ambición cuando han necesitado ganar para conseguir votos y perpetuarse en el poder, como ocurre en el fútbol. Sólo les interesa ganar y poco la tierra quemada que vayan a dejar a su paso.

El mejor atajo era Pesic, que nada más llegar les ganó una Copa, suficiente para hacerse cargo del equipo la siguiente temporada, en la que se repitió título copero, se volvió a una Final ACB y muy cerca estuvo de pisar F4. Para el serbio solo puede haber palabras de agradecimiento. Recogió un equipo en ruinas y depresivo, lo condujo nuevamente a la competitividad y lo asomó a la victoria. Por ello merecía Pesic esta 19-20. Se había metido en un marrón indeseable para cualquiera, lo salvó con nota y tenía el derecho de llevarlo a lo más alto con una mejor plantilla a su disposición. No lo ha conseguido.

El problema de los proyectos tan cortoplacistas que solo tienen sentido en la victoria es que o ganas o estás muerto, porque ya no queda nada a lo que agarrarse. Ofrece demasiado poco este Barça como para quedarse con ellos más allá de las victorias, y si no las hay el vacío es infinito. Por eso Pesic no podía seguir incluso ganando.

Porque ha tenido a su disposición una plantilla extraordinaria y equilibrada de la que ha sacado demasiado poco. En el día a día no ha sido especialmente disfrutable y en las grandes citas ha fallado. Un roster del que se podía haber sacado mucho más jugo y absolutamente dependiente de la inspiración individual de sus componentes. Este plan le ha servido para acercarse a la victoria, pero no para ganar. Este equipo a la hora de la verdad, cuando las defensas rivales aprietan, los árbitros son más permisivos y las pizarras marcan diferencias estaba abocado al fracaso, pues el plan era demasiado pobre y además ineficiente, pues para nada ha optimizado sus recursos.

Los dos mejores jugadores del equipo ejemplifican como nadie esta cuestión: Mirotic y Higgins. El americano es verdad que ha asumido una responsabilidad excesiva en la creación por las bajas de Heurtel y Pangos, pero su papel ha sido exagerado, muy distinto al que le llevó a la cima en CSKA. Es de prever que con Calathes y Heurtel al mando esto cambie esté quien esté en el banco. Ha tenido demasiado el balón en sus manos y debe ser un generador puntual, no continúo.

Pese a su malísima final la temporada de Niko Mirotic es extraordinaria, pero en este torneo ha estado menos inspirado y en la final todos los defectos del equipo se le volvieron en su contra y él tampoco supo interpretarlo. Es tan bueno que ha sido capaz de hacer los números que ha hecho él solo, pero depende de la inspiración y el equipo le tiene que dar herramientas para anotar más fácil. Mirotic tiene que recibir solo muchas más veces de lo que lo ha hecho y tiene que jugarse muchas menos canastas imposibles.

Demasiado simple el equipo para los recursos de que dispone. Tomic al poste bajo para generar, el 1vs1 de Higgins o Delaney, el mismatch de Claver, la misma jugada una y otra vez para Kuric…Demasiado previsible el Barça, que si bien con frecuencia ha contado con el sostén de su defensa en ataque ha resultado insuficiente.

Realmente emociona pensar qué podría ser de este equipo con esta misma intensidad defensiva, un plan de ataque mucho más elaborado en el que ofrecer muchas más ventajas a sus hombres y liderados por un entrenador moderno con legitimidad para asumir un proyecto a largo plazo. Emociona pensar qué podría ser de este equipo entrenado por Sarunas Jasikevicius. No es algo de hoy este pensamiento. Desde 2016 llevo escribiendo sobre la necesidad de reclutar al lituano para revolucionar no solo el equipo sino la propia sección.

Durante estos cuatro años llevo pensando que cada día que pasa sin que el mago de Kaunas ocupe el banquillo del Palau es un día perdido. No recuerdo situaciones en las que una una pregunta tenga tan clara una respuesta como esta que se plantea en el puesto de head coach culé. Podemos hablar de muchos y buenos entrenadores. De Pedro Martínez, de Andrea Trinchieri, de Zeljko Obradovic o incluso de Xavi Pascual. Da igual, es él, es Saras. No hay más.

Lo que sabemos de las razones para que no esté aquí ya es por él, mencionando lo poco que le gustaba no solo la forma de negociar de la cúpula culé sino la manera en la que se trabajaba en el Palau. Ahora parece la oportunidad y seguramente no le quede más remedio a esta directiva que rendirse ante las peticiones del lituano para contentar a los culés y agotar la última bala antes del fin de su mandato. También es el momento ideal para Saras. Esta última temporada ha sido dura en Zalgiris pese a terminar muy bien, el nivel medio de la competición va a subir y la crisis derivada de la pandemia va a reducir más si cabe el presupuesto de los bálticos, así que es el momento de dejar Zalgiris. En el horizonte aparece Fenerbahce, un proyecto en demolición que no debería suponer amenaza para el Barça si de verdad va en serio a por Jasikevicius.

Barça y Saras están condenados a entenderse. Jim y Pam acabaron juntos en «The office», como Alice y Noah, como Chandler y Monica o Marcos y Eva. Buffy y Spike debieron hacerlo, como Robert y Francesca en «Los puentes de Madison». Saras y Barça deben acabar juntos como Otis y Maeve en «Sex education» o Kevin y Sophie en «This is us».