El Barça de esta temporada es un plato a medio cocinar, y a estas alturas de la película ya no hay tiempo para apurar los fogones. La realidad es que el equipo, entendido como una superestructura que engloba a los jugadores en una simbiosis de automatismos y sinergias, no existe. El cuadro catalán para poder superar cualquier reto intelectual, aunque no sea de la máxima exigencia, necesita lo mejor de cada uno de los once integrantes. Máximos esfuerzos de calidad, físico e inspiración para poder vencer cada una de las pequeñas batallas que se producen en el campo cuando el balón está en los pies de los de Gerardo Martino: siempre es un uno contra el Mundo.

La situación se complica con un rival como el del domingo: el Atlético de Madrid, actual líder de la Liga, finalista de la Champions, y sobre todo, el equipo más inabordable de la temporada. Tras 5 horas y los minutos de la propina disputados entre ambos, el saldo para los de la Ciudad Condal es claro: 2 goles marcados -por un único jugador-, y con solo un ratito para el optimismo: el final del partido de ida de la Champions en el Camp Nou, a la postre insuficente.

En esta tesitura prescindir de Adriano se antoja un lujo. El lateral brasileño es, Messi a parte, el jugador con el mayor ratio de gol inesperado de la plantilla. Ante el previsible muro colchonero, y ante la segura guerra por la cuenta de cada blaugrana, el muslo de Adriano puede acabar colando ese gol que acabe valiendo un título de Liga. Como titular o como suplente, el brasileño debe tener presencia en el campo: al fin y al cabo, pocas formas más reales habrá de anotar un tanto que a partir de su disparo.