Centrar mal para defender mejor: Alves a debate

El Barça jugó un partido bastante sólido frente al Villarreal, logro especialmente valioso si tenemos en cuenta que en El Madrigal han sufrido sin excepción todos los equipos grandes de la liga. El propio Barça de Guardiola, en 2012, no superó el 0-0, en un partido en el que, probablemente, el contragolpe del Villarreal batió con mayor claridad las líneas defensivas azulgrana. El año pasado, por recordar un precedente inmediato, el Barça naufragó en El Madrigal hasta que un milagro pocas veces visto en el fútbol permitió remontar un partido que, en justicia, debería haber terminado con el Barça en la lona. Y es que a Luis Enrique hay que concederle el notable mérito de minimizar –aunque no anular- la influencia de Cani, Bruno y Giovani en un equipo capaz de inyectarle pausa a la transición más vertiginosa. Sin embargo, el Barça hubo de sacrificar piezas para que el intercambio derivase en un tablero inclinado a sus aspiraciones; quizá el sacrificio más llamativo fuera el pase atrás en la banda derecha, en donde Dani Alves ejerció de extremo y se dedicó, por sistema, a colgar centros que casi no crearon peligro. Hasta 18, ni más ni menos.

Creo, sin embargo, que la constatación más intuitiva puede ser, a un tiempo, la más engañosa: es obvio que todos los rivales del Barça firmarían con sangre que el recurso último de los culés fuera el balón colgado al área. No cabe duda de que Marcelino García Toral, fueran cuales fueran sus intenciones iniciales, aceptó de buen grado que Alves entrase en modo catapulta, situando al frente del discurso del partido la más que solvente defensa aérea de Musacchio y Víctor Ruiz. Ahora bien, el hecho de que el Villarreal celebrara el plan ofensivo del Barça no implica que este no tuviera sentido, incluso a pesar de su evidente irrelevancia. Difícilmente podremos saber si Alves obedecía órdenes del entrenador, o si su comportamiento respondía a un análisis personal del contexto que enfrentaba, pero tengo la sensación de que ambas hipótesis podrían ser complementarias. Intentaré explicarme.

En la mejor época del Barça, el lateral brasileño fue un complemento letal a partir de dos jugadas claras: la ruptura a la espalda de su par y su capacidad para combinar en corto como si fuera un mediocampista más. Pero activar ambas virtudes exigía que el Barça se instalase en la frontal del área, frente a un rival con las líneas bien estirada, de manera que tanto la ruptura como el pase atrás de Alves implicasen una amenaza inmediata. En el Barça de Luis Enrique, en cambio, este comportamiento se topa con un problema de índole táctica: dado que son los laterales quienes abren el campo por las bandas, el rival tiende a estrechar líneas -planteamiento que, sin ser nuevo, exige que maticemos el análisis– para cerrar huecos a Messi y al doble nueve. Además, los interiores del Barça están obligados a situarse por detrás de los laterales, más atentos a la cobertura en caso de pérdida que a ofrecer líneas de pase para continuar la jugada.

La consecuencia de esta disposición es que, hasta el momento, el nuevo Barça no dibuja una línea estable de circulación horizontal en la frontal del área, sino que se organiza en dos columnas más bien paralelas que dejan a Messi la responsabilidad de poner en comunicación ambas unidades de juego. Hay que destacar que, en El Madrigal, ni Pedro ni Munir se prodigaron en las diagonales, más atentos a ofrecer soluciones a Messi que a la creación de ventajas. En este contexto, con Rakitic a su espalda y la frontal del área completamente desocupada, ¿qué debería haber hecho Dani Alves, tan olvidado de los ajenos como de los propios? Volvamos al principio del argumento. Marcelino estaba, sin duda, feliz de que el partido se resolviera en el área y de cabeza pero, ¿era infeliz Luis Enrique con tal situación? Lo dudo. El Villarreal regalaba la banda derecha a cambio de acularse cada vez mas sobre el punto de penalti, complicándose la salida a la contra, desocupando las zonas interiores y, atención al detalle, permitiendo a Sergio Busquets presionar en campo contrario, la única virtud que a día de hoy la elite le permite exhibir. Además, es más difícil organizar un contragolpe a partir de un despeje de cabeza -siempre menos tensionado que si se hace con el pie- que echar a correr tras interceptar un balón raso. Con el Villarreal lejos de Claudio Bravo, el Barça evitó que el partido se rompiera en transiciones, y Luis Enrique jugaba, además, con las cartas marcadas. Neymar. Llegar con empate a cero a la última media hora de partido implicaba que los cambios más poderosos estaban en el banquillo del Barça, y de hecho, esa ventaja decidió el partido.

Concluyo y clarifico mi razonamiento. No creo que el comportamiento de Dani Alves fuera plenamente premeditado, aunque sí me parece que fue una adaptación razonable al contexto propuesto por ambos equipos. Desde el punto de vista del Barça, los balones colgados de Alves alejaban al enemigo de la portería de Bravo y simplificaban el partido: es más fácil atacar un rechace de cabeza al borde del área que correr hacia atrás tras una pérdida de balón en zona de tres cuartos. El partido de Dani Alves en El Madrigal no reportó ventajas al Barça, pero sí le permitió reiterarse en una jugada relativamente exenta de riesgo, y es probable que, a estas alturas de temporada, el proyecto de Luis Enrique esté más necesitado de certezas que de virtuosismo.