Actualización: Pasado y Futuro de una idea

Este artículo se escribió hace más de una semana y pretendía comentar algún aspecto de la planificación táctica con la que Tito Vilanova intenta solucionar las deficiencias que el Barça arrastra desde el final de la temporada pasada. Los partidos frente al Deportivo de la Coruña y el Celtic de Glasgow han agregado a la cuestión matices de tal importancia que parece inexcusable hacer algún comentario al respecto.

Ha sido analizado ya el impacto, estético e intelectual, que supuso la primera media hora de Cesc Fábregas contra el Deportivo. El que fuera mejor “4” de la Premier llenó de contenido el doble pivote de Tito en una exhibición portentosa de interpretación del espacio. Cesc participó en las tres alturas del juego ofensivo: pesó en la base de la jugada, mezcló con Messi en tres cuartos y marco las diferencias en el último pase. El Barça combinó verticalidad y control hasta que una cadena de fallos inesperados convirtió el choque en una locura.

Si la breve sinfonía de Fábregas dejó la sensación de que algo grande pugna por emerger en el Barça, el partido contra el Celtic recuperó el perfil de una leyenda que se niega a desaparecer. Xavi Hernández toma el mando y el Barça impone la posesión permanente, filosofía de juego, casi una ideología, con la que el Barça sometió al fútbol contemporáneo. Sin embargo, la férrea resistencia del Celtic de Glasgow tenía el aroma de viejos asaltos frustrados: el Inter de Mourinho y el Chelsea de Drogba pesan en la memoria.

Sin la infinita paciencia de Xavi el estilo de posesión absoluta parece insostenible, y Xavi está en la recta final de su carrera. Cesc es el elegido para relevarle, puesto que Thiago en el Barça será Iniesta o no será nada. Es probable que Riazor haya sido testigo del minuto cero de la transición entre Xavi y Cesc pero, desde mi punto de vista, es pronto para asegurarlo con rotundidad. El proceso de reconstrucción del equipo aún está lastrado por los problemas que hicieron tambalearse la estructura del Barça de Pep Guardiola, contra los que hoy en día pelea Tito Vilanova.

Tito construye su proyecto desde la creencia de que el Barça no volverá a ser dueño exclusivo del tiempo. El Barça de Tito no disimula sus limitaciones; abraza el vértigo y sale al campo a pecho descubierto. En el aparente descontrol empiezan a surgir patrones de dominio cada vez más estables. Hoy, todos los focos apunta a Cesc, pero es Tito quien, a partir de renuncias dolorosas, lucha por crear el contexto táctico que permita al de Arenys de Mar convertirse en el patrón de un nuevo equipo ganador. Tito Vilanova se ha negado a admitir la inevitabilidad de la decadencia.

1- Los peligros de la hiperespecialización

En algún momento entre 2011 y 2012 el Barça perdió la frescura de sus mecanismos colectivos y si no hay una ocupación correcta del espacio la posesión es pura pose defensiva. Para rastrear ese primer momento de ruptura no basta con indagar en los síntomas; nuestra atención se dispersa entre la complicada arquitectura que Pep y Tito han levantado para minimizar las carencias. Por ejemplo, nos podríamos preguntar si el 3-4-3 nace del ansia perfeccionista de Guardiola y provoca un desequilibrio en el balance defensivo del equipo, o si es un intento de activar mentalmente a los jugadores y crear ilusión de verticalidad. Es probable que nunca lo sepamos, pero sí sabemos en qué momento el juego de posición del Barça alcanzó su cenit y, por tanto, podemos establecer el punto a partir del cual se inició el agotamiento, siempre relativo, del equipo.

La final del Mundialito de clubes contra el Santos, el 18 de diciembre de 2012, supuso un hito histórico. El Barça jugó un partido de tal perfección que atentó contra muchas certidumbres del fútbol, juntando sobre el campo a siete creativos que jugaban sin delantero de referencia. Más que nunca el Barça comprimió los espacios abusando del gesto técnico, rotando constantemente las posiciones en el mediocampo. Cualquiera de los creativos podía iniciar en la base de la jugada y finalizar en boca de gol. La superioridad técnica del Barça se había convertido en fetiche hasta el punto de que la ortodoxia táctica ya no parecía tan imprescindible. Tras la memorable paliza al Santos, ¿qué necesidad había de utilizar extremos abiertos, si Thiago, Cesc, Xavi, Iniesta, Messi y Alves podían eliminar en paredes y conducciones a cualquier defensa rival?

Pero entre la virtud y la obsesión media un margen muy estrecho. En el Barça habían desaparecido los roles específicos y cualquier jugador podía aparecer en el sector del campo que le resultara más propicio para explotar las debilidades ajenas. Durante un breve período de tiempo parecía insinuarse una nueva dirección en el fútbol que pasaba por el fin de las posiciones fijas. La perspectiva del tiempo nos permite sugerir que se generó, en cambio, una nueva especialización aún más radical: la del experto en la posición. Esta modalidad del Barça, orientada a favor de las virtudes diferenciales de sus mediocampistas, era del todo autosuficiente. Prescindía de varios mecanismos colectivos que habían hecho grande al Barça y, en muchos sentidos, los trascendía. Este contexto favoreció un estado de opinión que rebajaba la incidencia de jugadores como Villa o Pedro en el Barça. La figura de los extremos que fijan laterales, estiran el campo y devuelven el balón atrás parecía obsoleta.

Cuando varios equipos de la liga española lograron encontrar formas de competir contra el Barça se notó de pronto que la maquinaria del equipo chirriaba. La hiperespecialización en el juego de posición impone una servidumbre: sus intérpretes deben estar al máximo nivel de activación física y mental. A partir del estado físico de Xavi comenzaron a revelarse varias fisuras en el juego del Barça que ya no podían ser compensadas por sus mecanismos de solidaridad. Esas fisuras fueron machacadas sin piedad por un grandioso Real Madrid. Si el Barça compitió los clásicos en 2012 fue por la convicción íntima de que su juego de posesión era irrompible, no por una diferencia real a su favor.

Y, en estas, llegó Tito.

2- El tópico de la decadencia inevitable

Durante el siglo XIX triunfó entre las clases hegemónicas de Occidente la ideología del darwinismo social, que aplicaba los principios biológicos de la lucha de la supervivencia a la política y la sociedad. Por más que Darwin protestase ante tal perversión de sus estudios y por Spencer reclamase la paternidad del planteamiento, la etiqueta hizo fortuna. Si bien hoy en día se han matizado las aristas más extremas del darwinismo social, persiste la idea de que cualquier colectivo está sujeto a ciclos ineludibles de auge y decadencia marcados por la competencia en su entorno. Esta visión de la historia carece de rigor histórico pero apela al ineficiente sentido común y se convierte en tópico.

Los tópicos no siempre son mentiras, a veces son solo realidades simplificadas. Es cierto que los equipos de fútbol tienden a repetir ciclos de auge y decadencia relativamente previsibles; el Barça es, acaso, uno de los ejemplos paradigmáticos. Tras la era triunfal de Cruyff sobrevino una compleja travesía que casi arrasó con el estilo impuesto por el maestro holandés. Y tras el reencuentro que supuso la era de Rikjaard, el Barça cayó de nuevo en una sima más profunda de lo que hoy en día se recuerda. El paralelismo entre deporte e Historia –la caída de Roma, el ocaso de los dioses, los ídolos caídos…- resulta sencillo y favorece la prosa del periodista.

Ante este panorama se comprende que algunos estómagos agradecidos de la prensa partidista profetizasen el fin de ciclo del Barça de Guardiola. La Historia estaba de su parte y tarde o temprano, suponían, tendrían razón. Todos los grandes imperios habían sucumbido víctimas de su propia expansión insostenible o de sus rebeliones internas, o por ambas. En 2012 el Barça comenzó a dar signos que parecían confirmar la inminencia del desastre anunciado desde 2009 por parte de la prensa. Algunos jugadores habían perdido la forma y otros la sangre en la mirada; las lesiones golpeaban y las enfermedades de Abidal y Tito parecían confirmar cierto ambiente de irremediable derrota. Por si fuera poco un grupo de bárbaros encabezados por un magistral caudillo que no hacía prisioneros golpeaba las puertas de la Ciudad Eterna.

Parecía el principio del fin pero se juntaron tres factores que aplazaron la sentencia. El primero fue Pep Guardiola, que tocó, casi a la desesperada, todas las teclas tácticas que tenía a su disposición. Movió el sistema del equipo en busca de respuestas y tratando activar el ansia competitiva del grupo. El segundo factor fue Leo Messi, que alzó la vista, dando inicio así a un proceso de afianzamiento psicológico del que algún día merecería la pena hablar. Es improbable que volvamos a ver al Messi superado por el penalti fallado en la semifinal contra el Chelsea. Aquello fue una anécdota que no altera su crecimiento mental.

El tercer factor que prolonga la vida del Barça nos lleva a derruir otro tópico. No es toda la verdad que cuanto más se suba más dura resulte la caída. En realidad, cuanto más alto se llegue, más se tarda en alcanzar el suelo. La dureza de la caída es un aspecto muy relativo, pero el tiempo proporciona margen de maniobra. Y el Barcelona había alcanzado cotas de grandeza futbolística tan altas que desafiaban la ley de la gravedad. Entre Guardiola y Messi consiguieron ralentizar el desgaste del equipo. Ganaron tiempo para un proyecto que había perdido la hegemonía y no quería aceptarlo.

 3- Regreso a los especialistas disciplinados. La jerarquía de Pedro.

Decía Ortega y Gasset que “la vida no organizada crea la organización y todo progreso de ésta, su mantenimiento, su impulso constante, son siempre obra de aquella.” Esto explica, según Ortega, el hecho de que todo período brillante de una civilización se ve precedido de una gran explosión de salvajismo. En otras palabras, el orden solo puede surgir del caos, del colapso de las estructuras avejentadas e inservibles. A grandes rasgos, en el deporte de elite esta afirmación parece razonable, toda vez que el agotamiento de un colectivo suele implicar desajustes tan profundos en su funcionamiento que se impone un período de reflexión que permita al jugador recuperar la perspectiva de su papel en el colectivo.

Tan espléndido ha sido el lapso triunfal del estilo del Barça que parece inevitable un período de caos previo al establecimiento de un nuevo orden. Sin embargo, Tito parece decidido a revertir esta lógica que no responde a criterios científicos y está tomando decisiones que intentan crear, sobre la marcha, un nuevo ciclo dominante. Hay varios factores que apuntan hacia el futuro – el regreso de Cesc al interior, la profundidad de Jordi Alba…- e interrogantes inesperados –el miedo en Victor Valdés-, pero me interesa más el modo en que Tito Vilanova recompone el sentido colectivo del Barça. En este sentido, creo que se pueden atisbar tres elementos básicos para comprender el plan de Tito.

1º Se ha recuperado la ortodoxia de los extremos abiertos. Es cierto que el dibujo no está sirviendo para crear ventajas, pero sí permite plantear situaciones en las que una ejecución técnica exquisita puede limpiar suficientes rivales. Así logró el Barça minutos de gran calidad frente al Sevilla. En los primeros veinte minutos el Barça dibujó una hermosa ficción que no se basó en ninguna ventaja táctica, sino en la apariencia de organización. Por más que los laterales del equipo contrario ignoren la amenaza del extremo al sentirla falsa, su mera presencia permite recuperar rutinas positivas. Los extremos tranquilizan a los mediocampistas, que tienen siempre un pase fácil, aunque sea inocuo.

2º Esa tranquilidad no tiene precio en este Barça roto por transiciones defensivas que no puede solventar por falta de talento. Solamente Sergio Busquets y Messi impiden que esta deficiencia resulte letal. El argentino porque obliga a que el rival ataque con poca gente y el catalán porque, contra toda probabilidad, está cumpliendo con cierta solvencia la titánica tarea de cubrir las espaldas de aquél que lo necesite. Esta es la segunda decisión de Tito, que acepta la debilidad en la transición a cambio de que el Barça disponga de algún escenario favorable. El juego de posición estéril que durante varios partidos de 2011 y 2012 se convirtió en un verdadero problema tenía que ver con la incapacidad para romper defensas de nueve hombres que negaban espacios entre líneas. En este arranque de temporada el Barça está pudiendo enfrentar a rivales en transición. El vértigo implica riesgo pero también inyecta adrenalina en jugadores que se habían cansado de murallas inexpugnables.

3º Por último hay que destacar la figura de Pedro. Tras una época de hiperespecialización posicional tan maravillosa como insostenible, Pedro Rodríguez ha pasado a ser el segundo destinatario del circuito de creación de ventajas del Barça. Tito ya lo había insinuado durante varios partidos, pero en el clásico de las senyeras quedó del todo claro. Messi y Pedro, e Iniesta durante los últimos veinte minutos, fueron los únicos culés capaces de superar el duelo con su par madridista. En el caso de Pedro nos encontramos ante un caso prodigioso de inteligencia orientada a la interpretación del espacio. Quizá sea el único jugador de la plantilla capaz de disfrutar tanto del caos como del orden, lo que le convierte en una baza ganadora en manos de Tito. En estos meses en los que el Barça atraviesa un carrusel de emociones que invalida varias de las virtudes de su medio campo, Pedro aparece como un ancla al que aferrarse en todos los posibles momentos del juego. Si tenemos en cuenta que también es un valor en repliegue, podemos concluir que a día de hoy es un jugador fundamental en el plano psicológico. Su mera presencia permite a sus compañeros confiar en que cualquier movimiento colectivo puede llegar a tener sentido.