ASÍ JUGÓ… EL CHOLO SOTIL

Para mi suerte esa jornada el Alianza Lima se medía al Deportivo Municipal. Ese día hice un gran partido y por la noche, como a las nueve, llegaron los dirigentes del Barça con el profesor Rinus Michels. Yo ni lo conocía. Les recibí en la calle, me preguntaron si quería ir a España. Me quedé sorprendido, estaba asombrado. Después reaccioné y les respondí que ‘sí’. A los dos días ya estaba viajando.

Hugo Sotil en El Mundo deportivo, 03-06-2008

En realidad el Barça viajó a Perú para fichar a Teófilo Cubillas. Fue en la época dorada del fútbol peruano y eran varios los futbolistas del país que llamaban la atención de las billeteras europeas. El Barça quería al Nene, la gran estrella de Alianza Lima, pero fue la gambeta de Hugo Sotil la que conquistó los ojos de sus representantes, fraguándose de este modo el inesperado fichaje del que sería uno de los extranjeros más queridos por el Camp Nou: el Cholo.

A principios de los setenta las imágenes futbolísticas viajaban poco, y menos entre continentes. Jugadores como Sotil, ya todo un ídolo del fútbol peruano desde que lideró el ascenso a primera de Deportivo Muncipal con tan solo 19 años, dependían de sus apariciones en los torneos de selecciones y de alguna que otra gira promocional para gozar de cierto renombre internacional. Y el Cholo nunca fue demasiado afortunado en este aspecto. Su aparición en el Mundial de 1970 fue tan espectacular como sus bolos ante la flor y nata del fútbol europeo de la época, pero tras su fichaje por el Barça en 1973 su carrera internacional se ensombreció. Tras una excelente primera campaña en la Liga española el Mundial de 1974 llegaba en el momento justo para sacar lo mejor del futbolista azulgrana pero la generación dorada del fútbol peruano no logró clasificarse para el torneo, una decepción mayúscula que a la postre supuso un empujón decisivo para la conquista de la Copa América de 1975. El Barça no había dado permiso a Sotil para participar en el torneo pero en el último momento el jugador desobedeció al club y viajó hasta Caracas, donde se jugaría el tercer partido de la final entre Perú y Colombia. Recién llegado, el Cholo fue titular y marcó el gol de la victoria en la que fue la última gran alegría de su carrera internacional. El Mundial de 1978 ya coincidió con un Sotil crepuscular al que una lesión privó de la titularidad que se había ganado liderando al combinado peruano en la fase de clasificiación. El mundo tuvo que conformarse con el recuerdo de ese joven Hugo Sotil que mostró su descaro en el tercer Mundial de Pelé.

En 1970 el seleccionador peruano era el brasileño Waldir Pereira, Didí, que instauró el 4-2-4 en el combinado blanquirrojo, el mismo sistema que había conocido como jugador en la conquista del Mundial de 1958. En la delantera eran fijos el atlético Alberto Gallardo, extremo zurdo de Sporting Cristal, y dos futbolistas de Alianza Lima, el club más poderoso del país: Teófilo Cubillas, la gran estrella de la selección, y Pedro Pablo León, el nueve. El extremo derecho se lo disputaban otro jugador de Alianza Lima, el robusto Julio Baylón, y Hugo Sotil, único representante del modesto Deportivo Municipal en la convocatoria. Didí nunca terminó de decidirse entre ambos, pero si bien Sotil fue suplente en los dos partidos más importantes, el debut ante Bulgaria y la decisiva eliminatoria contra el Brasil de Pelé, destacó entre los suyos al sustituir en ambos casos a Baylón tras el descanso. El Cholo lideró la remontada frente a los búlgaros y ante los brasileños generó gran agitación, siendo el artífice del 3-2 con el que se tambaleó el marcador antes que Jairzinho sentenciara el choque. Había nacido una estrella.

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Es la perfeccion del toque / que domina a su merced / y en jugadas de pared / exacto en piques y embroque. / Su dribleo es el disloque, / su servicio es magistral, / y si en el Municipal / bien vale por medio equipo, / es peruano prototipo / dentro del futbol mundial.

Nicomedes Santa Cruz

El joven Sotil que irrumpe en el Mundial de 1970 es un futbolista desequilibrante con el balón en los pies. Su habilidad en los espacios cortos marcaba diferencias y definía a un delantero enfocado a la conducción. Nunca fue un jugador demasiado rápido en la carrera sostenida pero sí ágil de piernas y reflejos: ataba corto el balón, le daba muchos toquecitos y aunque se apoyaba siempre en su pierna derecha salía con naturalidad hacia ambos lados. El suyo no era un regate infalible, pocos lo han sido, pero lucía un grado de efectividad considerable reforzado por la tenaz persistencia del jugador. Porque Sotil era un futbolista entregado en todas las facetas del juego. Valiente y voluntarioso, no temía los balones calientes y tras pérdida mostraba una marcada implicación defensiva. Su activación constante se traducía también en una sorprendente movilidad sin balón que con el tiempo dio lugar a un futbolista agudo en la continuación de la jugada, lector de espacios, excelente llegador desde el lado contrario del ataque.
Algo terco y tan talentoso como inmaduro por entonces, su insistencia en la conducción interior carecía de sutileza y aunque por lo general profundizaba y perdía el balón en alturas provechosas su fútbol agradecía la relación con los carriles laterales: partiendo de la banda mostraba un catálogo de decisiones mucho más rico y sacaba mayor partido a su magnífico golpeo de balón. En la selección peruana jugaba habitualmente en la banda derecha, donde mezclaba la diagonal hacia dentro con jugadas exteriores en las que su habilidad para superar a su par le habilitaba el centro al área con mucha frecuencia. Si aparecía por la izquierda su tendencia al juego interior era más marcada pero lejos de encasillarse en la conducción se asociaba, pausaba la jugada y sacaba a relucir su fantástico pie derecho en pases filtrados y cambios de juego muy precisos. En ese Sotil escorado ya se vislumbraba en 1970 un futbolista mayor que no tardaría en eclosionar.

El Barça conoció la breve pero brillante madurez del futbolista, y lo hizo entregándole la banda izquierda en un ecosistema futbolístico muy particular. Bajo la batuta de Rinus Michels, el padre de la naranja mecánica, el equipo azulgrana dibujaba un 4-3-3 que se amoldaba en todo momento a las necesidades del mejor futbolista del momento: Johan Cruyff. El holandés era un jugador extraordinario con una ascendencia incomparable en el juego de su equipo. Aunque sobre el papel partía de la posición del delantero centro su influencia contemplaba cualquier parcela del césped y su gran movilidad, fuente de ventajas constantes en todo el frente de ataque, exigía a sus compañeros cierta adaptación. Era necesario corresponder a sus movimientos para que el sistema funcionara, y eso Sotil lo hacía muy bien.

Partiendo del extremo zurdo el Sotil azulgrana fue un futbolista más pausado con la pelota en los pies, que seleccionaba mejor el momento para el regate y pesaba más en el juego sin balón. En un equipo en el que el nueve pisaba poca área y el extremo derecho, Carles Rexach, gustaba más de la frontal que del área chica, Sotil fue para el Barça una garantía de profundidad que estiraba al rival y aprovechaba los espacios que generaban sus compañeros de delantera. Llegador constante y preciso, el Camp Nou le recuerda como goleador pese a no ser un auténtico especialista del remate y guarda en un rincón privilegiado de su memoria la gran sociedad que estableció con Cruyff. El Cholo cargaba el área cuando el holandés se alejaba de ella y le ofrecía una réplica precisa en lo técnico y cómplice en la distribución de espacios y movimientos. Partiendo del dentro-fuera del holandés o de la diagonal interior del peruano, acelerando el juego desde el mediocampo o pisando el área en la finalización de la jugada, los tuya-mía entre ambos definieron el mejor Barça que hubo entre el ocaso de Kubala y el regreso de Cruyff como entrenador.

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Los férreos marcajes a Johan Cruyff no pueden valer como excusa ya que esta vigilancia al número uno europeo debería dar a los otros atacantes una mayor facilidad de movimiento en el área. Lo que se está viendo a través de los últimos encuentros es que Cruyff se está moviendo con ideas más atrasadas de acción que en la temporada pasada, en la que además se contaba con un Sotil más en punta que ninguno de los actuales atacantes. En fin, que el trueque de Sotil por Neeskens no ha resultado, pese a que en su demarcación no hay reproches que oponer al juego del segundo holandés del Barcelona.

José Mir en El Mundo Deportivo, 15-01-1975

¡Mamita, campeonamos!” gritó Sotil por teléfono desde Gijón, donde el Barça había conquistado su primera liga tras catorce años de sequía. Esa expresión y el 0-5 que cosechó aquel equipo en el Santiago Bernabéu simbolizan en la memoria azulgrana una temporada gloriosa y a la vez maldita. Gloriosa porque supuso para el club una explosión de felicidad tras una época muy oscura, y porque puso la primera piedra de una relación, la del Barça con el fútbol holandés, que en el futuro daría grandes frutos. Y maldita porque lo que debía ser el inicio de una nueva era para el club fue en realidad un éxito fugaz. Tras la temporada 1973-74 Cruyff renunció a su ímpetu competitivo y un Barça inexperto en la victoria no supo gestionar la situación. Pero más allá de otras consideraciones la decadencia del equipo tuvo también una causa estrictamente futbolística que encontró su detonante en el fichaje de Johan Neeskens para la temporada siguiente. En el fútbol español de la época solo podían incribirse dos extranjeros, y el recién llegado, Cruyff y Sotil sumaban tres. El Barça quería a Neeskens para su mediocampo pero era consciente de la importancia de Sotil en la delantera. El club contaba con la rápida nacionalización del peruano, que de esta forma se reintegraría inmediatamente a la dinámica de la plantilla sin ocupar plaza de extranjero. Pero a la práctica los trámites se alargaron demasiado y dejaron al Cholo varios meses en el dique seco. El entorno futbolístico no era entonces tan distinto al de ahora, de modo que la situación incitó pronto la disputa entre los partidarios de Sotil y los de Neeskens y alimentó a su vez la leyenda de una supuesta enemistad entre el peruano y el clan holandés del vestuario que Sotil ha desmentido en incontables ocasiones.

El parón de Sotil fue un desastre tanto para el club como para el jugador. Propenso a engordar desde siempre e irresponsable en general fuera del terreno de juego, el peruano había contado durante años con la complicidad del masajista del equipo, Ángel Mur, para superar los estrictos controles de peso que Rinus Michels imponía a la plantilla, manteniéndose siempre al filo del estado de forma deseable. Apartado de la rutina futbolística durante demasiado tiempo, Sotil sucumbió a sus hábitos negligentes y su regreso a los terrenos de juego mostró a un jugador muy desmejorado cuyo tren ya había pasado de largo. Al Barça la separación no le sentó mucho mejor. El gran equipo de 1973-74 dejó paso a un proyecto menor que echaba de menos el concurso del peruano, cómplice privilegiado de su mejor futbolista y principal artífice de la profundidad en un equipo sin referencia ofensiva.

Hugo Sotil Yerén nació el 8 de marzo de 1949 en Ica, Perú. Tras mudarse a Lima se hizo un nombre en las filas de Deportivo Municipal (1968-73) antes de fichar por el FC Barcelona (1973-77). Terminada su estancia en Europa jugó en Alianza Lima (1977-78), Independiente de Medellín (1979-80) y regresó a Deportivo Municipal (1981-83) para finalizar su carrera, aunque todavía pisó brevemente el césped con Los Espartanos (1985) y Deportivo Junín (1986). Entre 1970 y 1978 jugó 62 partidos con la selección peruana, con la que participó en dos Mundiales (1970, 1978) y una Copa América (1975). Su palmarés incluye una Liga española (1973-74), dos Ligas peruanas (1977, 1978) y la Copa América de 1975.