Luis Enrique entre paréntesis

Apenas un puñado de inviernos viendo fútbol le sirven a uno para forjarse una envidiable intuición, ya no en lo referente al juego sino a las conductas de quienes lo siguen y/o tratan de analizar, bien en la barra de un bar, bien en un portal de internet, bien en el programa de Pedrerol.

No me ha sido difícil alcanzar ciertas conclusiones sobre los futboleros y su inextricable y habitualmente incoherente proceder, que no dista del mismo que aplicamos en nuestra vida más allá de la pelotita.

A grandes rasgos, los futboleros somos ventajistas, resultadistas y tendenciosos. Esto no es ni bueno ni malo: es así, punto. Seguro que se es injusto en estas líneas con alguna honrosa excepción, pero sucede siempre que se reflexiona sobre una colectividad.

Tomemos la experiencia de Luis Enrique en el Barça. Jamás, que yo recuerde, un equipo de fútbol desnudó el carácter voluble de los opinadores de forma tan rotunda.

Es probable que usted, esforzado lector, haya experimentado estas fases a lo largo de la etapa del Lucho en Barcelona: a) junio de 2014: se ha ido Tata Martino, me da igual quién venga que hoy me emborracho. b) agosto 2014-Anoeta: esto es infame, que echen ya al p__ asturiano este. c) febrero-noviembre 2015: Lucho ha evolucionado el estilo, así ganamos ochenta tripletes del tirón. d) enero 2016-actualidad: Lucho se ha cargado el estilo Barça, que se pire.

Bien, quien esto firma se halla inmerso en la fase d), plenamente convencido de estar en el lugar correcto, de igual modo que experimentó también a), b) y c) con la misma certeza de estar obrando como un futbolero clarividente y adaptado a las nuevas tendencias.

No obstante, retrocedamos y tomemos perspectiva para sacar algo en claro de todo este galimatías. Luis Enrique ni es Albert Einstein ni es Camacho, del mismo modo que todos afirmaríamos que Guardiola sí admite comparación con el físico alemán: ambos son genios. Sin embargo, el asturiano ha cumplido su cometido, que no era otro que reactivar a un plantel trufado de leyendas que no parecía por la labor de retornar a los tiempos de vino y rosas, de tripletes y dobletes, de champions y ligas por doquier.

Los chicos pasaron de levantar choricillos en las barbacoas del Tata a alzar todos los títulos de nuevo, con un fútbol de una vasta eficacia y un atractivo no menos loable. Luego se ganó un doblete que, si bien dejó un regusto amargo por aquel maldito mes de abril que privó al Barça de la que parecía su Champions, ha de ser ponderado como lo que es, un éxito incuestionable.

Llegados a este punto, con el Barcelona en vías de desnaturalización, sería conveniente no poner (más) en jaque los elementos que vienen marcando la identidad futbolística del club desde que arribó Cruyff, darle pasaporte a Lucho y optar por un míster más apegado al juego de posición, o lo que sea esa composición que nos hace tan diferentes.

Lucho ni evoluciona ni involuciona: adapta. Y así ha de pasar a la historia, como un paréntesis glorioso.