Neymar y la hiperinflación de la República de Weimar

“La Primera Guerra Mundial, con el Imperio Alemán en el bando perdedor, supuso para los estados asumir una serie de gastos adicionales que superaban con creces las posibilidades de los mismos a nivel económico. Para poder afrontar los gastos derivados de la confrontación con los Aliados, el propio Imperio Alemán se vio obligado a emitir una moneda (el Papiermark), que carecía de valor en el exterior dado que no era convertible en oro. Los gastos que asumió el Imperio con ese peculiar método de aumentar su capital no pudieron impedir la derrota. Perder la Gran Guerra era la primera piedra de la catástrofe que años después asolaría lo que a día de hoy conocemos como Alemania.”

La derrota del Paris Saint-Germain, con Laurent Blanc en el banquillo, ante el Manchester City en los cuartos de final de aquella Champions League en 2016 abrió en el espíritu parisino una brecha que en los dos últimos mercados han intentado cerrar. Esa derrota envuelta de inoportunas lesiones y suerte dispar para ambos equipos cambió el devenir del equipo y, probablemente, el del fútbol europeo.

La apuesta fue Unai Emery. Alguien que había conquista la segunda línea europea y cuyo salto hacia los grandes parecía inminente. No fue otro que el PSG quien le fichó. El equipo que dejaba atrás a Ibrahimovic y Blanc apostaba por algo alejado de lo que hasta ese momento había tenido con el único objetivo de conquistar Europa, aunque a posteriori el precio a pagar fuera un año que lejos de despejar dudas resultó un segundo punto de inflexión.

No fue el hecho de perder la Ligue 1 ante un joven Mónaco, o no solo eso. La remontada sufrida en el Camp Nou y quedar como segundo equipo francés a los ojos de Europa fue un aviso claro: el PSG no tenía el respaldo histórico del que gozaban otros equipos y el mal de alturas acechaba incluso más de lo que lo había hecho un año atrás. Así pues, escribir y compensar esa ausencia de grandeza quedaba en manos del entrenador, pero también de los jugadores. Y así como el PSG contaba con una pieza en cada línea del campo capaz de competir en cualquier equipo campeón de Europa, no tenía a esa pieza diferencial capaz de convertir el 6 a 1 en un partido trámite. No tenía a su Messi o a su Ronaldo, ni siquiera la consistencia de la Juventus o la historia reciente del Atlético con Simeone al mando. Huérfano de algo a lo que acogerse, París apostó el resto por Neymar.

“La derrota del Imperio en la Gran Guerra derivó en la imposición, por parte de los vencedores, de que Alemania asumiera el coste de las reparaciones. La imposibilidad de abarcar tales cantidades en marcos alemanes implicó el pago en Papiermark, hecho que de un inicio pareció viable. Pero en 1921, Gran Bretaña presionó al Imperio y le obligó a afrontar su deuda con el Goldmark, la moneda real del Imperio Alemán que sí tenía valor en el exterior. Sin embargo, Alemania siguió imprimiendo papel moneda para su actividad interna. Se estaba inyectando una cantidad de dinero que, en realidad, no era real.”

Si bien convencer a Neymar no era una ardua tarea, sí lo era arrancarlo de las garras del FC Barcelona. El movimiento tenía que ser histórico en el campo, pero también en el mercado. Tenía que ser algo fuera de lugar, que traspasara muros hasta ese momento intocables. Si Paul Pogba había mareado a alguno un año atrás, el PSG iba a dar el doble por Neymar. La cifra, pues, fueron 222M€. Pero la UEFA lo complicaba todo.

La normativa del Fair Play Financiero, otrora inocua, no solo hacían dudar de la viabilidad del fichaje, sino que de no serlo las consecuencias para el PSG eran tan inciertas como potencialmente desastrosas. La UEFA detectó una cantidad irreal de dinero, una cifra inconcebible para cualquiera. Pero con Catar detrás, las sospechas de que podía ser viable estaban muy vivas. Eso sí, con el respaldo de un país detrás. Uno con el contexto que se vive en Catar actualmente. Una vez más, el fichaje de Neymar se antojaba oscuro, opaco.

Pero se hizo. Se acababa de inyectar una cifra al mercado y Mourinho pronto se encargó de apuntar que las consecuencias serían un problema. No Neymar, sino lo que iba a hacer el Barça con el dinero del brasileño y la reacción que tendría el mercado de fichajes.

“El hecho que existiera una cantidad de dinero en circulación superior a la real derivó en una inflación de cifras estratosféricas que acabó en hiperinflación. Durante los años en los que ese contexto fue una realidad en el Imperio, la población tenía serios problemas para adquirir alimentos básicos y se pagaban montantes desproporcionados por objetos que otrora habían tenido un valor mínimo. Tal fue la situación que muchos apostaron por trueques que evitaran el pago en efectivo. Los de menos poder adquisitivo apenas podían subsistir, y los que más tenían se veían obligados a un gasto que nunca habían abarcado.”

Entonces, Dembélé llegó al Barça. Por nada menos que 105 millones de euros, que con el tiempo podían transformarse, sin mucha dificultad, en casi 150. En un año, el francés había multiplicado por diez su coste. No directamente, sino Neymar mediante. Las palabras del técnico luso no eran en vano. El Barça había reaccionado como se esperaba que lo hiciera. Esos 222 millones de euros ya no eran solo suyos, sino que había incluido al Borussia.

Si antes de Neymar el fútbol se movía en un contexto de inflación, después llegó la hiperinflación. Neymar creó la duda, Dembélé constató un hecho y puede que Mbappé o Coutinho lo acaben de instaurar definitivamente en Europa. A día de hoy, el fútbol está viendo pasar ante sus ojos un momento que con tiempo y perspectiva podría llegar a considerarse histórico. Y probablemente para mal.

La tardía planificación a la marcha de Neymar había provocado que el FC Barcelona inflara unos precios que ya de por sí se habían disparado en los últimos años. Pues de no haber hecho movimiento alguno tras la venta del brasileño, ese montante hubiese quedado, con el tiempo, en un relativo olvido. Pero se juntaron el hambre con las ganas de comer. Un equipo necesitado de una remodelación de la plantilla había adquirido dinero para hacerlo. El contexto iba en contra del bienestar económico del mercado de fichajes.

“A finales de 1923, ante tal inestable situación, el gobierno alemán decidió crear una nueva moneda con un tipo de cambio fijo que a largo plazo evitaría que el proceso empeorara y que, paulatinamente, se volviera a un contexto de normalidad. No fue hasta años después que menguaría el estado de hiperinflación. Sin embargo, éste generó un descenso de la confianza en el sistema bancario, controlado por los judíos, que supuso una de las primeras piedras del Tercer Reich.”

A 30 de agosto de 2017, los hechos son los que son. Pero el largo plazo puede que nos haga valorar más lo sucedido este verano. Empezando por el PSG. Porque el fútbol resta a la espera de las cuentas que presentarán los parisinos en 2018 y de las reacciones por parte de los organismos reguladores. Si al PSG le tumban el fichaje de Neymar, o el de Mbappé, o el de ambos… al Barça no le quitarán los 222 millones y a Catar no se los devolverán, además de la multa que tengan que acarrear los franceses. El cómo se desarrollará todo eso es una incógnita, pero se avecina tormenta.

Y mientras enfocamos todo el problema en el movimiento de jugadores, existen toda una serie de proveedores que en la sombra se preguntan si sus productos están siendo devaluados. Porque si antes construir un estadio multiplicaba por cinco el valor del jugador más caro, ¿por qué ahora los clubes iban a decidir que eso ha cambiado? Alguno podría llegar a concluir que si Neymar vale 222 millones, el estadio que algún club quiera construir en los próximos años ya no valdrá eso, sino tres veces más. Porque inyectar dinero no solo afecta a una parte, sino al todo. Los movimientos que se están llevando a cabo en esta ventana de traspasos podrían acabar con una reacción adversa.

Quizá la solución no sea otra que la de un gobierno, llámese FIFA, UEFA o como sea, que intervenga. Uno que sea capaz de poner límites, como lo establecido en la NBA durante tanto tiempo. Alguien que, al menos durante una época, les diga a los clubes lo que pueden y no pueden hacer. Un gobierno capaz de controlar una burbuja que crece sin un horizonte claro. Pero en un mundo donde la conspiración está a la orden del día y en el que esta se alimenta de hechos como la conspiración en la FIFA, quizá no sea posible. Probablemente, el fútbol haya cruzado un punto de no retorno. Ese en el que ni una intervención tendría éxito, en el que la desconfianza entre unos y otros es tal que lo que vaya a suceder en los próximos años suponga un punto y a parte en la historia de este deporte.