Ni Getafe ni Barcelona serán los mismos cuando salten mañana a las cuatro menos cinco de la tarde en fila desde el túnel de vestuarios al césped del Coliseum Alfonso Pérez. Ambos equipos han apostado por nuevos entrenadores que les están llevando a concebir cada partido de una forma similar a la desarrollada con el inquilino anterior en el banquillo, pero con matices enriquecedores.

La temporada pasada, un Getafe más rocoso recibió, igualmente, poco antes de Navidad, a un Barcelona poderoso, con el Tata Martino siempre en tela de juicio por parte de algunos. Con una transición rápida y un córner se vio pronto ganando dos goles a cero. Entonces surgió Fàbregas: como téoricamente hombre más adelantado, aunque fuera como decir que la primera espada del Cholismo es la defensa, sí pero no. Pedro aprovechó los espacios y los reventó marcando tres goles en diez minutos. El Barcelona acabó venciendo por 2-5. Había acabado la seriedad del Getafe.

En Copa se cruzaron los caminos, y en enero ambos volvieron a unir destinos con el fantasma de la sonora remontada de los azulones en 2007, que les sirvió para pasar a la gran final del torneo por primera vez en su historia. Esta vez la seriedad vio puesto punto y final cuando entró Messi en juego y la ida en el Camp Nou finalizó con 4-0. En la vuelta, descafeinada y fría noche laborable de enero en el cerro del sur de Madrid, Neymar se lesionó y marcó el cada día más habitual en la primera plantilla getafense -getafeño y canterano- de Carlos Vigaray. De nuevo todo lo serio que aún podía mantenerse en el ambiente se deshizo de un plumazo, con idéntica inmediatez al apagón del descanso, cuando Messi volvió a hacer acto de presencia. 0-2.

La seriedad que el Fútbol Club Barcelona mantenía en una Liga que en el tramo final nadie parecía querer ganar entre culés, atléticos y madridistas, escribió varios episodios tragicómicos cuando los actores que con ellos compartían cartel fueron los equipos que se jugaban el descenso a Segunda División. El Getafe nunca ha ganado en el Camp Nou. Sumó un punto en 2008, en pleno apogeo de Michael Laudrup -como entrenador del conjunto madrileño, se entiende, pero cabe resaltar- pero nunca ha ganado. Y no parecía que lo fuera a hacer el pasado mayo cuando ambos clubes se jugaban su objetivo a dos semanas del final liguero. Porque el Barça comenzó el partido trasladando el rondo del calentamiento, sin petos pero con jugadores del Getafe vestidos de rayas horizontales verdes y blancas moviéndose en persecución del balón. Todo el mundo cayó en un bucle que acabó como tenía que acabar: gol del Barcelona. Pero como tantas veces nos han enseñado los directores de cine o los autores literarios, de una espiral destructiva, física o moral, se sale de un fuerte golpe. En este caso se produjo cuando el Getafe se despistó a sí mismo sacando una falta al borde del área con una cuchara que se elevó varios metros, incomprensiblemente a priori. La pelota aterrizó en Lafita, que de un disparo seco, aparentemente fácil pero que pocas veces acaba en el lugar pretendido, la alojó en el ángulo de Pinto. La estrambótica forma de empatar el partido mareó a todo el estadio. Y los jugadores se contagiaron. El Barça siguió atacando en la reanudación, de hecho se volvió a adelantar en el marcador, y el Getafe achicando agua, pero nada era lo mismo. Surcaba el aire una sustancia enrarecida. En esa circunstancia Lafita voló para atraparla y cabecear el 2-2 en la prolongación. Delirio capturado de todos los jugadores del Getafe que, vistiendo a lo Celtic, se apuntó a la historia provocando una especie de Old Firm, pues los enfrentamientos entre ambos se están convirtiendo en particulares historias que contar cuando pasen los años.

Ahora el Getafe tiene a Cosmin Contra. Ya lo tenía en el 2-2 de mayo. Los azulones permanecen buscando una solidez perdida desde la temporada pasada con Luis García, y alimentada hasta niveles jamás conocidos en el Coliseum con el mismo técnico de Carabanchel. Sin embargo ahora ataca mediante unas oleadas mucho más devastadoras. Álvaro Vázquez está sufriendo una metamorfosis, un proceso de «kroosismo», acelerando su transformación a una posición que no es la suya, la de delantero centro, por las circunstancias. Babá se defiende. Y Lafita, de profesión futbolista, complementa a quien tenga a su lado, cual «Multiusos Garbajosa» que diría el maestro Andrés Montes, «pues lo mismo te cose un huevo que te fríe un botón«. Yoda e Hinestroza aportan desde las alas la electricidad que extrañaba esta plantilla. Y ha vuelto Pedro León.

En el Fútbol Club Barcelona, el proceso de transición que está viviendo el centro del campo se está traduciendo en fases del mismo nombre en el juego, transición, entre la dosificación de Xavi, los descansos de Iniesta, la entrada de Rakitic o juntar, por instantes, a Mascherano y a Sergio Busquets. Luis Suárez se está adaptando a las nuevas características. Para eso Messi está saliendo del área y, de nuevo, acabando con la seriedad.

En Getafe vamos a ver seriedad y alegría. ¿Cuándo acabará cada sensación?